EVO MORALES:
LA CARRETERA Y EL ENTORNO
Escribe
JORGE
GÓMEZ BARATA (*)
Publicó:
ARGENPRESS.info
30 setiembre 2011
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(*) JORGE GOMEZ BARATA- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa, latinoamericanos y extranjeros. Hadicho que “En todas las esferas del saber y de la práctica social, incluyendo la economía, la verdad es siempre sencilla, ...”
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No es una historia sino una metáfora inédita que alude al drama de los líderes latinoamericanos, llamados populistas. Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Juan Domingo Perón y ahora Evo Morales y otros viven la experiencia. He desempolvado algunos párrafos que describen la paradoja.
EL MANDATARIO (fragmento)
“En América Latina, reino de la arbitrariedad política, cíclicamente asumen el poder ruidosos redentores; gentiles benefactores más parecidos a su tiempo que a sus padres que resultan de irrepetibles circunstancias y de contradictorias influencias ideológicas: ilustrados, católicos, filos socialistas, a veces anticomunistas y críticos de los gringos, carecen de fijador. Cuando aparece uno diferente nos enteramos enseguida porque los americanos comienzan a conspirar.
No importa si son generales o doctores, dictadores o demócratas, civiles o militares; violentos o persuasivos, los gobernantes populistas, ganan las guerras y pierden la paz. Demonizados o idolatrados presionan la historia enarbolando consignas maximalistas, plataformas patrióticas y discursos nacionalistas, arrean a los pueblos por atajos, gobernándolos a partir de particulares convicciones morales, caprichosos códigos de ética, y estilos paternalistas.
Algunos de ellos acaparan segmentos en la vida de países de dimensiones indostánicas, inopia africana, carácter caribeño, cultura pseudo europea, historia latinoamericana e ínfulas gringas. Tal fue el entorno geográfico y el contexto cultural, diverso y mestizo e inequívocamente mediocre, en el cual gobernó El Mandatario.
“La geografía de aquella tierra contiene todos los climas, accidentes y maravillas. Las riquezas son inmensas y la pobreza extrema. Quinientos años después el oro, la plata y el petróleo abundan todavía. Las maderas preciosas se queman para que los árboles dejen ver el bosque y los pastos, en lugar de alimentarlas, ahogan a las reses. Todo nace y reverdece en las feraces tierras de la coca. Del mundo real–maravilloso, nos tocó lo real.”
La larga historia de turbulencias, dinastías e interregnos comenzó cuando llegó el Almirante. Nos quedamos sin pasado, cultura ni tradiciones. Todo comenzó de nuevo. Como éramos muy pocos, trajeron a otros que llegaron con lo único que no podían quitarles: lengua, música, ídolos, fantasías, angustias y frustraciones. Desde entonces fuimos: blancos, indios, negros, moros, amarillos, cholos y mulatos. Con todo a cuesta y arcilla de los tiempos, modelamos, lo que llamamos Nación: un ornitorrinco de coral, varado en el olvido
Al crecer, todo nos pareció injusto, certidumbre a la que llamamos, toma de conciencia. Tratamos de corregir la historia; la independencia fue el camino. Cuando tuvimos bandera, no teníamos país, sino un calendario lleno de efemérides patrias que aluden batallas inolvidables que nadie recuerda y panteones nacionales poblado por héroes inmortales, curiosamente, todos muertos.
Algo se había logrado, teníamos conciencia nacional aunque no naciones; tratamos de crearlas. Ya no éramos de todas partes, sino de aquí y algún literato en estado de gracia, creó una bella expresión. “La unidad de lo diverso”. Era falso: unidad nunca hubo y la diversidad resultó demasiada. Sucedió lo que tenía que suceder: con el Mandatario los de abajo llegaron al poder. Recuerdo su primer discurso:
“El país se etiopiza: los pobres se vuelven indigentes y la clase media se empobrece”. Convocó al Consejo de Ministros. Fue categórico:
─Hay que recoger a los niños de la calle.
─De acuerdo –dijo un ministro– ¿Quién lo hace?
─Excelente idea –se pronunció otro– ¿Dónde los metemos?
─Bárbaro –exclamó un tercero– ¿Quién tiene presupuesto para eso?
Pasaron a otro punto.
─Tenemos 30 % de desempleo, hay que dar trabajo.
─Muy bien –dijo un ministro– para eso hace falta generar empleos que, en lugar de crecer, se reducen. Si atraemos capital extranjero, en diez años restaremos un dígito.
─Excelente idea –dijo el ministro de finanzas– para eso se necesita triplicar los impuestos, recortar la seguridad social y reducir el gasto público. —En ese caso aclaró el del Interior— Hay que comprar equipamiento anti motines.
El Consejo de Ministros no tomó ningún acuerdo y Él perdió la inocencia.
El embajador americano lo aconsejó:
—“Vaya a Washington”.
Fue y le recomendaron hablar con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Con mil amores le prestaban 5 000 millones; cuatro de los cuales se emplearían en pagar lo que ya debía y el resto serviría para aplicar un programa de dolarización. Regresó con las manos vacías y nunca más creyó en el embajador americano.
Se fue a Europa y reclamó la plata de Potosí, el oro de México y del Perú, las maderas, las pieles y los salarios, las prestaciones dejadas de abonar a los esclavos, se burlaron.
Siguió adelante y comprobó que acabar con los ricos no elimina a los pobres. Encontró una firma interesada en las maderas del bosque tropical; se opusieron los ecologistas. No pudo represar los ríos para producir electricidad porque los países aguas abajo, protestaron. Propuso comercializar pieles de pumas, iguanas y yacarés, así como plumas de cotorra, mas los europeos boicotearon el proyecto.
Quiso avanzar con la petroquímica, pero le advirtieron que era necesario mantener limpio el aire. Polemizó argumentando que el aire no es más importante que quienes lo respiran, pero fue vencido y así se enteró que allá, en el Primer Mundo, donde se elabora el nuevo pensamiento y los mendigos tienen alto el colesterol, las boas son más importantes que los niños.
Así llegó a los cien días. El Parlamento declaró terminada la luna de miel y lo interpeló. Los pobres no lo amaban y los ricos lo odiaban. Muchos pobres se aliaron a los ricos, ningún rico se alió con los pobres.
El ejército estaba inquieto, los empresarios aplicaban la retranca, los trabajadores iban a la huelga y los curas oraban para devolver la cordura al país, los bonzos sindicales culpaban al gobierno, y la corrupción era indetenible. Era acompañado, no apoyado, bien elogiado y mal defendido.
Se dejó provocar y se radicalizó, cada paso adelante era otro clavo en su ataúd; no obstante siguió adelante porque comprendió que: “Quien no lo cambia todo, no cambia nada”.
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