Viernes 4 de Noviembre de 2011
LA
REFLEXION DE LEONARDO BOFF
PELIGROS DE
LA ARROGANCIA DEL IMPERIO
LA ARROGANCIA DEL IMPERIO
Escribe
LEONARDO
BOFF (*)
Viernes
13 de mayo de 2011
Me cuento entre los que se entusiasmaron con
la elección de Barack Obama para presidente de Estados Unidos, especialmente
viniendo después de G. Bush Jr, presidente belicoso, fundamentalista y de
poquísimas luces. Creía éste en la inminencia del Armagedón bíblico y seguía al
pie de la letra la ideología del Destino Manifiesto, un texto inventado por la
voluntad imperial norteamericana para justificar la guerra contra México, según
el cual Estados Unidos sería el nuevo pueblo escogido por Dios para llevar al
mundo los derechos humanos, la libertad y la democracia. Este convencimiento de
la propia excepcionalidad se tradujo en una arrogancia histórica que hizo que
Estados Unidos se arrogase el derecho de imponer al mundo entero, por la
política o por las armas, su estilo de vida y su visión del mundo.
Esperaba
que el nuevo presidente no ya fuera rehén de esta nefasta e imaginaria elección
divina, pues anunciaba en su programa el multilateralismo y no la hegemonía,
pero tenía mis dudas, pues por detrás del Yes, we can (sí, nosotros podemos)
podía esconderse la vieja arrogancia. Ante la crisis económico-financiera
pregonaba que Estados Unidos había demostrado en su historia que podía todo, y
que iba a superar la actual situación. Ahora, con ocasión del asesinato de
Osama bin Laden ordenado por él (en un estado de derecho, que separa los
poderes, ¿tiene el ejecutivo el poder de matar, o eso es competencia del
judicial que manda prender, juzgar y castigar?) cayó la mascara. No ha podido
esconder la arrogancia atávica.
El
presidente, de extracción humilde, afrodescendiente, nacido fuera del
continente, primero musulmán y después evangélico convertido, dijo claramente:
«Lo que sucedió el domingo es un mensaje para todo el mundo: cuando decimos que
nunca vamos a olvidar, estamos hablando en serio», que es como decir:
«terroristas del mundo entero, vamos a asesinarles».
Premio Nobel de la Paz |
Ahí se
revela, sin medias palabras, toda la arrogancia y la actitud imperial de
ponerse por encima de toda ética.
Esto me
hace recordar la frase de un teólogo que sirvió doce años como asesor de la
ex-Inquisición en Roma y que vino a solidarizarse conmigo cuando sufrí el
proceso doctrinario. Me confesó: «Aprenda de mi experiencia: la ex-Inquisición
no olvida nada, no perdona nada y se cobra todo; prepárese». Efectivamente, así
fue lo que sentí. Peor le ocurrió a un teólogo moralista, queridísimo en toda
la cristiandad, el alemán Bernhard Häring. Con un cáncer de garganta que casi
no le permitía hablar fue sometido a un riguroso interrogatorio en la sala
oscura de aquella instancia de terror psicológico por causa de algunas
afirmaciones sobre la sexualidad. Al salir confesó: «este interrogatorio fue
peor que el que sufrí bajo la SS nazi durante la guerra», lo cual significa:
poco importa la etiqueta, católico o nazi, todo sistema autoritario y
totalitario obedece a la misma lógica: se venga de todo, no olvida y no perdona.
Así lo
prometió Barack Obama y se propone llevar adelante el estado terrorista creado
por su antecesor, manteniendo la Ley Patriótica que autoriza la suspensión de
ciertos derechos y la prisión preventiva de sospechosos sin avisar siquiera a
sus familiares, lo que se convierte en secuestro.
No sin
razón escribió el noruego Johan Galtung, el hombre de la cultura de la paz,
creador de dos instituciones de investigación sobre la paz e inventor del
método Transcend en la mediación de los conflictos (una especie de política del
gana-gana): tales actos aproximan a Estados Unidos a un estado fascista.
La
verdad es que estamos ante un imperio. Es la consecuencia lógica y necesaria
del presunto excepcionalismo. Es un imperio singular, basado no en una ocupación
territorial o en colonias, sino en 800 bases militares distribuidas por todo el
mundo, la mayoría innecesarias para la seguridad estadounidense. Pero están ahí
para meter miedo y garantizar su hegemonía en el mundo. Nada de eso ha sido
desmontado por el nuevo emperador, que no cerró Guantánamo como había prometido
y todavía envió treinta mil soldados a Afganistán para una guerra perdida de
antemano.
Podemos
estar en desacuerdo con la tesis básica de Samuel P. Huntington en su discutido
libro El choque de civilizaciones, pero hay en él observaciones dignas de
atención, como ésta: «la creencia en la superioridad de la cultura occidental
es falsa, inmoral y peligrosa» (p. 395). Mas aún: «la intervención occidental
probablemente constituye la fuente más peligrosa de inestabilidad y de un
posible conflicto global en un mundo multi-civilizacional» (p. 397). Pues bien,
las condiciones para semejante tragedia están siendo creadas por Estados Unidos
y sus aliados europeos.
Una
cosa es el pueblo estadounidense, bueno, trabajador, y algo ingenuo, que
admiramos, y otra el gobierno imperial, que no respeta los tratados
internacionales que van contra sus intereses y que es capaz de todo tipo de
violencia. Pero no hay imperios eternos. Llegará el momento en que será un
número más en el cementerio de los imperios desaparecidos.
.
(*)Leonardo
Boff es un teólogo, filósofo y escritor nacido en Concordia, Estado de Santa Catarina,
Brasil Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con
Gustavo Gutiérrez Merino. En 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe,
dirigida por el ya cardenal Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) le silenció por
un año por su libro La Iglesia, Carisma y Poder, que estaba en contra de la
Doctrina de la Iglesia Católica. Ha trabajado como profesor en los campos de
teología, ética y filosofía en Brasil, además de dar conferencias en muchas
universidades en el extranjero, como Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona,
Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín. Ha escrito más de 100 libros, traducidos a
muchas lenguas. En 1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right
Livelihood
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