Martes 10 de enero de 2012
LA
REFLEXION DE LEONARDO BOFF
OTRO PARADIGMA:
ESCUCHAR A LA NATURALEZA
LEONARDO
BOFF (*)
Viernes
6 de enero de 2012
.
Ahora que se
aproximan grandes lluvias, inundaciones, temporales, huracanes y
deslizamientos de tierras, tenemos que reaprender a escuchar a la naturaleza.
Toda nuestra cultura occidental, de vertiente griega, está
asentada sobre el ver. No sin razón la categoría central –idéia (eidos en
griego)– significa visión. La tele-visión es su expresión mayor. Hemos
desarrollado nuestra visión hasta los últimos límites. Con los telescopios de
gran potencia hemos penetrado hasta las profundidades del universo para ver las
galaxias más distantes. Hemos descendido hasta las partículas elementales y el
misterio íntimo de la vida. Mirar es todo para nosotros. Pero debemos tomar
conciencia de que este es el modo de ser de los occidentales y no el de todos.
Otras culturas próximas a nosotros, las andinas de los
quechuas, los aymaras y otros se estructuran alrededor del escuchar.
Lógicamente también ven, pero su particularidad es escuchar los mensajes de
aquello que ven. Un campesino del altiplano boliviano me dijo: «yo escucho la
naturaleza y sé lo que me dice la montaña». Y hablando con un chamán me decía:
«yo escucho a la Pachamama y sé lo que ella me está comunicando».
Todo habla: las estrellas, el sol, la luna, las montañas
soberbias, los lagos serenos, los valles profundos, las nubes fugaces, las
selvas, los pájaros y los animales. Esas personas aprenden a escuchar
atentamente estas voces. Los libros no son importantes para ellos porque son
mudos, mientras que la naturaleza está llena de voces. Y se han especializado
en esta escucha de tal forma que, al ver las nubes, al escuchar los vientos, al
observar las llamas o los movimientos de las hormigas, saben lo que va a
suceder en la naturaleza.
Esto me recuerda una antigua tradición teológica elaborada por san
Agustín y sistematizada por san Buenaventura en la Edad Media: la
revelación divina primera es la voz de la naturaleza, el verdadero libro
hablante de Dios. Pero como hemos perdido nuestra capacidad de oír, Dios, por
piedad, nos dio un segundo libro, que es la Biblia, para que escuchando sus
contenidos pudiésemos oír nuevamente lo que la naturaleza nos dice.
Cuando Francisco Pizarro en 1532 en Cajamarca, mediante
una emboscada traicionera, hizo prisionero al jefe inca Atahualpa, ordenó al
fraile dominico Vicente Valverde que con su intérprete Felipillo le leyese el
requerimiento, un texto en latín por el cual se dejaban bautizar y se sometían
a los soberanos españoles, pues el papa así lo había dispuesto. Si no lo
hacían, podían ser esclavizados por desobediencia. Atahualpa le preguntó que de
dónde le venía la autoridad. Valverde le entregó el libro de la Biblia.
Atahualpa se lo puso al oído. Como no escuchó nada, tiró la Biblia al suelo.
Fue la señal para que Pizarro masacrase a toda la guardia real y aprisionase al
soberano inca. Vemos, pues, que la escucha lo era todo para Atahualpa. El libro
de la Biblia no hablaba nada.
Para la cultura andina todo se estructura dentro de un tejido de relaciones vivas, cargadas de sentido y de mensajes. Perciben el hilo que penetra, unifica y da significado a todo. Nosotros los occidentales vemos los árboles pero no percibimos el bosque. Las cosas están aisladas unas de otras. Son mudas. Hablar es sólo cosa nuestra. Captamos las cosas fuera del conjunto de relaciones, por eso nuestro lenguaje es formal y frío. En él hemos elaborado filosofías, teologías, doctrinas, ciencias y dogmas. Pero esta es nuestra manera de sentir el mundo, no la de todos los pueblos.
Para la cultura andina todo se estructura dentro de un tejido de relaciones vivas, cargadas de sentido y de mensajes. Perciben el hilo que penetra, unifica y da significado a todo. Nosotros los occidentales vemos los árboles pero no percibimos el bosque. Las cosas están aisladas unas de otras. Son mudas. Hablar es sólo cosa nuestra. Captamos las cosas fuera del conjunto de relaciones, por eso nuestro lenguaje es formal y frío. En él hemos elaborado filosofías, teologías, doctrinas, ciencias y dogmas. Pero esta es nuestra manera de sentir el mundo, no la de todos los pueblos.
Los andinos nos ayudan a relativizar nuestro pretendido
«universalismo». Podemos expresar los mensajes mediante otras formas
relacionales e incluyentes y no por aquellas objetivas y mudas a las que
estamos acostumbrados. Ellos nos desafían a escuchar los mensajes que nos
vienen de todos lados.
En estos días debemos escuchar lo que las nubes negras, los bosques de
las laderas de las montañas, los ríos que crecen y rompen barreras, las
pendientes abruptas y las rocas sueltas nos advierten. Las ciencias de la
naturaleza nos ayudan en esta escucha. Pero no es nuestro hábito cultural
captar las advertencias de aquello que vemos y entonces nuestra sordera nos
hace víctimas de desastres que hay que lamentar. Sólo dominamos la naturaleza,
obedeciéndola, es decir, escuchando lo que ella nos quiere enseñar. La sordera
nos dará amargas lecciones.
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(*) LEONARDO BOFF es un teólogo, filósofo y
escritor nacido en Concordia, Estado de Santa Catarina, Brasil Es uno de los
fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino.
En 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el ya cardenal
Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) le silenció por un año por su libro La
Iglesia, Carisma y Poder, que estaba en contra de la Doctrina de la Iglesia
Católica. Ha trabajado como profesor en los campos de teología, ética y
filosofía en Brasil, además de dar conferencias en muchas universidades en el
extranjero, como Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina,
París, Oslo, Turín. Ha escrito más de 100 libros, traducidos a muchas lenguas.
En 1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right Livelihood
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