Sabado
21 de enero de 2012
ILUSIONES
RECICLADAS
Escribe
JORGE
GÓMEZ BARATA
(*)
Fuente:
ARGENPRESS.info
20 de
enero de2012
.
(*)
JORGE GÓMEZ BARATA- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista
cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política
internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa,
latinoamericanos y extranjeros. Hadicho que “En todas
las esferas del saber y de la práctica social, incluyendo la economía, la
verdad es siempre sencilla, ...”
.
La
crítica de la izquierda europea de hoy alude al desempeño del capitalismo, no a
sus esencias. No será con apreciaciones subjetivas y excesivamente optimistas
que parten de premisas probablemente erróneas acerca de una presunta revolución
anticapitalista como se profundizará la conciencia política de las masas; sino
que puede ocurrir lo contrario. En política nada es tan desmovilizador como las
decepciones y las expectativas no cumplidas.
Sobrevalorar
coyunturas y actores y forzar interpretaciones para atribuir un desmesurado
papel en los procesos políticos globales a fenómenos como el de “Los
indignados” en lo que algunos quieren percibir una expresión de “lucha de
clases”, un movimiento anticapitalista y los albores de escenarios
revolucionarios en escalas que no existen, lejos de contribuir al desarrollo
político de los pueblos, puede obstaculizarlo. Las lecciones de la historia
están a la vista.
Nada
caracterizó mejor a la Europa de los siglos XIX y XX que las masivas, enérgicas
y fundamentadas luchas obreras; así como el auge del socialismo y el comunismo.
En respuesta a demandas reales surgió el Manifiesto Comunista (1848), el
documento político de mayor calado de la época, se creó la Asociación
Internacional de Trabajadores (1864), hasta hoy la organización obrera mundial
más relevante y autentica y tuvo lugar la Comuna de París (1871), el primer
ensayo de gobierno popular.
Acogido
por las fuerzas y las vanguardias políticas europeas, a pesar de la ferocidad
conque fue confrontado por la reacción que lo demonizó, en un periodo
brevísimo, el marxismo, la más ilustrada critica al capitalismo y sus
propuestas estratégicas se difundieron por todo el mundo, propagándose por
Europa, Asia, Iberoamérica y los Estados Unidos.
Por
esos caminos, asociado con situaciones coyunturales especificas de Rusia de
principios del siglo XX y el liderazgo de Lenin, que realizó una ciclópea labor
de propaganda socialista, convirtió aquellas ideas en hechos de masas y en
movilización política que condujeron al triunfo de los bolcheviques en 1917, al
proclamado inicio de la construcción del socialismo en la Unión Soviética,
empeño que con particularidades se desplegó también en China y Europa Oriental.
En un
momento crítico de aquel proceso ideológico y político, caracterizado por más
de 100 años de ascenso prácticamente ininterrumpido del movimiento político de
masas, se produjo un evento político inesperado y negativo cuya magnitud logró
revertir los avances alcanzados en un siglo de luchas revolucionarias; se trató
del stalinismo que dio lugar a un sin número de tendencias negativas que al
combinarse con la hostilidad imperialista, dieron al traste con la Unión
Soviética y con el socialismo real, que en su caída arrastró a la izquierda
tradicional europea, asiática y latinoamericana.
Mientras
que, superado el período fascista, en la Unión Soviética ciertas corrientes del
partido comunista fracasaban al impulsar reformas para deshacerse de la rémora
stalinista y no sólo dejaron sin resolver los problemas acumulados, sino que
generaron otros; en el occidente europeo, floreció un extraordinario movimiento
obrero formado por poderosas organizaciones sindicales asociadas a los no menos
influyentes partidos comunistas, socialdemócratas y socialcristianos, proceso
que con matices y escalas propias alcanzó a Iberoamérica y los Estados Unidos.
Como si
hubiera existido un conjuro diabólico, en cuestión de meses, los partidos de
izquierda y las centrales obreras integrados por millones de afiliados,
simpatizantes y activistas que en prácticamente toda Europa Occidental eran
capaces de movilizar a decenas de millones de trabajadores, paralizar mediante
huelgas a ramas y países enteros, retar electoralmente a la derecha e imponerle
condiciones a los gobiernos y a los capitalistas, desaparecieron sin dejar
apenas rastro.
No debe
dejar de anotarse que la existencia de elementos aislados que reivindican la
certidumbre de algunos enfoques de Carlos Marx, no significa una conversión,
sino un reconocimiento a la viabilidad del método y la aceptación de ciertas
afirmaciones acerca del funcionamiento del capitalismo y no una tendencia a
compartir sus conclusiones políticas.
Es
demasiado pronto para alentar resultados y demasiado peligroso levantar
expectativas que pueden conducir a nuevas decepciones. Orientar a las masas no
implica necesariamente festejar sus tendencias espontaneas no pocas veces hijas
de la desesperación y del desconcierto. Allá nos vemos.
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