Viernes
17 de febrero de 2012
LA
PRECARIEDAD LABORAL,
SÍMBOLO
DE NUESTROS DÍAS
Escribe
MARCELO
COLUCCI (*)
Publicó
“ARGENPRESS”
16 de
febrero de2012
.
(*) MARCELO
COLUCCI- (1985- Argentina- Mar del Plata)
Escritor. De profesión Arquitecto Es un
conceptuado periodista que publica en diversos medios con especialidad en
temáticas de vertiente sociológica, tanto en la prensa escrita, como en muchas
páginas Web y periodismo on line.
.
El
mundo moderno basado en la industria que inaugura el capitalismo hace ya más de
dos siglos ha traído cuantiosas mejoras en el desarrollo de la humanidad. La
revolución científico-técnica instaurada y sus avances prácticos no dejan
ninguna duda al respecto. Las relaciones laborales que se constituyen en torno
a esta nueva figura histórica igualmente condujeron a adelantos en el ámbito
del trabajo.
Si bien
es cierto que en los albores de la industria moderna las condiciones de trabajo
fueron calamitosas, no es menos cierto también que el capitalismo rápidamente
encontró una masa de trabajadores que se organiza para defender sus derechos y
garantizar un ambiente digno, tanto en lo laboral como en la vida cotidiana. El
esclavismo, la servidumbre, la voluntad omnímoda del amo van quedando así de
lado. Los proletarios asalariados también son esclavos, si queremos decirlo
así, pero ya no hay látigos.
Ya a
mediados del siglo XIX surgen y se afianzan los sindicatos, logrando una
cantidad de conquistas que hoy, desde hace décadas, son patrimonio del avance
civilizatorio de todos los pueblos: jornadas de trabajo de ocho horas diarias,
salario mínimo, vacaciones pagas, cajas jubilatorias, seguros de salud,
regímenes de pensiones, seguros de desempleo, derechos específicos para las
mujeres trabajadoras en tanto madres, derecho de huelga.
A tal punto que para 1948 -no ya desde un
incendiario discurso de la Internacional Comunista decimonónica o desde
encendidas declaraciones gremiales- la Asamblea General de las Naciones Unidas
proclama en su Declaración de los Derechos Humanos que “Toda persona tiene
derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones
equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
Toda
persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria
que le asegure una existencia conforme a la dignidad humana. Toda persona tiene
derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable
de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.” Es decir:
consagra los derechos laborales como una irrenunciable potestad connatural a la
vida social.
Mal o
bien, sin dudas con grandes errores no corregidos en su debido momento pero al
menos no olvidándolos en sus idearios, los socialismos reales desarrollados
durante el siglo XX -los Estados obreros y campesinos- impulsaron y
profundizaron esas conquistas de los trabajadores. En otros términos: hacia las
últimas décadas del pasado siglo esos derechos ya centenarios podían ser
tomados como puntos de no retorno en el avance humano, tanto como cualquiera de
los inventos del mundo moderno: el automóvil, el televisor o el teléfono. Por
cierto no sólo en los países socialistas: las conquistas laborales son ya
avances de la humanidad. Pero las cosas cambiaron. Y demasiado. Cambiaron
demasiado drásticamente, a gran velocidad en estas últimas décadas.
Con la
caída del bloque soviético y el final de la Guerra Fría el gran capital se
sintió vencedor ilimitado. En realidad no fue que “terminaron la historia ni
las ideologías”, como el triunfalista discurso del momento lo quiso presentar:
en todo caso, ganaron las fuerzas del capital sobre las de los trabajadores, lo
cual no es lo mismo. Ganaron, y a partir de ese triunfo -la caída del muro de
Berlín, vendido luego en fragmentos, es su patética expresión simbólica-
comenzaron a establecer las nuevas reglas de juego.
Reglas,
por lo demás, que significan un enorme retroceso en avances sociales. Los
ganadores del histórico y estructural conflicto -las luchas de clases no han
desaparecido, aunque no esté de moda hablar de ellas- imponen hoy las
condiciones, las cuales se establecen en términos de mayor explotación, así de
simple (y de trágico). La manifestación más evidente de ello es, seguramente,
la precariedad laboral que vivimos.
Todos
los trabajadores del mundo, desde una obrera de maquila latinoamericana o un
jornalero africano hasta un consultor de Naciones Unidas, graduados
universitarios con maestrías y doctorados o personal doméstico semi analfabeto,
todos y todas atravesamos hoy el calvario de la precariedad laboral.
Aumento
imparable de contratos-basura (contrataciones por períodos limitados, sin
beneficios sociales ni amparos legales, arbitrariedad sin límites de parte de
las patronales), incremento de empresas de trabajo temporal, abaratamiento del
despido, crecimiento de la siniestralidad laboral, sobreexplotación de la mano
de obra, reducción real de la inversión en fuerza de trabajo, son algunas de
las consecuencias más visibles de la derrota sufrida en el campo popular. El
fantasma de la desocupación campea continuamente; la consigna de hoy, distinto
a las luchas obreras y campesinas de décadas pasadas, es “conservar el puesto
de trabajo”.
A tal
grado de retroceso hemos llegado que tener un trabajo, aunque sea en estas
infames condiciones precarias, es vivido ya como ganancia. Y por supuesto, ante
la precariedad, hay interminables filas de desocupados a la espera de la migaja
que sea, dispuestos a aceptar lo que sea, en las condiciones más desventajosas.
¿Progresa el mundo? Visto desde la lógica de acumulación del capital: sí,
porque cada vez acumula más. Visto de las grandes mayorías trabajadoras:
¡definitivamente no! Por el contrario, se vive un claro retroceso.
Según
datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alrededor de un cuarto
de la población planetaria vive con menos de un dólar diario, y un tercio de
ella sobrevive bajo el umbral de la pobreza. Hay cerca de 200 millones de
desempleados y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y
suficiente. Lacras como la esclavitud (¡esclavitud!, en pleno siglo XXI -se
habla de cerca de 30 millones en el mundo-) o la explotación infantil continúan
siendo algo frecuente y aceptado como normal.
El
derecho sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres
trabajadoras es peor aún: además de todas las explotaciones mencionadas sufren
más todavía por su condición de género, siempre expuestas al acoso sexual, con
más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas), eternamente
desvalorizadas. Definitivamente: si eso es el progreso, a la población global
no le sirve.
¿Qué
hacer ante todo esto? Resignarnos, callarnos la boca y conservar mansamente el
puesto de trabajo que tenemos, o pensar que la lucha por la justicia es
infinita, y es un imperativo ético no bajar los brazos. Si optamos por lo
segundo, podemos:
•
Informar pormenorizadamente de lo que está pasando aprovechando todos los
canales alternativos, contar las cosas desde otra perspectiva, ya que los
medios de comunicación oficiales presentan la noticia según los intereses
políticos y económicos del poder.
• Crear
foros de debate para discutir sobre las injusticias y el reparto de la riqueza
en el mundo, para ver cómo sensibilizar y hacer tomar conciencia a las grandes
masas respecto a estas problemáticas.
•
Movilizar a la gente por medio de la manifestación y huelga en protesta por los
recortes sociales.
•
Conocer y hacer conocer en detalle, exigir y reivindicar la Tasa Tobin para
redistribuir mejor la riqueza mundial.
•
Globalizar las resistencias, unir nuestras fuerzas, apoyarnos mutuamente en
nuestras reivindicaciones y denuncias.
•
Retomar banderas históricas de la lucha sindical, hoy caída prácticamente en el
olvido, desvalorizada y cooptada por un discurso patronalista.
Si es
cierto -siguiendo el análisis hegeliano- que “el trabajo es la esencia
probatoria del ser humano”, hoy, dadas las actuales condiciones en que vivimos,
ello no parece muy convincente. De nosotros, de nuestra lucha y nuestro
compromiso depende hacer realidad la consigna que “el trabajo hace libre”.
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