A
PROPÓSITO DE “NUESTRO DEBER ES LUCHAR”:
DEFENDAMOS
EL DESTINO DEL HOMBRE
Escribe
PAQUITA
ARMAS FONSECA (*)
Fuente: CubaDebate
17 de
marzo 2012
.
(*) PAQUITA ARMAS FONSECA-Periodista cubana Licenciada en
periodismo por la Universidad de Oriente de 1977. Especializada en periodismo
cultura. Colabora permanente con el
diario digital cubano “La Jiribilla”.
.
Raúl
Carbonell es uno de esos cubanos jacarandosos que saben hacer un poco de todo.
Trabaja lo mismo arreglando problemas de plomería que ajustando un aire
acondicionado. Lee periódicos, revistas, libros, ve los noticieros y gusta de
conversar sobre temas variopintos.
Hace
poco la llave de mi fregadero empezó a gotear y lo llamé. Quienes me conocen
saben que tengo obsesión con el agua y él también, por supuesto. Llegó, le hice
café y mientras trabajaba porque se le rompió algo que yo no entiendo,
comenzamos a hablar de que si para mí es más importante el agua que el
petróleo. Sin la primera no se puede vivir, sin la segunda habría que renunciar
a buena parte del desarrollo humano, pero habría vida.
Raúl se
detuvo a paladear el café y me dijo “¿Tú crees que solo ahora el ser humano se
ha sentido en peligro? ¿No se han buscado soluciones en otros momentos? No es
que sea tan optimista, pero algo habrá que inventar”.
Y a
continuación me dijo: “nunca antes había existido un desarrollo de la ciencia
como hoy. Ya estamos cerquita de una vacuna contra el SIDA y se acabará esa
desgracia”. Le comenté que todavía no se había descartado que el SIDA fuera un
arma biológica desarrollada en los años 80. “Creo como tú que el avance
científico de los últimos años es proporcionalmente superior a todo lo que se logró
en siglos completos anteriores, pero ese mismo avance depende de en las manos
de quien esté. Las bombas atómicas que hoy tiene Israel son considerablemente
más potentes que las que tiraron los norteamericanos en Japón en 1945. A veces
miro desde mi ventana y con horror pienso en qué haría si en el horizonte viera
subir una suerte de hongo de humo, que avanzara hacia nosotros, lo que dicen
los científicos que sucederá si en cualquier parte del planeta lanzan una
potente bomba atómica”.
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Portada del libro de Fidel |
Esta
conversación sostenida en una casa cualquiera entre dos terrícolas ocurría unas
horas antes de que se presentara el volumen Nuestro deber es luchar,
transcripción de un intenso diálogo entre escritores, científicos y otros
intelectuales con Fidel en el contexto de la 21a Feria internacional del libro.
Más de cien profesionales de 22 países se reunieron con el líder cubano para
hablar de este mundo patas arriba que nos rodea.
Coincidentemente
con el aniversario 129 del deceso de Carlos Marx, este 14 de marzo tuvo lugar
un hecho sin precedentes: en 11 ciudades del mundo de cuatro continentes se
presentaba este texto, a la vez que se transmitía vía Internet y se colgaba en
el sitio Cubadebate para poderlo descargar. El volumen corregido y traducido a
varias lenguas es un grito de guerra por salvar el planeta. Internet en este
caso es una muestra de lo útil que puede ser para romper el control mediático
en poder de las grandes transnacionales y al uso que se le dio en esta
oportunidad no se le conocen antecedentes.
En cada
lugar donde se presentó el libro, intelectuales y científicos hablaron de la
urgencia de que todas las personas tomen conciencia de los peligros a los que
está sometida la Tierra desde que desaparezca en un holocausto nuclear hasta
que por el despilfarro de las sociedades consumistas cada día mueran más
personas de sed, como sucede ya en África.
La
terrible brecha existente entre los más ricos y los más pobres es actualmente
de tal magnitud que indica el camino hacia la autodestrucción. En uno de sus
acertados artículos, el filósofo argentino Atilio Borón decía que este puede
ser el siglo de Marx porque aquella diferencia abismal entre una clase social y
otra, que describió magistralmente en el Manifiesto Comunista, hoy se ha
multiplicado de una manera asombrosa. Lo cierto es que lejos de caminar, como
decían los revisionistas de principio del siglo XX, a sociedades burguesas más
equitativas y justas, ha sido todo lo contrario y hoy, ¿por que no confesarlo?
pocas posibilidades veo de salvar la Tierra.
En 1974
Fidel decía: “La humanidad del futuro tiene retos muy grandes en todos los
terrenos. Una humanidad que se multiplica vertiginosamente, (…) que ve con
preocupación el agotamiento de algunos de sus recursos naturales, (…) que
necesitará dominar la técnica, y no solo la técnica sino incluso hasta los
problemas que la técnica pueda crear, como son los problemas, por ejemplo, de
la contaminación del ambiente. Y ese reto del futuro solo podrán enfrentarlo
las sociedades que estén realmente preparadas”. Y a los jóvenes nos convocaba
cuando añadía: “(…) y nosotros debemos aspirar a que nuestro pueblo esté
realmente preparado”.
Dieciocho
años después en Brasil, en la Cumbre de la Tierra volvía a alertar: “Si se
quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor
las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos
despilfarros en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en
gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de
vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional
la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese
toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación.
Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el
hombre”.
En 2012
en el diálogo con los intelectuales, devenido el libro Nuestro deber es luchar
terminó diciendo: “Hay que luchar (…) no nos podemos dejar vencer por el
pesimismo. Es nuestro deber”.
Quizá
entonces mi vecino Raúl tenga razón. Tal vez el terrícola encuentre una manera
de no ser barrido de la faz de su casa. Para eso, como dice Fidel hay que
luchar pero en todos los lugares, desde los grandes despilfarradores del mundo
desarrollado hasta el paseante en una playa que bota una lata de cerveza vacía
al mar, o quien deja perder el agua por no ajustar una tuerca.
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