REFORMA
LABORAL
E INGENIERÍA GENÉTICA
E INGENIERÍA GENÉTICA
Escribe
SANTIAGO
ALBA RICO (*)
Madrid
15-M/”La Calle del Medio”
Publica
“Rebelión”
17 de
marzo de 2012
.
(*)
Santiago Alba Rico (1960 Madrid) Es un escritor, ensayista y filósofo español nacido
en Madrid en 1960. Cursó filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.
Entre 1984 y 1991 fue guionista de tres programas de televisión española
Actualmente vive en Túnez. De formación marxista y de izquierdas, ha publicado
varios libros. Ofrece una visión antropológica sobre cómo actúa y qué es una
sociedad de consumo y sus consecuencias.
.
Aceptamos
con tanta naturalidad en Europa la expresión “mercado laboral” que se nos
olvida lo que realmente representa: el hecho de que los brazos y las piernas,
el cerebro con todas sus neuronas, el cuerpo en general y, por así decirlo, el
tiempo específicamente humano (tan distinto del tiempo geológico o del tiempo
de los insectos) es objeto de compra-venta y, por lo tanto, de manipulaciones,
desplazamientos, explotación y consumo, como si se tratase de una silla, una
máquina o una mula.
Cuando
hablamos en Europa de “reforma del mercado laboral” estamos hablando, en
consecuencia, de algo muy serio. Durante décadas el liberalismo nos ha
advertido contra todos los proyectos totalitarios de “ingeniería social”
orientados a imponer modelos de relaciones humanas contradictorios con la
“naturaleza”. Frente a la tentativa de regular modos de propiedad e intercambio
colectivos, el liberalismo han pretendido siempre que “lo natural” es que los
individuos acudan al mercado no sólo a comprar su casa, su ropa y su comida
sino también a venderse a sí mismos.
Una
“reforma del mercado laboral” es en realidad algo mucho más profundo y radical
que, por ejemplo, una reforma del código penal; no trata de introducir cambios
en los procedimientos de regulación “social” sino en la naturaleza misma. No es
ingeniería social sino “ingeniería genética”. Reformar el mercado laboral es
reformar -utilicemos una imagen literaria- la dimensión de los brazos, la
flexibilidad de las cinturas, la capacidad de movimiento, la duración del
tiempo. Toda reforma del mercado laboral es una reestructuración de la
“naturaleza humana”.
Como sabemos,
llamamos “crisis” a la dificultad de los ricos para mantener el crecimiento
global sin aumentar el sufrimiento y la pobreza particulares. Y como sabemos,
la solución capitalista a la crisis capitalista pasa siempre por tocar,
alterar, forzar, reinventar la “naturaleza humana”. Toda la maquinaria de
extracción de beneficios parasita esa cosa frágil, diminuta, limitada, que es
el cuerpo humano, con su necesidad de cuidados y reposo.
Cada
cierto tiempo hace falta “reformarlo” para que los bancos, las empresas, las
multinacionales, no se vengan abajo y con ellas los propios seres humanos que
han tomado como rehenes. Sabemos lo que quiere decir “reformar a los hombres”.
En Italia gobierna un dictador, en su sentido etimológico romano: ha sido
nombrado por los mercados, no elegido por el pueblo, para afrontar una
“situación de excepción”. Europa es ya, en este sentido estricto, una
“dictadura”, aunque podamos seguir entrando en los centros comerciales y viendo
pornografía en internet.
Esta
dictadura exige, como bien lo ha expresado el primer ministro italiano, Mario
Monti, que los jóvenes renuncien a la “monotonía” de “un trabajo fijo” y con
ella a todas esas supersticiones, defendidas fanáticamente durante siglos de
luchas y sacrificios, que se llaman “derechos”: unos ingresos “fijos”, una casa
“fija”, una salud “fija”, unos hijos “fijos” y todas esas primitivas “fijezas”
que han hecho excesivamente “estable”, y hasta aburrida, la existencia de los
ciudadanos de Europa tras el fin de la segunda guerra mundial.
Quizás
lo más hiriente del discurso de Monti, boca de ganso de los mercados, es que
pretenda reivindicar el retorno de Europa al paleolítico o, por lo menos, al
Tercer Mundo como una progresista “lucha contra la monotonía” que respondería a
la demanda de emociones de los jóvenes y que debería, por tanto, colmar sus más
íntimos deseos. El “mercado laboral” es sin duda ya el lugar más emocionante
del planeta, más que Disneyworld y desde luego mucho más que la guerra en
Afganistán.
Ese es
el modelo “natural” -la montaña rusa y el bombardeo- que la economía
capitalista trata de aplicar a las sociedades humanas. Modificados
genéticamente en el mercado, los trabajadores y parados europeos aprenderán a
morirse antes, a comer menos veces, a estudiar menos años, a soportar sin
analgésicos el dolor, a dormir bajo un techo precario y ajeno.
Pero
“crisis” quiere decir también “decisión”; es el momento en el que se decide si
claudicamos ante la “naturaleza” o nos rebelamos contra ella para restablecer
la Humanidad: la solidaridad con los otros pueblos, el derecho a una vida digna
para todos, la democracia sin excepciones. También el sentido de las
proporciones; es decir, el molde de lo posible o, como insiste el ecologismo,
de “lo sostenible”. En 1974, el genial poeta, escritor y director de cine Pier
Paolo Pasolini escribió un poema de título “Recesión”. En él se evocan algunos
de los aspectos antropológicos de la pobreza que Italia acababa de dejar atrás,
de la pobreza que esperaba a Italia en el futuro.
Visto
desde la televisión en color, desde las vitrinas llenas de luces y de
mercancías baratas, desde las calles pobladas de automóviles rutilantes, visto
-en fin- desde el chisporroteo de plásticos de una sociedad de nuevos ricos,
ese pasado que vendrá podría parecer mortecino y deprimente, aunque también,
tocado por la nostalgia pasoliniana, muy hermoso: volveremos a ver, dice el
poeta, “calzones con remiendos”, “crepúsculos sobre barrios vacíos de coches”,
“viejos sentados en muros como en sillones de senador”; los niños sabrán que
“es escasa la sopa” y “qué significa un pedazo de pan” y en las noches sin
alumbrado urbano “se escucharán los grillos y los truenos” y quizás la
“mandolina” de un joven recién regresado de Alemania o de Turín.
El
aire, sigue Pasolini, tendrá “sabor a trapos mojados” y los trenes “pasarán de
tanto en tanto como en un sueño”; y ciudades enormes estarán llenas de gente
que camina “con ropa gris y en los ojos una demanda que no es de dinero sino
solo de amor, solamente de amor”. En los últimos cuatro versos Pasolini da, de
pronto, un hachazo y una lección. Está uno a punto de apetecer ese mundo
apagado del “subdesarrollo” del que tan trabajosamente salió la Europa de la
postguerra mundial;
Ese
mundo en el que “los bandidos tendrán el rostro de otro tiempo” e “irán armados
sólo de cuchillos” y en el que sus madres albergarán “noches de luna en los
ojos”; está uno a punto de apetecer el retroceso de la “recesión” cuando
Pasolini inflige al lector un brutal anticlimax y deja claro su desprecio por
esa belleza polvorienta; para inmediatamente, en una especie de cabriola
poético-política, levantarnos de nuevo del suelo y reivindicar como elección lo
que no podemos aceptar como catástrofe. He aquí -para terminar- esos últimos
cuatro versos:
Pero
basta con esta película neorrealista.
Hemos abjurado de todo lo que representa.
Revivir esa experiencia solo vale la pena
si luchamos por un mundo de verdad comunista.
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