LA CRISIS
CERCENA VIDAS EN ITALIA
Escribe
PABLO
ORDAZ (*)
Fuente:
“BLOGspot”
Publico
“El Pais” Madrid
24
abril de 201.
.
(*)
PABLO ORDAZ , Periodista de reportajes en “El Pais” de Madrid, desde los años
’90. Fue correspnsal en Mexico, Centroamerica y el Caribe. Actualmente cumple
esa función en Italia y Ciudad del Vaticano.
Si hay
una palabra prohibida, esa es suicidio. Mucho más para las sociedades —como la
italiana, como la española— que desde siglos han vivido a la sombra ética y
estética de la religión. A pesar de que a los suicidas siempre se les negó un
lugar en el cielo, en el camposanto y en los periódicos, los italianos se están
quitando la vida por motivos económicos. A un ritmo de dos al día.
Un
pequeño empresario y un trabajador se sienten empujados diariamente a las vías
del tren o a la horca por la desesperación que les provoca la crisis. No se
llega todavía al récord espantoso de los griegos —1.725 suicidios en los dos
últimos años—, pero la progresión es tan alarmante que hasta el primer ministro
Mario Monti, tan católico, nombró al diablo por su nombre. “Todos los días
luchamos para evitar caer en el dramático precipicio de Grecia, con tantos
empleos perdidos y tantos suicidios”, dijo.
No hablaba, por una vez, de la dichosa prima
de riesgo o del déficit de las cuentas públicas. Hablaba por fin del coste
humano. De Vicenzo, de 28 años, o de Roberto, de 62, que se ahorcaron agobiados
por las deudas. O de Mario, de 59, que huyó de la crisis pegándose un tiro en
el pecho.
La
situación es tan dramática que, la noche del pasado miércoles, pequeños
empresarios y trabajadores acudieron con velas al Panteón para exigir en
silencio: “No más suicidios”. Unas horas antes, el propio Monti había admitido
públicamente que la crisis está imponiendo “un precio altísimo a las familias,
a los jóvenes, a los trabajadores… A veces con experiencias que se cierran en
la desesperación”.
En los
últimos meses, raro es el día que los periódicos italianos no traen la noticia
de un pequeño empresario que se arroja a las vías del tren, de un trabajador
autónomo o de un desempleado que se ahorcan agobiados por las deudas y la falta
de salida. Según Giuseppe Bortolussi, secretario general de Cgia di Mestre, una
asociación de artesanos y pequeñas empresas, “para muchos de los que optan por
quitarse la vida, el suicidio es un gesto de rebelión contra un sistema sordo e
insensible que no acierta a entender la gravedad de la situación. Es un
verdadero grito de alarma lanzado por quien ya no puede más”.
Hay un
dato que a Bortolussi se le antoja dramáticamente representativo. De los 23
suicidios de pequeños empresarios registrados desde principios de 2012, el 40%
pertenece al Veneto, la región del noreste de Italia que siempre ha sido un
motor de desarrollo económico basado en la pequeña y mediana empresa. Los
llamados “suicidios económicos” están provocados por un cóctel fatal formado
por los rezagos de la vieja Italia y la nueva crisis global.
La
lentitud de la burocracia, la dificultad para tratar con bancos y
administraciones”, según se puso de manifiesto a la vera del Panteón, “se unen
ahora a empresas endeudadas, pagos que se retrasan y jamás llegan… El pequeño
empresario se ve abocado a despedir a personas con las que ha trabajado toda la
vida, a verdaderos amigos, incluso a familiares… Intenta aguantar hasta que un
día ya no puede resistirlo y…”
Todo
parece indicar que la situación seguirá agravándose. De ahí que al menos cinco
asociaciones —desde Cáritas a organizaciones empresariales— ya hayan puesto en
marcha servicios de ayuda psicológica a emprendedores y trabajadores en apuros.
La más representativa, la que solo con el título lo dice todo, se creó el
pasado lunes en Vigonza, en la provincia de Padua, a 25 kilómetros al oeste de
Venecia. Su nombre: “Asociación de familiares de empresarios suicidados”.
El
horizonte es muy oscuro. Sobre la mesa se van agolpando informes, el uno más
pesimista que el otro. En los últimos tres meses, 146.000 empresas italianas
echaron el cierre. Y el temporal no ha pasado. Según la asociación de
comerciantes, 2012 será el peor año de la crisis y, según el Gobierno, hasta
2013 no se quebrará la tendencia.
Desde el punto de vista del consumo, no se
estaba tan mal desde los años de la posguerra. La mitad de las familias, dicho
por el propio Monti, tienen problemas para salir adelante. Si en junio de 2011,
el 28% de los italianos aún conseguía ahorrar algo al mes, ahora solo es un 9%.
El 87% ya ha recortado en la cesta del supermercado y ya hay más de un millón y
medio de familia abocadas a la caridad.
No
sería extraño, por tanto, que los datos de suicidios que arroja el último
estudio de Eures —el portal europeo de la movilidad profesional— se llegaran a
agravar: durante 2010 se suicidaron 362 desempleados y 336 empresarios o
autónomos. Y eso que, entonces, ni la economía estaba tan mal ni existía
todavía en Italia una nueva clase de desheredados, esos que aquí llaman
esodati.
Vincenzo
Sgroi es uno de ellos. Su caso ilustra muy bien la angustia de muchas familias.
Es uno de los 500 prejubilados de La Posta, el servicio de correos que también
actúa como caja de ahorros. Aceptó renunciar a la indemnización de 70.000 euros
que le ayudaría a llegar hasta la jubilación a cambio de que uno de sus hijos
tuviera la oportunidad de colocarse, fijo, en la empresa pública. Un sistema
muy discutido por los sindicatos, que lo consideran medieval.
En tanto, fueron llegando la crisis primero y
el Gobierno de Monti después. Vincenzo se encontró con que el puesto fijo de su
hijo es solo a tiempo parcial —15 días trabajando y 15 en casa— y que el sueldo
no llega a los 700 euros. Pero lo más grave es que la reforma de las pensiones
puesta en marcha por el nuevo Gobierno le ha alejado el horizonte de la
jubilación. Cuando aceptó la prejubilación, solo le quedaba un año para
jubilarse; ahora le quedan cuatro… Toda la impotencia se refleja en su rostro,
en su pregunta: “¡¿Qué hago yo ahora?!”
Él y
otros 65.000 prejubilados —350.000 según los sindicatos— creían que habían
llegado por fin a la orilla de la tranquilidad y ahora se encuentran a tres o
cuatro años de la costa, en aguas más frías y más profundas que nunca, sin
fuerzas para aprender a nadar, con la vida arruinada. Todo el sufrimiento que
se reúne en las ojeras de Vincenzo, toda la sensación de haber sido estafado,
se convierte en un factor de riesgo. Es el grito de Italia contra la crisis. Un
grito dramático. El disparo de una escopeta puesta del revés. El silbido de un
tren que se acerca en medio de la noche…
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