LA ERA POST-ESTADOUNIDENSE
Escribe
IMAD
FAWZI SHUEIBI (*)
Damasco
(Siria)
Fuente
“Red Voltaire”
26
junio de 2012
.(*) IMAD FAWZI SHUEIBI (SIRIA) Filósofo y geopolítico. Presidente del Centro de Estudios
Estratégicos y Documentación (Damasco, Siria).
La
buena noticia de finales del siglo XX fue la desaparición de la URSS como
imperio capaz de imponer su ley en Europa central. La mala noticia fue la
supervivencia de Estados Unidos como imperio capaz de imponer su ley en Europa
occidental, América Latina y otras partes del mundo. El renacimiento de Rusia y
el despertar de China conducen inexorablemente a la aparición de un Nuevo Orden
Internacional, en el que ya habrá lugar para el anacrónico imperio
estadounidense.
En ese
sentido, los estrategas se interrogan sobre la manera de limitar les
enfrentamientos característicos de los periodos de transición. Para el doctor
Imad Shuebi, los nuevos líderes del mundo, Pekín y Moscú, están actuando con
precaución en aras de prevenir una guerra mundial, aunque prevén una serie de
sangrientos conflictos regionales.
Hablar
de era post-estadounidense ha dejado de ser hoy en día la expresión de un deseo
piadoso o de un simple punto de vista político. En 1991, cuando abordé ese tema
en mi libro Le Nouvel Ordre Politique Mondial [El Nuevo Orden Político
Mundial], se trataba de una especie de análisis prospectivo que parecía
imposible de creer en aquel entonces. La incredulidad estaba determinada por
varios fenómenos que en epistemología se conocen como el obstáculo del
conocimiento común o la resistencia al cambio.
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Nassim Nicholas Taelb |
En
aquel momento, mi reflexión constituía una ruptura epistemológica, algo que
Nassim Nicholas Taelb designaría posteriormente con el término «teoría del
cisne negro», o también como «pensamiento lateral» [1]. Yo señalaba entonces
–de hecho aún sigue siendo así– que las Grandes Potencias no mueren en sus
camas. El peligro que representa la muerte de ese tipo de Estados reside en el
hecho que están en posesión, simultáneamente, de armas nucleares y de un
importante pasivo histórico y estratégico. Y esas son cosas que no se borran
sino que subsisten en el fondo de las conciencias y de los recuerdos de esas
naciones.
Los
funcionarios rusos y chinos nunca lo ocultaron y tampoco se trataba de un
exceso de candor –contrariamente a lo que escribió Zbigniew Brzezinski– cuando
llegaron a la conclusión de que eran inevitables el ascenso de Rusia y China y
el declive de Estados Unidos, pero que este último no debía ser demasiado
brusco [2] . Para las grandes potencias, la ruptura no es una opción. Pueden
fracasar, pero no derrumbarse. La realidad es que ese tipo de potencias sólo
pueden ser disueltas.
Zbigniew
Brzezinski lo admite, pero le parece poco probable que el mundo quede bajo el
dominio de un único sucesor –ni siquiera de China–, algo en lo cual estamos de
acuerdo, por el momento, como mismo estamos de acuerdo en que la fase de
desorden global y de incertitud nacional empeoró tanto en 2011 que nos hallamos
ahora bajo la amenaza de un espantoso caos.
Los
estadounidenses, al igual que los chinos y los rusos, sienten temor de esa
posibilidad, pero para ciertos Estados aventureros –como Francia y varios
países del Medio Oriente– la perspectiva de perder su condición de potencia
regional hace temer un aumento del riesgo de desestabilización. Las Potencias
fuertes temen el caos, mientras que las Potencias débiles a veces apuestan por
el caos con tal de desconcertar a las Potencias fuertes, con la esperanza de
hacerlas retroceder en el escenario internacional con pérdidas mínimas.
La
evolución hacia un nuevo orden internacional se aceleró notablemente durante
los años 2011 y 2012, en la medida en que sólo hubo un corto lapso de tiempo
entre el momento en que Putin anunció el fin de la unipolaridad, precisando
incluso que las potencias emergentes no estaban listas aún para asumir el
relevo, anuncio emitido en el marco de la Cumbre del grupo BRICS sobre la
formación de un Nuevo Sistema Económico y Bancario (el Banco BRICS) [3].
El
hecho que Rusia y China alzaran la voz no sólo dio como resultado dos dobles
vetos [en el Consejo de Seguridad de la ONU] sino que ha puesto a esos dos
países a desempeñar el papel de motor en la actual dinámica del Mediterráneo
oriental, lo cual significa indudablemente el fin de la historia estadounidense
en la región y que es actualmente imposible para las diferentes partes aspirar
a ningún tipo de nueva repartición.
La
declaración de Obama, a principios de 2012, sobre la Nueva Estrategia Americana
que preconiza «estar alertas y atentos en el Mediterráneo oriental» se parecía
mucho a un reconocimiento de la nueva correlación de fuerzas en la región,
paralelamente al armamento del vecindario inmediato de China. Las declaraciones
de Hillary Clinton desde Australia se vieron además como la continuación de aquellas
palabras sobre un enfrentamiento con China, y la respuesta de China fue
simplemente: «Nadie puede impedir que salga el sol chino».
Ante
esas diferentes declaraciones estadounidenses, China no esperó al año 2016 para
dar una muestra de su nuevo poderío. Se apresuró, por el contrario, a
pronunciarse a favor de un nuevo orden multipolar –retomando los términos
utilizados por los rusos – visto como un Orden Internacional basado en dos ejes
alrededor de cada uno de los cuales se hallarían varias polos. Sólo que el eje
chino-ruso sería ascendente mientras que el otro sería ascendente.
Se ha
hecho evidente que la agravación del conflicto ha representado una profunda
sacudida para la diplomacia estadounidense, tanto que esta última se vio
obligada –en abril de 2012– a tocar retirada, al menos verbalmente, y a
precisar que no estaba en guerra fría con China. Esto último se producía
después de un encuentro entre el primer ministro chino y Kofi Annan.
Al
emisario de la ONU y de la Liga Árabe se le hizo saber entonces que China y
Rusia se han convertido en las primeras Potencias, la primera y la segunda
respectivamente, y que está obligado a coordinar con ellas. El propio Annan,
como testigo del mundo unipolar que estuvo vigente de 1991 hasta principios del
siglo XXI, sería igualmente testigo de la caída de aquel mundo y tendría que
admitir en lo adelante que la cuestión del Mediterráneo oriental era asunto de
Moscú y de Pekín.
Washington
acaba de vivir una década entera de guerras –periodo que se parece a la carrera
armamentista con la URSS, la llamada «guerra de las galaxias»– que, junto a
otros factores críticos, agotó a Estados Unidos y puso a ese país al borde de
la bancarrota. Esto incitó a Estados Unidos a anunciar un reposicionamiento en
la periferia de China, en un intento por desempeñar algún papel en la región
indo-pacífica. Pero tuvo que echarse atrás en sus declaraciones de una manera
que hace pensar a los observadores que ese país ya ha perdido su aureola de
superpotencia. Ya está comprobado que cuando una potencia amenaza con recurrir
a una forma de fuerza de la que sólo disponen las superpotencias, pierde dos
terceras partes de su fuerza.
El
mundo está cambiando. Estamos viendo precisamente la cristalización de ese
Nuevo Orden Internacional cuya formación se había visto pospuesta desde el
derrumbe de la Unión Soviética y cuya maduración ya se está produciendo de
forma acelerada, aunque las nuevas potencias no estén aún enteramente listas
para ello. La aceleración de los acontecimientos en el Medio Oriente ha
obligado a esos nuevos actores a sumarse rápidamente a la partida. Sin embargo,
las consecuencias del ascenso de nuevas potencias y el declive de aquellas que,
como Estados Unidos, liderearon el mundo en la etapa anterior, han de
manifestarse dentro de poco. Han de materializarse en sangrientas luchas que
sólo hallarán solución después del establecimiento del Nuevo Orden
Internacional, y con el consentimiento de los diferentes actores, según la
nueva condición de cada uno de ellos.
Imad
Fawzi Shueibi
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