RESCATANDO BANCOS
DESAHUCIANDO POBRES
Escribe
MANUEL CAÑADA (*)
Publicó: Rebelión
30 junio de 2012
(*) MANUEL CAÑADA (España) Estudió en Colegio la Reina, vive en Málaga Trabaja actualmente de Educador Social en un IES de Extremadura. Forma parte,
en condición de afiliado, del PCE, Izquierda Unida y CGT.Escritor y Periodista.
Columnista en varios medios de la prensa on line (KAOSen laRED,”Rebelion”
La Trastienda, Colectivo por los Derechos Sociales. entre otros.
Yo pregunto a los economistas políticos, a los moralistas,
si han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la
miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infancia, a la
ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta para
producir un rico.
12 de junio de 2012, Barriada de Juan Canet en Mérida. No
son todavía las nueve de la mañana y un grupo de policías antidisturbios,
pertrechados de escopetas lanza pelotas, custodian el rápido desalojo de
muebles en una vivienda social. Se trata de uno de los 16 desahucios consumados
en el último mes y medio en Extremadura. Bocachas expectantes velando las
puertas y cunas extraviadas en plena calle.
Una mujer, inquilina hasta el momento de ese piso, suplica
sin éxito que le dejen entrar en la casa a coger el biberón para dar de comer a
su hijo. No, no llega a estos barrios la salmodia del interés superior del
menor ni hay espacio en los suburbios para melindres compasivos. “Nos tratan
como a terroristas”, dice una mujer mayor, consumida de rabia. Hace ya tiempo
que dejó de extrañarnos la presencia de los antidisturbios y de los GEOS en las
barriadas miseria. Es la guerra sorda, la ofensiva de los ricos contra los
pobres, la guerra social que viene.
Un desahucio cada tres días. La Junta de Extremadura, dueña
de casas y juez de intemperies, ha convertido el desalojo en la guía de su
política de vivienda. 764 expedientes de desahucio abierto y, de ellos, según
se nos anuncia, 90 de ejecución inminente. Esto ocurre en una región que ronda
los 150000 parados, más de 60000 de ellos sin subsidio alguno y cuando el
número de personas acogidas a los programas de alimentos de Cáritas no deja de
multiplicarse.
Un tsunami de marginación y miseria avanza a boca llena y,
mientras tanto, el gobierno extremeño pone en marcha la ruleta de los
desahucios. “Sólo entran en mi casa los 426 euros del paro y tengo que pagar
143 de alquiler. ¿Como pretenden que pague otro recibo atrasado?”, dice una de
las mujeres amenazadas de expulsión. “A mí no me quieren aplicar las
minoraciones de alquiler porque dicen que tengo deudas anteriores”, se queja
otro vecino. “¿Tú crees que hay derecho a que te amenacen con echarte a la
calle por tener una deuda de 800 euros?”. Se acumulan las historias de
incertidumbre y miedo.
La Junta, propietaria
de las casas, moviliza policías y jueces para acobardar pobres, pero no parece
demostrar la misma diligencia ni energía para cumplir sus obligaciones como
casera. Los ascensores dejaron de funcionar hace mucho tiempo en muchos bloques
y los barrios se llenan de cucarachas, pero el ejemplar gobierno de Extremadura
sólo piensa en hacer caja y, sobre todo, en la más rentable de las inversiones:
el miedo. La viña del poder, siempre amasada con miedo.
Esta vileza institucional del desahucio como herramienta
política se produce en un país que cuenta con 4 millones de viviendas vacías y,
casi un millón de ellas, en manos de los bancos como consecuencia del saqueo
hipotecario. España, campeona europea de gentes sin casa y, al tiempo, casas
sin gente. El mismo país en el que mientras tiburones como Rodrigo Rato o
Miguel Ángel Fernández Ordóñez se van de rositas dejando pufos de 23000
millones de euros (Bankia) o agujeritos financieros de más de 100000 millones
(banca española), se arroja a la calle a familias por el grave delito de haber
“ocupado ilegalmente” la vivienda de la que era titular la abuela de uno de los
cónyuges.
En la comunidad autónoma donde el empresario más grande,
Alfonso Gallardo, aún no ha devuelto los 10 millones de euros adelantados para
el fracasado engendro refinero y donde cada pasajero del aeropuerto fantasma de
Badajoz le cuesta 37 euros a las arcas públicas, sin embargo se extorsiona a
gentes sin recursos para que paguen la insignificante deuda atrasada o se le
corta el agua a familias con niños pequeños.
“Nadie va a dormir en
la calle”, dicen los políticos funcionarios de la Junta de Extremadura. Y es
cierto. A pesar de ellos, más allá de la razón burocrática, existe la humanidad
de las familias que se encargará de acogerlos aunque, para ello, hayan de
hacinarse 15 personas en una vivienda de 90 metros, como ha ocurrido en uno de
los casos de la barriada Bellavista.
“No vamos a parar los
desahucios, de ninguna de las maneras. Además nos están felicitando por ello”,
dice jubiloso Víctor del Moral, Consejero de Vivienda de la Junta de
Extremadura.
Es ahí, en ese perturbador argumento, donde se encuentra la clave
de esta oleada de desahucios. Todo un discurso populista que habla de las
barriadas más machacadas como el reino de los televisores de plasma y los
muebles de diseño, y que repite machaconamente términos como conducta
antisocial acabando por presentar como un problema de orden público lo que no
es sino una expresión radical de injustica social. También aquí, tras la chaladura
de los desahucios colectivos se encuentra el “inveterado conflicto entre ricos
y pobres por el derecho a la ciudad” (Mike Davis).
En 2005, estallaba la rebelión de las banlieu parisinas y
Sarkozy rescataba el viejo argumentario clasista-higienista: “Hace falta una
gran manguera para barrer a la chusma”. La chusma, la morralla, los bajos
fondos, los vagos y maleantes, los quinquis de ayer y los canis de hoy, el
miedo al suburbio oscuro, restaurado una y otra vez.
A la veterana
criminalización de la pobreza se suma el darwinismo social, importado de
Estados Unidos e inyectado en vena en las últimas décadas. Ya no hay pobres,
sino fracasados. Desapareció el marginado, ya no quedan en el lenguaje de la
selva capitalista más que perdedores e inadaptados sociales.
Un espeso silencio cómplice acompaña los desahucios. Y en
los foros de los periódicos supura el odio contra los pobres. “Es lo único
bueno que ha hecho el PP desde que gobierna en Extremadura”, dice un justiciero
anónimo.
“Venga, daros prisa en echar la escoria, que a este paso aún llegan al
invierno”, añade otro enigmático valiente. Es el lumpen y todo vale. Los que
mandan conocen bien el miedo a la proletarización de las clases medias y se
aprestan a parasitar la zozobra de quienes intuyen el final de la gran milonga
de consumismo e individualismo propietario.
Enrique de Castro, el párroco de Entrevías, viene hablando
hace años de un nuevo concepto, el de la pobreza rentable. Desde los 90, mucha
gente empezó a vivir de la pobreza en la poderosa “industria de lo social”. Hoy
resulta más evidente aún la utilidad que el poder concede a la pobreza como
instrumento de cohesión y disciplina de la ciudadanía.
En Novecento, la hermosa película de Bertolucci que narra la
historia del siglo XX en Italia, aparece la historia del desahucio de Orestes,
un jornalero al que los patronos echan de la casa incumpliendo el contrato.
Cuando llegan “los diablos a caballo”, que así denominan los obreros a la
policía de la época, los campesinos y campesinas se arman de palos y se tienden
en el suelo para apoyar al compañero y resistir a la expulsión.
“Nos quieren echar, bajad rápido os necesitamos”, urgen los
jornaleros más conscientes. Desde el río, uno de los pequeños propietarios de
tierras, que está cazando patos, anima a la policía a intervenir contra los
contestatarios: “Váyanse de aquí, villanos.
Muchachos, hay que enseñarles que
la propiedad no se toca, la propiedad es inviolable”. El relato del desahucio
sirve en la película para explicar el origen del fascismo en Italia. Observando
la brutalidad e inhumanidad de los desahucios masivos de estos días y la
liquidación sistemática de derechos sociales, parece que el vientre que parió
aquella cosa bestial todavía está fecundo.
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