ANTINUCLEARES
SE RADICALIZAN EN JAPÓN
Escribe
MARC
HUMBERT (*)
Les
Blogs du Diplo
Publicó:
“Rebelion”
20 de
agosto 2012
(*) MARC HUMBERT es profesor de la Universidad
de Rennes, investigador de CNRS [Centro Superior de Investigaciones Científicas
francés] y profesor invitado de la Universidad Ritsumeikan, Kyoto.
¿Cómo
puede ser que tantos japoneses ordinarios, decenas de miles de personas
mayores, de jóvenes, de madres de familia, de artistas, de intelectuales, etc.,
salgan a la calle todas las semanas para expresar su desacuerdo con el gobierno
a propósito de su política nuclear? El Japan Times, periódico anglófono fundado
en 1897 y vinculado al Asahi Shimbun, publicó en portada el pasado 30 de julio
el siguiente titular: “Los manifestantes antinucleares rodean el Parlamento”
(“Antinuke demonstrators encircle Diet”).
Las
primeras líneas del artículo precisaban: “Cientos, quizá miles de personas,
entre las que había ciudadanos ordinarios y militantes antinucleares, se
reunieron […] en torno al Parlamento para aumentar la presión sobre el gabinete
del primer ministro” [1]. Había una reserva prudente sobre la cantidad de
manifestantes. ¿Autocensura?¿Presiones de origen policial o gubernamental? Unos
días después, el 6 de agosto, el editorial se titulaba “Un nuevo impulso para
el movimiento nuclear” (“New impetus for antinuke movement”). En él se lee que
todos los viernes por la noche “decenas de miles de personas” se reúnen cerca
del Parlamento y de la residencia del primer ministro, y que el 29 de julio
eran más de 10.000 según la policía y unas 200.000 según los organizadores.
Hasta
entonces, los raros japoneses que protestaban no ocupaban ni la mitad de la
calle, en pequeñas filas de cuatro o cinco personas por hilera y que se paraban
en cada semáforo para no detener la circulación. Formaban un desfile con
banderas, pero dividido en partes y sin el menor exceso. Al menor gesto
imprevisto la policía intervenía duramente, pegaba y encarcelaba. Al día
siguiente en el mejor de los casos se podía leer algunas líneas en la tercera
página de algunos periódicos, excepto, por supuesto, los grandes titulares de
Bandera Roja, el periódico del Partido Comunista japonés. Y ni una palabra
sobre las intervenciones de la policía.
Por lo
tanto, lo que está ocurriendo hoy supone un cambio radical. Una conmoción. Es
posible que estas nuevas movilizaciones, facilitadas por internet y las redes
sociales, tengan relación tanto con la inscripción en la memoria colectiva de
experiencias traumáticas de la energía nuclear y sus consecuencias con
Hiroshima y Nagasaki, como con la forma que tiene el Estado de gestionar las
catástrofes provocadas por la contaminación, en particular en el caso de
Minamata (contaminación con mercurio).
LA
ENERGÍA NUCLEAR,
A PESAR DE HIROSHIMA
La
conmemoración cada 6 de agosto del bombardeo de Hiroshima se desarrolló este
año con la presencia de un nieto del presidente estadounidense Harry S. Truman,
la persona que había dado la orden de lanzar la bomba. Tuvo encuentros con las
víctimas, rezó por los difuntos y se unió a la voluntad de ver desaparecer todo
armamento nuclear. Lo había invitado Masahiro Sadako, padre de la pequeña
Sasaki que hasta su muerte a la edad de 12 años confeccionó incansablemente
pajaritas de papel que se convirtieron en el símbolo de la esperanza de un
“nunca jamás Hiroshima”. En 1945 el pueblo japonés estaba tan harto de la
guerra llevada a cabo por los gobernantes y de tener que morir por el emperador
que optó por la democracia “aportada” por los estadounidenses.
Muchas
personas, incluso entre las víctimas de Hiroshima, no sabían a quién echar la
culpa tras los bombardeos: ¿a aquellos de quienes eran rehenes o aquellos que
les liberaron en medio de un baño de sangre y de sufrimiento? Los japoneses
prefirieron mirar hacia el futuro: tratar de obtener apoyos para aliviar la
vida cotidiana de los supervivientes y militar por la desaparición de las armas
nucleares. Por medio de su Constitución Japón se prohíbe emprender guerras y
acceder al armamento nuclear.
A pesar
de todo, el país se ha convertido en una potencia nuclear civil. Para ello tuvo
que engañar al pueblo, fascinarle con las perspectivas de crecimiento económico
y hacer unos gastos considerables en comunicación para convencerle de que el
átomo por la paz propuesto por los estadounidenses era una buena opción,
perfectamente segura. Mientras se establecía la energía nuclear civil a pesar
de las protestas silenciadas, cierta cantidad de japoneses eran víctimas de
contaminaciones industriales extremadamente graves, en particular en Minamata.
LOS
“AÑOS DE SILENCIO” EN MINAMATA
Desde
1932 en esta ciudad pequeña del sudoeste de Japón la empresa química Chisso ha
estado arrojando al mar residuos de mercurio que se han acumulado en los fondos
marinos, antes de ser transmitidos a la población a través de los peces de los
que se alimenta. Esta contaminación y sus consecuencias se conocen desde 1956:
una parte de la población padece problemas motores y deformaciones psíquicas
que empeoran con el tiempo. Los sucesivos gobiernos permitieron que la empresa
continuara libremente con sus actividades y adoptaron puntualmente algunas
medidas de fachada.
Así, en 1959 se inauguró con gran ceremonia una
purificadora de aguas, aunque no estaba situada en el lugar principal de los
vertidos. Igualmente,
el gobierno incitó a Chisso a entregar dinero (a cuentagotas) “por simpatía”
con las personas intoxicadas y reconocidas como tales, evitando de esta manera
que se cuestionara a la empresa o al gobierno. Diez años de reivindicaciones de
las víctimas, de 1959 à 1968, no llevaron a nada, lo que les valdrá la
denominación de “años de silencio”. Del mismo modo, las reclamaciones
tropezaron con un ostracismo en relación con Minamata y sus supervivientes.
A
partir de 1969 el gobierno cambia finalmente de actitud y en 1973 la justicia
confirma la responsabilidad de Chisso. Un primer acuerdo alcanzado en 1977
permitió reconocer a 3.000 víctimas, otro en 1995 cubrió a otras 10.000
personas. En 2004 el Tribunal Supremo consideró que este último era
insuficiente y se votó otro protocolo en 2009 que, aunque estaba lejos de las
recomendaciones del Tribunal, llevó a que 57.000 personas presentaran un
expediente, el doble del máximo esperado por el gobierno
DESPUÉS
DE LA CATÁSTROFE DE FUKUSHIMA
Los
japoneses están hartos. Las centrales accidentadas de Fukushima están lejos de
estar “frías”. A 60km de estas la radiactividad en el aire supera aquí y allá
las normas autorizadas para los trabajadores de la energía nuclear: ¿cómo dejar
crecer ahí a los niños sin preocuparse por su salud? Además, una parte de los
productos agrícolas que se vendieron en la región, hasta el té de Shizuoka,
contenían dosis de elementos radiactivos por encima de lo normal: la
alimentación contribuye a la acumulación de los efectos de la radiactividad en
la población. No todo el mundo dispone de los recursos económicos ni de la
energía necesarios para abandonar la prefectura de Fukushima, como han hecho
las 160.000 personas que se han marchado de ella.
Para
los japoneses al “nunca jamás Hiroshima” hay que añadir a partir de ahora
“nunca jamás Fukushima”. Para ello, más vale abandonar la energía nuclear
civil. Se querrá que los discursos sobre la seguridad sean tranquilizadores y
perentorios, como lo fueron en el pasado. El nivel de temblor de tierra
desencadenado por el tsunami estaba más allá de lo imaginable: no se había
hecho ninguna prueba para una catástrofe de estas dimensiones.
Actualmente las
autoridades concentran su atención en los medios para evitar los
encadenamientos que se han producido en Fukushima. Pero sin lugar a dudas la
próxima catástrofe tomará otro camino. Tras el accidente y las consecuencias
que perduran, las compensaciones se hacen esperar y las autoridades empiezan
por decir que no hay víctimas, como en el caso de Minamata. Al “nunca jamás
Minamata” hay que añadir también “nunca jamás Fukushima”.
Con
todo esto en las cabeza, dos terceras partes de los japoneses quieren acabar
con al energía de origen nuclear y se esfuerzan por que se oiga su voz con una
perseverancia y una tenacidad que deberían obligar a las autoridades a tener en
cuenta esta realidad. Sin lugar a dudas habrá de continuar y ampliar aún más
este movimiento para que se tomen unas decisiones que vayan en el sentido
deseado por el pueblo japonés.
El primer ministro ha prometido recibir a unos
representantes de los manifestantes (algo único en la historia de Japón),
aunque ha prevenido que también escuchará a quienes, manteniéndose en sus
trece, reclaman la reactivación de las centrales. Aunque Japón sea una
democracia, aquí el pueblo tampoco es verdaderamente soberano.
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