LA
DIMENSIÓN DE LO PROFUNDO:
EL
ESPÍRITU Y LA ESPIRITUALIDAD
Escribe
LEONARDO
BOFF (*)
Viernes
31 de AGOSTO de 2012
El ser
humano no posee solamente exterioridad, que es su expresión corporal. Ni solo
interioridad, que es su universo psíquico interior. Está dotado también de
profundidad, que es su dimensión espiritual.
El
espíritu no es una parte del ser humano al lado de otras. Es el ser humano
entero, que por su conciencia se descubre perteneciendo a un Todo y como
porción integrante de él. Por el espíritu tenemos la capacidad de ir más allá
de las meras apariencias, de lo que vemos, escuchamos, pensamos y amamos.
Podemos aprehender el otro lado de las cosas, su profundidad. Las cosas no son
solo ‘cosas’. El espíritu capta en ellas símbolos y metáforas de otra realidad,
presente en ellas pero no circunscrita a ellas, pues las desborda por todos los
lados. Ellas recuerdan, apuntan y remiten a otra dimensión, que llamamos
profundidad.
Así, una
montaña no es solamente una montaña. Por el hecho de ser montaña trasmite el
sentido de majestad. El mar evoca la grandiosidad, el cielo estrellado, la
inmensidad, los surcos profundos del rostro de un anciano, la dura lucha por la
vida y los ojos brillantes de un niño, el misterio de la vida.
Es
propio del ser humano, portador de espíritu, percibir valores y significados y
no solo enumerar hechos y acciones. En efecto, lo que realmente cuenta para las
personas no son tanto las cosas que les pasan sino lo que ellas significan para
su vida y qué tipo de experiencias que marcan, les proporcionaron.
Todo lo
que sucede porta existencialmente un carácter simbólico, o podemos decir hasta
sacramental. Ya observaba finamente Goethe: «Todo lo que es pasajero no es sino
una señal» (Alles Vergängliche ist nur ein Zeichen). Es propio de la
señal-sacramento hacer presente un sentido mayor, trascendente, realizarlo en
la persona y hacerlo objeto de experiencia. En este sentido, todo evento nos
recuerda aquello que vivenciamos y nutre nuestra profundidad.
Por eso
llenamos nuestros hogares con fotos y objetos amados de nuestros padres,
abuelos, familiares y amigos; de todos aquellos que entran en nuestras vidas y
que tienen significado para nosotros. Puede ser la última camisa usada por el
padre, que murió de un infarto fulminante con solo 54 años, el peine de madera
de la abuela querida que murió hace años, la hoja seca dentro de un libro
enviada por el enamorado lleno de saudades. Estas cosas no son sólo objetos;
son sacramentos que hablan a nuestra profundidad, nos recuerdan a personas
amadas o acontecimientos significativos para nuestras vidas.
El
espíritu nos permite hacer una experiencia de no dualidad, muy bien descrita
por el zen budismo. «Tú eres el mundo, eres el todo» dicen los Upanishad de la
India mientras el gurú señala hacia el universo. O « tú eres todo», como dicen
muchos yoguis. «El Reino de Dios (Malkuta d’Alaha o ‘los Principios Guías de
Todo’) está dentro de vosotros», proclamó Jesús. Estas afirmaciones nos remiten
a una experiencia viva más que a una simple doctrina.
La
experiencia de base es que estamos ligados y religados (la raíz de la palabra
‘religión’) unos a otros y todos a la Fuente Originaria. Un hilo de energía, de
vida y de sentido pasa por todos los seres volviéndolos un cosmos en vez de un
caos, sinfonía en vez de cacofonía. Blas Pascal, que además de genial
matemático era también místico, dijo incisivamente: «El corazón es el que
siente a Dios, no la razón» (Pensées, frag. 277). Este tipo de experiencia
transfigura todo. Todo queda impregnado de veneración y unción.
Las
religiones viven de esta experiencia espiritual. Son posteriores a ella. La
articulan en doctrinas, ritos, celebraciones y caminos éticos y espirituales.
Su función primordial es crear y ofrecer las condiciones necesarias para
permitir a todas las personas y comunidades sumergirse en la realidad divina y
alcanzar una experiencia personal del Espíritu Creador. Lamentablemente muchas
de ellas han enfermado de fundamentalismo y doctrinalismo que dificultan la
experiencia espiritual.
Esta
experiencia, precisamente por ser experiencia y no doctrina, irradia serenidad
y profunda paz, acompañada de ausencia de miedo. Nos sentimos amados, abrazados
y acogidos en el Seno Divino. Lo que nos sucede, nos sucede en su amor. La
misma muerte no nos da miedo, la asumimos como parte de la vida y como el gran
momento alquímico de transformación que nos permite estar verdaderamente en el
Todo, en el corazón de Dios. Necesitamos pasar por la muerte para vivir más y
mejor.
-
(*)LEONARDO
BOFF es un teólogo, filósofo y escritor nacido en Concordia, Estado de Santa
Catarina, Brasil Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación,
junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1985, la Congregación para la Doctrina
de la Fe, dirigida por el ya cardenal Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) le
silenció por un año por su libro La Iglesia, Carisma y Poder, que estaba en
contra de la Doctrina de la Iglesia Católica. Ha trabajado como profesor en los
campos de teología, ética y filosofía en Brasil, además de dar conferencias en
muchas universidades en el extranjero, como Heidelberg, Harvard, Salamanca,
Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín. Ha escrito más de 100 libros,
traducidos a muchas lenguas. En 1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio
Right Livelihood
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