AMÉRICA
LATINA:
LA LÓGICA INFERNAL DEL CAPITAL
Escribe
GUILLERMO
ALMEYRA (*)
Fuente:
“La Jornada” México
Publicó
“Sin Permiso”
20 de agosto 2012
(*) GUILLERMO
ALMEYRA- Argentino-mexicano, nacido en Buenos Aires. Doctor en Ciencias Políticas
(Univ. París VIII), profesor-investigador de la Universidad Autónoma
Metropolitana, unidad Xochimilco, de México. Miembro del Consejo Editor de
“SinPermiso” Columnista habitual en “La Jornada” de México. Periodista y
escritor en especial en temas históricos; en esa línea ha publicado sobre los principales
referentes del marxismo. Marx,Lenin,Trostky.
Los
Estados capitalistas dependientes que, en América Latina, tienen gobiernos
llamados “progresistas” que se rehúsan a aplicar las políticas impuestas por el
Consenso de Washington, están atrapados en un engranaje que devora
continuamente los esfuerzos en pro de un cambio económico y social y reproduce
y agrava el pasado, afirmando de paso las políticas neoliberales que esos
gobiernos declaran rechazar.
Sus
economías viven cada vez más de la exportación de commodities, sobre la base
del cultivo de unos pocos productos exportables; además, necesitan inversiones
extranjeras para impulsar una industrialización de base y la creación de
infraestructuras porque el gran capital controla el ahorro nacional y lo
exporta y los grandes capitalistas exportan legal o ilegalmente capitales y
ganancias por cientos de miles de millones de dólares.
Los
bancos, las grandes industrias exportadoras o productoras de alimentos y bienes
de consumo, incluso buena parte de la tierra están en efecto en manos extranjeras y su producción y
exportaciones son, en realidad, un comercio interno entre la matriz y diversas
filiales de empresas transnacionales.
Los
autos “argentinos”, por ejemplo, son FIAT, FORD, GM, o de otras marcas
similares, el acero “argentino” es de la transnacional Techint, los granos
exportados de Cargill, Bunge y Dreyfus, grandes transnacionales del sector y la
propiedad del gas, del petróleo, de la electricidad sigue estando en manos de
empresas extranjeras pues la cacareada “renacionalización” de YPF se limitó
meramente al control por parte del Estado del 51 por ciento de las acciones del
ex socio mayoritario –REPSOL- que continúa formando parte de la empresa, la
cual es una empresa mixta, no estatal, mientras el 68 por ciento de los
yacimientos que existen en el país son explotados por otras empresas igualmente
privadas y en su inmensa mayoría extranjeras.
PETROBRAS, por su parte, no es
brasileña sino que es una empresa mixta y lo mismo sucede con la gran mayoría
de las palancas de la economía boliviana o ecuatoriana.
Esos
gobiernos, para mantener el alto nivel de ganancias de los empresarios, deben
mantener bajo control los ingresos reales de los trabajadores, lo cual impide
un aumento mayor de la construcción de viviendas y del consumo de bienes
esenciales y, por consiguiente, mantiene una importante parte de la población
económica activa en el sector llamado “informal” (de desocupación disfrazada),
en el desempleo estructural y en la pobreza.
Los
cuantiosos subsidios estatales en realidad no tienen como principal motivación
aliviar la pobreza y asegurar un mínimo de consumo sino, sobre todo, abaratar
la mano de obra al reducir el precio de los servicios, en particular el
transporte, y de algunos “bienes salario”. Son subsidios al sector patronal
porque el Estado contiene así las demandas salariales y asegura una mano de
obra barata pero con alta productividad.
Esa
política de sostén estatal a las ganancias patronales en los tiempos de crisis,
como el actual, es insostenible y no puede impedir ni los despidos ni un nuevo
aumento de la pobreza y el número de desempleados; ni siquiera traba la
desindustrialización relativa porque, cuando la especulación se concentra sobre
el sector de granos forrajeros o alimenticios (soya, maíz, trigo) es mucho más
lucrativo poner los capitales en ese comercio que invertir a largo plazo en
mercados asfixiados por la escasa capacidad de consumo de una gran masa de su población.
Como,
por otra parte, los intentos de unificar esfuerzos, por ejemplo, en el marco
del MERCOSUR, son fructíferos sólo a mediano o largo plazo pues, por
importantes que sean, no arrojan resultados inmediatos y no hay aún una
estrecha cooperación financiera entre los países miembros ni una moneda común
y como dichos esfuerzos deben vencer los
intereses particulares de cada país, la coordinación y una posible unificación
aparecen más como una meta que como una solución inmediata.
Eso
lleva a recurrir desesperadamente a una nueva panacea: el desarrollo de la
minería, para extraer oro y metales y tierras raras, cualquiera sea el precio
social, ambiental y político. También conduce
a la reducción al máximo de los márgenes democráticos, para callar las
protestas de la sociedad y para adoptar decisiones repentinas, desde arriba e
inconsultas, chocando así con la base social de esos gobiernos y pisoteando
leyes e instituciones.
De este
modo, gobiernos que fueron el resultado directo o indirecto de movilizaciones
por la democracia y por un cambio social restringen ahora los márgenes de la
democracia y reproducen el viejo orden social, debilitándose.
No se
sale de los males del capitalismo con más capitalismo. La solución a ese nudo
gordiano nuevamente es la de Alejandro: cortarlo. Ahora bien, es imposible la
autarquía y no es posible comerse la soya y prescindir del comercio exterior.
Pero el mismo podría ser monopolizado por el Estado, que vendería la producción
en el exterior pagando en pesos a los productores.
Es
posible igualmente dar prioridad al futuro, a las próximas generaciones,
preservando el agua y el ambiente en vez de regalárselos a las mineras
extranjeras, y es factible comenzar a planificar la producción y los consumos y
a reconstruir el territorio, considerando en conjunto, con los países vecinos,
los recursos, los medios, las necesidades.
Precisamente
porque la crisis es profunda y duradera y, contrariamente a muchas fanfarronadas
dichas hasta hace poco, nuestros países no están blindados contra ella, la
alternativa es clara: seguir en este juego y hundirnos aún más o tomar medidas
radicales que puedan ayudar a una transición fuera realmente de la lógica
infernal del capital contando con el apoyo y la movilización de los
trabajadores y las poblaciones.
Eso requiere dejar de lado la arrogancia de los
ignorantes. No es tiempo para decisiones de gabinetes de tecnócratas sino de
discusión pública y democrática de lo que se debe hacer ante los grandes
problemas.
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