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AMELIA DUARTE DE LA ROSA (*) Periodista cubana
Enviada especial en Haití
26 de julio 2013
AMELIA DUARTE DE LA ROSA (*) Periodista cubana
Enviada especial en Haití
26 de julio 2013
(*) AMELIA DUARTE DE
LA ROSA, Periodista cubana. Licenciada en Periodismo de la Facultad de
Comunicación de la Universidad de La Habana. columista en “Granma
Internacional” y “La Jiribilla” amelia@granma.cip.cu
.
SI alguien emprendiera un viaje sin saber nada acerca de su
destino excepto la cantidad de víctimas que cobraron un terremoto y una
epidemia; si cargara en su maleta con unos cuantos libros de José Martí, Alejo
Carpentier, Aimeé Cesaire y Enrique Vila Matas, ropa vieja, una cámara
fotográfica y una estampa de la virgencita de la Caridad del Cobre, (resguardo
de la Fe y las calamidades); y si para colmo eligiera el optimismo y la
curiosidad de encontrar belleza en las pequeñas cosas como premisas, es
probable que a ese alguien le sucediera exactamente lo mismo que a mí cuando llegué
a Haití. Fue en el abrasado calor del diciembre caribeño cuando aterricé por
primera vez en Puerto Príncipe. Desde hacía dos años la situación del país era
titular de cabecera de casi todas las agencias de prensa, ora por el terremoto,
ora por la epidemia de cólera, ora el número de personas que a diario morían
por una causa u otra. No importaba qué fuera pero las noticias de Haití siempre
eran desastrosas. Todo indicaba que un descontrol dantesco de fatalidad se
había apoderado del país para zanjar cualquier rastro de esperanza. También en
Cuba ha persistido, por lo general, una idea distorsionada de la realidad
haitiana. En la temprana fecha de 1941 Nicolás Guillén, nuestro Poeta Nacional,
advertía —en un artículo titulado Haití: la isla
encadenada, que publicó en
Magazine de Hoy— este distanciamiento e ignorancia hacia una tierra tan
cercana. "Para la generalidad de los cubanos, Haití es una tierra
tenebrosa, sin cultura y sin espíritu. Aislada por su lengua y por el prejuicio
racial aún más que por su condición geográfica, se mantiene alejada de nuestro
conocimiento como si no se hallara a unas breves horas de avión, a unos cuantos
días por mar de Cuba". Entonces intenté ser práctica y objetiva. No quise
llevarme por los precedentes y me di a la tarea de hablar de un Haití
diferente, de un país que no estuviera todo el tiempo mancillado por la
maldición y la miseria. Con ese deseo se abrieron ante mí un sin número de
cosas maravillosas y reales. Aparecieron de a poco, con el tiempo y la
observación. Ahora
sé, que siempre han estado ahí: en su historia, su cultura,
su gente, su idiosincrasia, sus leyendas, su religión, sus modos de vida. Tampoco
fui ajena a la realidad. Haití es el país más pobre del continente y como tal
padece. Pero sufre no solo la indigencia, es víctima también de la caridad y el
abismal oportunismo de los poderosos, esos mismos que lo han despojado
históricamente de casi todo.
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