Escribe
JOSÉ PABLO FEINMANN (*)
Fuente “Pagina 12” Bs As
Domingo 11 de agosto 2013
(*) JOSÉ
PABLO FEINMANN (Buenos Aires, 1943) Es un filósofo,
docente, escritor, ensayista, guionista y conductor de radio y televisión
argentino. Es licenciado en Filosofía y fue profesor universitario en la
Universidad de Buenos Aires. Su programa recibió 5 estrellas de 5. En él despliega las
propuestas de los grandes pensadores de todos los tiempos. Con Horacio González
es autor del libro “Historia y pasión”, que reúne un fructífero diálogo entre
ambos
Cierta vez, un 6 de agosto de 1945, en distintos aviones,
dos hombres volaron sobre la ciudad de Hiroshima. Se acaban de cumplir sesenta
y ocho años del suceso. Uno era el general Paul Tibbets, comandante del
operativo. Su avión habría de lanzar la
primera bomba atómica sobre una ciudad
abierta, que vivía uno más de los difíciles días de la guerra. Pero a esa vida
se había acostumbrado. Alguna vez –pensaban– terminaría. La guerra, primero.
Los difíciles días, después. Había en esa ciudad, había en Hiroshima, todo lo
que suele haber en una ciudad, hombres buenos y malos, mujeres laboriosas,
niños que esperaban un futuro para hacerlo suyo y vivirlo con todo derecho,
ancianos que se preparaban para una muerte dulce pese al horror de los últimos
años. También había animales. Que no saben hacer algoritmos, que no saben
dividir el átomo, pero su capacidad de sufrimiento es la misma que la de
cualquier humano. Deben ser
incluidos en la masacre. El otro hombre –el que,
veremos, era muy distinto a Paul Tibbets, tan distinto como distintas fueron
sus existencias posteriores al hecho del 6 de agosto de 1945– se llamaba Claude
Eatherly y su tarea consistía en fijar el blanco preciso en que la bomba habría
de caer. Se equivocó por poco. Debía señalar un puente. Señaló un hospital. A
primera vista, uno dice qué horror: un hospital en lugar de un puente. No, en
un bombardeo normal habría sido un error imperdonable. Pero en éste no. Era lo
mismo. Tanto el Hospital como el puente desaparecieron de la realidad en cinco
minutos, o algo así. ¿Importa un minuto menos o un minutos más? Cuando Eatherly
regresó a la base, sus compañeros le dijeron –entre la sorna y el asombro–:
“¿Sabés lo que hiciste, Paul?
Günther Anders |
Mataste a 200.000 personas en cinco minutos”.
Algunos hasta lo felicitaron. Eatherly quedó paralizado. El horror y la culpa
penetraron tan hondamente en su sensible conciencia moral que jamás habrían de
salir de ahí. Que lo llevarían a la locura. Años más tarde, al Hospital Waco en
que estaba internado por graves trastornos mentales, llegó una carta
inesperada. Era del distinguido filósofo alemán Günther Anders, discípulo de
Heidegger, exiliado del nazismo, esposo de Hannah Arendt. Un hombre, también de
extrema sensibilidad, que había entregado su vida luchando contra el
armamentismo nuclear. Era, en alguna de sus partes, así: “El que precisamente
usted, y no cualquier otro de entre sus miles de millones de contemporáneos, se
haya condenado a ser un símbolo, no es culpa suya, y es ciertamente horrible.
Pero así es”
(Nota
completa de Jose Pablo Feinmann)
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