lunes, 12 de agosto de 2013

HOSPITAL Y PUENTE DESAPARECIERON DE LA REALIDAD EN CINCO MINUTOS

LOS DOS PILOTOS DE HIROSHIMA

Escribe  
JOSÉ PABLO FEINMANN (*) 
Fuente “Pagina 12” Bs As
 Domingo 11 de agosto 2013

(*) JOSÉ PABLO FEINMANN (Buenos Aires, 1943) Es un filósofo, docente, escritor, ensayista, guionista y conductor de radio y televisión argentino. Es licenciado en Filosofía y fue profesor universitario en la Universidad de Buenos Aires. Su programa recibió 5 estrellas de 5. En él despliega las propuestas de los grandes pensadores de todos los tiempos. Con Horacio González es autor del libro “Historia y pasión”, que reúne un fructífero diálogo entre ambos


Cierta vez, un 6 de agosto de 1945, en distintos aviones, dos hombres volaron sobre la ciudad de Hiroshima. Se acaban de cumplir sesenta y ocho años del suceso. Uno era el general Paul Tibbets, comandante del operativo. Su avión habría de lanzar la
 primera bomba atómica sobre una ciudad abierta, que vivía uno más de los difíciles días de la guerra. Pero a esa vida se había acostumbrado. Alguna vez –pensaban– terminaría. La guerra, primero. Los difíciles días, después. Había en esa ciudad, había en Hiroshima, todo lo que suele haber en una ciudad, hombres buenos y malos, mujeres laboriosas, niños que esperaban un futuro para hacerlo suyo y vivirlo con todo derecho, ancianos que se preparaban para una muerte dulce pese al horror de los últimos años. También había animales. Que no saben hacer algoritmos, que no saben dividir el átomo, pero su capacidad de sufrimiento es la misma que la de cualquier humano. Deben ser
Günther Anders
incluidos en la masacre. El otro hombre –el que, veremos, era muy distinto a Paul Tibbets, tan distinto como distintas fueron sus existencias posteriores al hecho del 6 de agosto de 1945– se llamaba Claude Eatherly y su tarea consistía en fijar el blanco preciso en que la bomba habría de caer. Se equivocó por poco. Debía señalar un puente. Señaló un hospital. A primera vista, uno dice qué horror: un hospital en lugar de un puente. No, en un bombardeo normal habría sido un error imperdonable. Pero en éste no. Era lo mismo. Tanto el Hospital como el puente desaparecieron de la realidad en cinco minutos, o algo así. ¿Importa un minuto menos o un minutos más? Cuando Eatherly regresó a la base, sus compañeros le dijeron –entre la sorna y el asombro–: “¿Sabés lo que hiciste, Paul?
 Mataste a 200.000 personas en cinco minutos”. Algunos hasta lo felicitaron. Eatherly quedó paralizado. El horror y la culpa penetraron tan hondamente en su sensible conciencia moral que jamás habrían de salir de ahí. Que lo llevarían a la locura. Años más tarde, al Hospital Waco en que estaba internado por graves trastornos mentales, llegó una carta inesperada. Era del distinguido filósofo alemán Günther Anders, discípulo de Heidegger, exiliado del nazismo, esposo de Hannah Arendt. Un hombre, también de extrema sensibilidad, que había entregado su vida luchando contra el armamentismo nuclear. Era, en alguna de sus partes, así: “El que precisamente usted, y no cualquier otro de entre sus miles de millones de contemporáneos, se haya condenado a ser un símbolo, no es culpa suya, y es ciertamente horrible. Pero así es”
(Nota completa de Jose Pablo Feinmann)

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