miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA GRAN INTERROGACIÓN NO ES LA MUERTE SINO QUE DEBE SER LA VIDA

LA TRANSFIGURACIÓN EN LA MUERTE

Escribe  
LEONARDO BOFF (*)
 2 de noviembre 2013

 (*)LEONARDO BOFF (BRASIL) Teólogo, filósofo y escritor Uno de los fundadores de la Teología de la Liberación. n 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Ratzinger (ex Papa) le silenció por un año por su libro “La Iglesia, Carisma y Poder” . Profesor de, ética y filosofía en Brasil. Conferencista en muchas universidades, como Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín. Escribió más de 100 libros, traducidos a muchas lenguas. En 1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right Livelihood

El día de los difuntos, el dos de noviembre, es siempre ocasión para pensar en la muerte. Se trata de un tema existencial. No se puede hablar de la muerte de una manera externa a nosotros, porque a todos nosotros nos acompaña esta realidad que, según Freud, es la más difícil de ser asimilada por el aparato psíquico humano. Nuestra cultura especialmente procura alejarla lo más posible del horizonte, pues la
Sigmund Freud
muerte niega todo su proyecto, que está asentado sobre la vida material y su disfrute etsi mors non daretur, como si ella no existiese. Sin embargo, el sentido que damos a la muerte es el sentido que damos a la vida. Si decidimos que la vida se resume entre el nacimiento y la muerte y esta tiene la última palabra, entonces la muerte tiene un sentido, diría, trágico, porque con ella todo termina en el polvo cósmico. Pero si interpretamos la muerte como una invención de la vida, como parte de la vida, entonces no es la muerte sino la vida la gran interrogación. En términos evolutivos, sabemos que, alcanzado cierto grado elevado de complejidad, la vida irrumpe como un imperativo cósmico, según el premio Nóbel de biología Christian de Duve que escribió una de las más brillantes biografías de la vida titulada Polvo Vital (1984). Pero él mismo afirma: podemos describir las condiciones de su aparición, pero no podemos definir es la vida. En mi percepción, la vida no es ni temporal, ni material ni espiritual. La vida es simplemente eterna. Ella anida en nosotros y pasado cierto lapso temporal, sigue su curso por toda la eternidad. Nosotros no acabamos con la muerte. Nos transformamos por la muerte, pues ella representa la puerta de entrada en el mundo que no conoce la
Christian de Duve
muerte, donde ya no hay tiempo sino eternidad. Permítanme dar testimonio de dos experiencias personales de la muerte, muy distintas de la visión dramática que nuestra cultura nos ha legado. Vengo de la cultura espiritual franciscana. En mis casi 30 años de fraile, pude vivenciar la muerte como san Francisco la vivenció. La primera experiencia era aquella que, como frailes, hacíamos todos los viernes a las 19:30 de la tarde: “el ejercicio de la buena muerte”. Se tumbaba uno en la cama con hábito y todo. Cada uno se ponía delante de Dios y hacía un balance de toda su vida, retrocediendo hasta donde la memoria pudiese llegar. Poníamos todo a la luz de Dios y ahí tranquilamente reflexionábamos sobre el porqué de la vida y de sus zigzag. Al final, alguien recitaba en voz alta en el corredor el famoso salmo 50 del Miserere en el cual el rey David suplicaba a Dios el perdón de sus pecados. Y también se proclamaban las consoladoras palabras de la epístola de san Juan: “Si tu corazón te acusa, recuerda que Dios es mayor que tu corazón”.

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