LEONARDO BOFF (*)
2 de noviembre 2013
(*)LEONARDO BOFF (BRASIL) Teólogo, filósofo y
escritor Uno de los fundadores de la Teología de la Liberación. n 1985, la
Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Ratzinger (ex Papa) le
silenció por un año por su libro “La Iglesia, Carisma y Poder” . Profesor de,
ética y filosofía en Brasil. Conferencista en muchas universidades, como
Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín. Escribió
más de 100 libros, traducidos a muchas lenguas. En 1997, el Parlamento Sueco le
otorgó el premio Right Livelihood
El día de los difuntos, el dos de noviembre, es siempre
ocasión para pensar en la muerte. Se trata de un tema existencial. No se puede
hablar de la muerte de una manera externa a nosotros, porque a todos nosotros
nos acompaña esta realidad que, según Freud, es la más difícil de ser asimilada
por el aparato psíquico humano. Nuestra cultura especialmente procura alejarla
lo más posible del horizonte, pues la
muerte niega todo su proyecto, que está
asentado sobre la vida material y su disfrute etsi mors non daretur, como si
ella no existiese. Sin embargo, el sentido que damos a la muerte es el sentido
que damos a la vida. Si decidimos que la vida se resume entre el nacimiento y
la muerte y esta tiene la última palabra, entonces la muerte tiene un sentido,
diría, trágico, porque con ella todo termina en el polvo cósmico. Pero si
interpretamos la muerte como una invención de la vida, como parte de la vida,
entonces no es la muerte sino la vida la gran interrogación. En términos
evolutivos, sabemos que, alcanzado cierto grado elevado de complejidad, la vida
irrumpe como un imperativo cósmico, según el premio Nóbel de biología Christian
de Duve que escribió una de las más brillantes biografías de la vida titulada
Polvo Vital (1984). Pero él mismo afirma: podemos describir las condiciones de
su aparición, pero no podemos definir es la vida. En mi percepción, la vida no
es ni temporal, ni material ni espiritual. La vida es simplemente eterna. Ella
anida en nosotros y pasado cierto lapso temporal, sigue su curso por toda la
eternidad. Nosotros no acabamos con la muerte. Nos transformamos por la muerte,
pues ella representa la puerta de entrada en el mundo que no conoce la
muerte,
donde ya no hay tiempo sino eternidad. Permítanme dar testimonio de dos
experiencias personales de la muerte, muy distintas de la visión dramática que
nuestra cultura nos ha legado. Vengo de la cultura espiritual franciscana. En
mis casi 30 años de fraile, pude vivenciar la muerte como san Francisco la
vivenció. La primera experiencia era aquella que, como frailes, hacíamos todos
los viernes a las 19:30 de la tarde: “el ejercicio de la buena muerte”. Se
tumbaba uno en la cama con hábito y todo. Cada uno se ponía delante de Dios y
hacía un balance de toda su vida, retrocediendo hasta donde la memoria pudiese
llegar. Poníamos todo a la luz de Dios y ahí tranquilamente reflexionábamos
sobre el porqué de la vida y de sus zigzag. Al final, alguien recitaba en voz
alta en el corredor el famoso salmo 50 del Miserere en el cual el rey David
suplicaba a Dios el perdón de sus pecados. Y también se proclamaban las
consoladoras palabras de la epístola de san Juan: “Si tu corazón te acusa,
recuerda que Dios es mayor que tu corazón”.
Sigmund Freud |
Christian de Duve |
No hay comentarios:
Publicar un comentario