MORARÁ
EL LOBO CON EL CORDERO
Escribe
SERGIO RAMÍREZ (*)
Fuente “La Jornada”
de México
10 de enero 2014.
(*) SERGIO RAMIREZ - Fue legislador, periodista, escritor,
analista político En 1963 publicó su primer libro en 1964 se graduó en Leyes
por la Universidad Nacional Autónoma de León. En Costa Rica fundo revista
“Repertorio” Integro la lucha contra el dictador Somoza, desde el FSLN. En
1981, derrotada la dictadura, fue VicePresidente en el gobierno de Daniel
Ortega. En el gobierno de Violeta Chamorro, fue diputado.
El año
que empieza verá una gran cosecha electoral en América Latina. Siete países
votarán para elegir a sus gobernantes: Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica,
El Salvador, Panamá y Uruguay. Y si es cierto que cada una de estas elecciones
tiene sus propias particularidades, en cuanto a la naturaleza de las fuerzas
que disputan
el poder y los proyectos políticos de cada una de ellas, hay un
denominador común que hoy puede parecer irrelevante, pero en verdad no lo es:
la transparencia con que se cuentan los votos. A lo largo de nuestra historia
recién pasada, las reglas del juego democrático se echaban al canasto de la
basura y eran sustituidas por los golpes de Estado, las dictaduras militares y
los fraudes electorales. La institucionalidad electoral ha progresado, y sin
ella la viabilidad democrática no sería posible, en un panorama cambiante,
donde se presentan novedades notables, la primera de ellas que el monopolio
político, compartido generalmente entre dos partidos tradicionales, no pocos de
ellos nacidos con la independencia en el siglo XIX, ha sido roto, como en
Presidente José "Pepe" Mujica |
Uruguay. Otros de esos partidos surgieron de profundos cambios políticos, pero
les llegó su caducidad, como en Venezuela, o han entrado en crisis, como en
Costa Rica. Esas fuerzas se volvieron obsoletas, y mientras algunas han logrado
entender los nuevos tiempos, otras han envejecido sin poder entender que las
sociedades cambian dinámicamente, y que la población se ha vuelto
estadísticamente cada vez más joven, con nuevos reclamos. Por tanto, la
democracia es una entidad viva que debe saber responder a los retos de la
modernidad. Al fin y al cabo vivimos en el siglo XXI.
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