MEGAPROYECTOS Y
REPRESIÓN
Escribe
GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ
(*) Columnista de “La Jornada”
de México.3 de junio 2014
GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ
(*) Columnista de “La Jornada”
de México.3 de junio 2014
(*) GLORIA MUÑOZ RAMÍREZ
-Directora de Desinformémonos, columnista de La Jornada y editora del
Suplemento Ojarasca. Trabajó para el periódico mexicano Punto, la agencia
alemana de prensa DPA, el periódico estadounidense La Opinión. Autora del libro
“EZLN 20 y 10: El fuego y la palabra”. La maravilla cotidiana de la lucha zapatista.
Habría abandonado en 1996 su vida en la capital federal para establecerse en
las comunidades zapatistas de Chiapas.
La ecuación es aparentemente simple: Llegan los
megaproyectos (hidroeléctricas, minas, gasoductos, proyectos eólicos y un
lamentable etcétera) a las comunidades indígenas en las que se encuentran los
recursos naturales, intentan imponerse a base de intimidación y de prebendas y
se topan con la resistencia. Viene entonces la represión, la criminalización de
la protesta, la prisión, la tortura, la desaparición, el uso del Ejército. Todo
para imponerse con la justificación de la palabra "progreso". Ante la
resistencia, el Estado salvaguarda los intereses de las empresas y éstas entran
a los territorios escoltadas por el Ejército. Esta es la fórmula que se empleó el
pasado 27 de mayo en Puebla, cuando personal y 12 máquinas de la constructora
Bonetti irrumpieron en San Juan Amecac, San Marcos, San Bartolo, Cohuecan y
Acteopan, acompañados de tanquetas del Ejército y policías estatales. El uso de
la fuerza pública para amedrentar a los pobladores que se oponen a la
construcción de un gasoducto –en Amecac ya expulsaron una vez a los empleados–
es ilegal, pues las autoridades comunitarias y ejidales no han dado permiso
para que la obra comience, dice Miriam Vargas, del Frente de Pueblos en Defensa
del Agua y de la Tierra, Morelos, Puebla y Tlaxcala. El Proyecto Integral
Morelos (PIM), del que forma parte el gasoducto, es de carácter energético y
atraviesa 80 pueblos de Morelos, Puebla y Tlaxcala. La criminalización de la
protesta no es nueva y los gobiernos afinan cada vez más los instrumentos para
llevarla a cabo. Justo en Puebla tuvo lugar recientemente el debate por la
llamada ley bala, que fue denunciada por 29 organizaciones sociales locales que
advirtieron que, sin un debate claro, profundo y público, se votó una ley que
faculta a los agentes de las instituciones policiales de la entidad para
ejercer fuerza letal, en distintas modalidades, en contra de la población,
favoreciendo un sistema de violación a los derechos humanos. La iniciativa se
modificó, pero las intenciones no, y justo dos semanas después entró el
Ejército a las comunidades.
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