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IGNACIO RAMONET(*)
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(*) IGNACIO RAMONET
(1943 España) Entre 1990 y 2008 fue director de Le Monde Diplomatique. Es
doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en
Sciences Sociales (EHESS) de París y catedrático de Teoría de la Comunicación
en la Universidad Denis-Diderot (Paris-VII). Especialista en geopolítica y
estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente imparte clases en
la Sorbona de París.
Es poco probable que los brasileños obedezcan a la procaz
consigna que lanzó Michel Platini –otrora gran futbolista y hoy politiquero
presidente de la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA)– el pasado 26
de abril: “Hagan un esfuerzo, déjense de estallidos sociales y cálmense durante
un mes”. La Copa Mundial de Fútbol comienza en São Paulo el 12 de junio para
concluir el 13 de julio
en Río de Janeiro. Y hay efectivamente preocupación. No
sólo en las instancias internacionales del deporte sino también en el propio
Gobierno de Dilma Rousseff, por las protestas que podrían intensificarse
durante el evento deportivo. El rechazo al Mundial por parte de la población ha
seguido expresándose desde junio del año pasado, cuando empezó todo con ocasión
de la Copa Confederaciones. La mayoría de los brasileños afirman que no
volverían a postular a Brasil como sede de un Mundial. Piensan que causará más
daños que beneficios . ¿Por qué tanto repudio contra la fiesta suprema del
balompié en el país considerado como la meca del fútbol? Desde hace un año,
sociólogos y politólogos tratan de responder a esta pregunta partiendo de una
constatación: en los últimos once años –o sea, desde que gobierna el Partido de
los Trabajadores (PT)– el nivel de vida de los brasileños ha progresado significativamente.
Los aumentos sucesivos del salario
mínimo han conseguido mejorar de forma
sustancial los ingresos de los más pobres. Gracias a programas como “Bolsa
Familia” o “Brasil sin miseria”, las clases modestas han visto mejorar sus
condiciones de vida. Veinte millones de personas han salido de la pobreza. Las
clases medias también han progresado y ahora tienen la posibilidad de acceder a
planes de salud, tarjetas de crédito, vivienda propia, vehículo privado,
vacaciones... Pero aún falta mucho para que Brasil sea un país menos injusto y
con condiciones materiales dignas para todos, porque las desigualdades siguen
siendo abismales. Al no disponer de mayoría política –ni en la Cámara de
diputados ni en el Senado–, el margen de maniobra del PT siempre ha sido muy
limitado. Para lograr los avances en la distribución de los ingresos, los
gobernantes del PT –y en primer lugar el propio Lula– no tuvieron más remedio
que aliarse con otros partidos conservadores (3). Esto ha creado cierto vacío
de representación y
una parálisis política en el sentido de que el PT, a cambio, ha tenido que frenar toda contestación social. De ahí que los ciudadanos descontentos se pongan a cuestionar el funcionamiento de la democracia brasileña. Sobre todo cuando las políticas sociales comienzan a mostrar sus límites. Pues, al mismo tiempo, se produce una “crisis de madurez” de la sociedad. Al salir de la pobreza, muchos brasileños pasaron de la exigencia cuantitativa (más empleos, más escuelas, más hospitales) a una exigencia cualitativa (mejor empleo, mejor escuela, mejor servicio hospitalario).(…ir a la nota completa)
una parálisis política en el sentido de que el PT, a cambio, ha tenido que frenar toda contestación social. De ahí que los ciudadanos descontentos se pongan a cuestionar el funcionamiento de la democracia brasileña. Sobre todo cuando las políticas sociales comienzan a mostrar sus límites. Pues, al mismo tiempo, se produce una “crisis de madurez” de la sociedad. Al salir de la pobreza, muchos brasileños pasaron de la exigencia cuantitativa (más empleos, más escuelas, más hospitales) a una exigencia cualitativa (mejor empleo, mejor escuela, mejor servicio hospitalario).(…ir a la nota completa)
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