Y PUEBLOS ORIGINARIOS
Fuente BLOG del autor
publica “Rebelión”
10
de junio 2014
(*) GUSTAVO DUCH GUILLOT (1965, Barcelona) licenciado en
Veterinaria y Postgrado en Dirección de Empresas. Coordinador de la revista
Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas. Ha sido director de
Veterinarios Sin Fronteras. Integra Consejo Científico de ATTAC. Escribe en
importantes medios alternativos del continente. Columnista en “La Jornada” de México.
“Me ataron a un
árbol en el bosque, me vendaron los ojos y me dijeron que iba a morir y que
ninguna persona podría encontrarme nunca más. Vertieron un líquido amargo en mi
boca y me dijeron que lo tragara. Después detonaron varios disparos cerca de
mis oídos y ya no podía escuchar nada, entonces se fueron en su automóvil”. Así
explica un muchacho guaraní, Valmir Guarani Kaiowá, como intentaron acabar con
su vida el pasado lunes 2 junio, a pocos días de que en su país se inaugure el mundial
de fútbol 2014. Un territorio, Brasil, que por el año 1500, cuando llegaron los
primeros europeos, era el hogar para más de 10 millones de
indígenas y que
ahora -explica la organización Survival- su pueblo más numeroso, precisamente
el guaraní, son solo 51.000 personas que ocuparían menos de las dos terceras
partes de todo el aforo de Maracaná donde, entre gritos y pasiones, se cerrará
el Mundial. Otros pueblos indígenas han quedado tan mermados que ni tan
siquiera podrían formar un equipo de fútbol, como los 5 supervivientes del
pueblo akuntsu en el estado de Rondônia; los 4 supervivientes del pueblo juma
en el estado de Amazonas; o los 3 supervivientes del pueblo piripkura, también
en Rondônia.Y sí, puede parecer una metáfora pero es bien cierto que los campos
de fútbol donde van a desarrollarse el mundial de Brasil son la imagen del
expolio y el robo de los territorios -selvas y bosques- donde desde siempre han
vivido los pueblos originarios y que hoy, por intereses madereros, de la
agricultura y ganadería industrial, las megarepresas hidroeléctricas, la
búsqueda y extracción de hidrocarburos y cientos de carreteras que los
atraviesan, siguen siendo destruidos a una velocidad muy superior a cualquier
sprint de un delantero centro. La supervivencia o no de estas comunidades
-algunas, voluntariamente, siguen sin entrar en contacto con nuestra
civilización- no solo depende de la voluntad política de la nación que los
gobierna (que dedica 791 millones de dólares para pagar la seguridad durante la
Copa del Mundo, una suma diez veces mayor que todo el presupuesto anual de su
Departamento de Asuntos Indígenas) si no también de quienes en otros
continentes sentados frente al televisor veremos cómo repiten hasta la saciedad
las hazañas de riquísimos deportistas. Como
canta León Gieco, “el mundo está amueblado con maderas del Brasil” y es
bastante probable que la mesa de madera donde descansa dicho televisor hubiera
sido refugio de aves, plantas, pequeños mamíferos e insectos cerca de los
estadios de Cuiabá, Brasilia o Belo Horizonte donde correrá la pelota. O por
qué no, que provenga de los más de 7,2 millones de hectáreas de plantaciones de
eucaliptos o pinos que hoy se levantan donde antes recolectaban, cultivaban y
vivían gentes nambiquaras, umutinas o parecis. (…ir a la nota completa)
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