domingo, 6 de julio de 2014

UN VIAJE AL QUE MUCHOS DE ESOS PASAJEROS ANÓNIMOS QUE HAN DEJADO TODO ATRÁS, NO SOBREVIVIRÁN

LOS NIÑOS SE VAN

Escribe SERGIO RAMÍREZ (*)
Columnista de “La Jornada” 
de México – 5 de julio 2014

(*) SERGIO RAMIREZ - A los 18 años fundó la revista “Ventana” junto con Fernando Gordillo  En 1963 publicó su primer libro en 1964 se graduó en Leyes por la Universidad Nacional Autónoma de León. En Costa Rica fundo revista “Repertorio” Integro la lucha contra el dictador Somoza, desde el FSLN. En 1981, derrotada la dictadura, fue VicePresidente en el gobierno de Daniel Ortega. En el gobierno de Violeta Chamorro, fue legislador. Ha sido periodista, analista político internacional, autor de varios libros, un referente válido en la joven historia del continente.

Hay una fantasmagoría recurrente, a la cual terminamos dando la espalda de tanto que se repite, y es la de ese ejército de emigrantes centroamericanos que tratan con permanente terquedad de alcanzar la frontera mexicana con Estados Unidos, a riesgo de maltratos, secuestros, extorsiones, humillaciones y, sobre todo, a riesgo de la vida. Es un viaje épico, pero la épica se construye con nombre de héroes, y
estos héroes del infortunio, dispuesto a alcanzar la tierra prometida a cualquier precio, no tienen nombre. Los trenes de carga en que hacen una parte del trayecto desde el sur de México, apiñados en los estribos y el lomo de los vagones, han sido bautizados como el tren de la muerte, pues es poco menos que un viaje por el infierno a través del paisaje desolado y hostil que necesitan atravesar para llegar al paraíso; un viaje al que muchos de esos pasajeros anónimos e indocumentados, que han dejado todo atrás, no sobrevivirán, desnucados a consecuencia de una caída del tren, machacados por las ruedas, asesinados en las estaciones del trayecto. Desaparecidos. Nunca nadie llegó a imaginar que
secuestrar pobres y extorsionarlos, hacerlos víctimas de represalias, tortura y asesinatos, convertirlos en toda una industria de centenares de millones de dólares, sus vidas sometidas al arbitrio de las bandas criminales que los acechan en cada recodo del camino, pudiera llegar a ser posible. Lo es. El tráfico de emigrantes en manos de los coyotes, al lado de los beneficios de las organizaciones criminales que se lucran de los secuestros, del trabajo esclavo a que los someten y de la prostitución, se coloca inmediatamente después del tráfico de las drogas en cuanto a rentabilidad. Ahora un fenómeno inusitado rompe con nuestra desidia y nos hace volver la
cabeza hacia los caminos que transitan los emigrantes. De pronto nos damos cuenta que, en lo que va de este año, cerca de 50 mil niños dejaron sus hogares, la mayoría solos, y emprendieron el camino hacia la frontera de las ilusiones, en la malsana compañía de los coyotes. Estos son los que lograron llegar a territorio de Estados Unidos. Otros miles se hayan en albergues humanitarios en México, o en camino. Y se han convertido en un problema de Estado. Un problema de seguridad nacional, afirma el gobierno de Estados Unidos. La mayoría proviene de Guatemala, El Salvador y Honduras, y en un porcentaje menor de Nicaragua.  

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