domingo, 17 de agosto de 2014

UN FORASTERO EN EL PARAÍSO PAMPEANO

LOS PODEROSOS MANDAMASES 
DE LOS AÑOS ’70 APARECÍAN PISOTEADOS 
POR EL BARRO DE LA IMPUDICIA 
Y LA COBARDÍA DE LAS ARMAS 
UNA VEZ MÁS Y PARA SIEMPRE.

 Escribe 
OSVALDO BAYER (*) 
Columnista de “Página 12” 
de Buenos Aires, Argentina.  
16 de agosto 2014

(*)BAYER OSVALDO JORGE (Santa Fe, Argentina, 18 de febrero de 1927) es un historiador, escritor y periodista. Estudió Historia en la Universidad de Hamburgo (Alemania). De regreso en la Argentina, trabajó intensamente en el canal educativo y cultural del Ministerio de Educación de la Nación. Es conocido por su activismo a favor del movimiento anarquista.“Un anarquista y pacifista a ultranza como él se autodenomina”.  


La información cubrió todo como una ola. Todo lo otro pasó a segundo plano. Había aparecido el nieto de Estela. Todo parecía una fantasía más de la realidad. Pero era la verdad. De cuerpo y alma. Había triunfado la ética una vez más. Los poderosos mandamases de los años ’70 aparecían pisoteados por el barro de la impudicia y la cobardía de las armas una vez más y para siempre. Triunfaron las
 Abuelas sobre el poder de las armas y lo injusto. Me hubiera gustado que los brutales genocidas Videla, Massera y Agosti estuvieran vivos y como periodista haberlos visitado en la cárcel para preguntarles qué sentían al verse completamente desnudos ante la aparición de Guido. Estoy seguro de que sólo hubiese escuchado rebuznos como respuesta. Desnudos, desnudos, tan poderosos antes y ahora desnudos y ya con olor a podrido. Por eso, ese día salí a caminar hacia la luz. Hacia la luz, hacia la explicación nunca encontrada de la palabra vida. Voy a buscarlo a Guillermo Hudson, le voy a dar la mano y pedirle que me acompañe. Recorreremos el camino que él transitó en su vida: nuestras pampas, nuestra tierra, con su inmensidad y sus colores, sus silencios y sus voces naturales, su gente, sus lunas, sus soles. Leo sus páginas. Allá lejos y hace tiempo. Aparece su amor entrañable, ese paisaje que lo vio desde niño, de adolescente y en plena juventud. Nos dice: “El cielo azul, la tierra parda, el pasto, los árboles, sus animales, el viento, la lluvia y las estrellas nunca me son extraños, porque en ellos estoy, de ellos soy y con ellos

me identifico. Mi carne y la tierra son una, el calor del sol y de mi sangre son uno, y uno el viento y la tempestad con mis pasiones”. Aunque dejó la pampa bonaerense a los treinta y tres años de edad, Hudson, en pensamiento, siempre estuvo allí. Oía sus pájaros, olía a la pampa, sus ojos veían todo verde, su aliento olía a pastos verdes, su vista se perdía siempre en el mismo azul de ese cielo pampeano pleno de azules y de blancas nubes, y el destello de cien mil estrellas. Mantuvo siempre toda aquella memoria de niño y de adolescente, y desde la lejanía europea lo puso todo en papel como si jamás se hubiera alejado. Cada día pasaba con la vista del recuerdo lo que había vivido en la fuerza de descubrir, de admirar, de seguir el vuelo de la mariposa, de orientarse por el trino de los gorriones y sus vuelos, de mirar el sol sin pestañear. Sí, lo silvestre. La sabiduría nata del gaucho y verlo alejarse en su caballo como si marchara al más allá ya sin regreso... El diálogo casi mudo pero sabio con el habitante de la tierra.    

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