lunes, 6 de octubre de 2014

CARTA AL PAPA FRANCISCO

 AUNQUE LA CATÁSTROFE ESTÉ DOBLANDO LA ESQUINA 
DEBEMOS SEGUIR LUCHANDO EXISTA O NO DIOS, 
SÉ QUE EN ESO ESTAREMOS DE ACUERDO.

Escribe 
JOSÉ PABLO FEINMANN (*) 
Fuente “Pagina 12” de  Buenos Aires 
5 de octubre 2014

(*) JOSÉ PABLO FEINMANN (Buenos Aires, 1943) es un filósofo, docente, escritor, ensayista, guionista y conductor de radio y televisión argentino. Licenciado en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, trabajó en ella   como profesor de esa materia. Fue  declarado hoy como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Autor entre otros de "Jorge Luis Borges y La Revolución Libertadora": Su último libro es "Filosofía política del poder mediático", en el que se sirve de la filosofía, la historia, la literatura, el cine y la televisión para su análisis. 


Estimado: Como decía Voltaire –me permitirá citar a un personaje tan poco querido en las filas de la Iglesia–, el mal se ha enseñoreado de la Tierra. Lo acaba de reconocer usted con su valiente mención a las once guerras, apenas once tragedias que hoy laceran el mundo. Digo que es valiente porque muchos viven
de la negación de las atrocidades que el liberalismo de mercado ha arrojado sobre el mundo luego de la caída del Muro de Berlín y la caída, también, de las Torres Gemelas. Estados Unidos se encuentra en una carrera armamentística liderada por el Complejo Militar Industrial y el apoyo del poder informático. Funciona así: el Complejo Militar necesita guerras para fabricar armas. Para fabricar guerras, el poder informático debe crear una situación de aguda paranoia entre la población que acabará en el pedido de ésta a sus halcones para desatar la guerra. Lo piden cuando no aguantan más del miedo o de escuchar el mensaje cotidiano amenazador. Lo mismo sucede en nuestro país con el problema de la seguridad. Hace poco escribí un cuento con un

título provocativo: “Dios es ateo”. Era simple: Dios, vestido sobriamente, con humildad, viene a la Tierra para detener las guerras. Se encuentra con alguien, toman unos vinos y le confiesa sus grandes fracasos: “No puedo hacer nada. Seguirán las guerras. El Mal me derrotó. Los hombres eligieron a Satanás. Fracasé en todo. No pude impedir que la serpiente sedujera a Eva. Que Caín matara a Abel. Salvé a los judíos de la esclavitud en Egipto. Pero, ¿a cuántos egipcios maté? ¿O no eran hombres? No respondí las acusaciones de Job.  Me limité a hablarle de mi poder. De mi infinita Creación. El necesitaba otra cosa. No se la di. No pude salvar a mi hijo. Ignoré su desesperación. Lo abandoné. La Iglesia se transformó en un Estado autoritario. No pude impedir la Inquisición. Torquemada se rió en mi cara. Menos aún pude impedir las matanzas del Nuevo Mundo. La Espada y la Cruz fueron lo mismo. Las
Cruzadas, empresas de conquistas y saqueos en mi nombre. No pude impedir que quemaran a Giordano Bruno y acallaran a Galileo. ¿Para qué seguir? No pude impedir Auschwitz. Ni las bombas atómicas. Hoy, ya no puedo impedir nada. Ni ese asunto de las Torres Gemelas. Ni Afganistán, ni Irak. Ni el terrorismo islámico. Ni que el Estado de Israel sea vengativo hasta la crueldad, que haya metido la tortura en la Constitución. Ni que el mundo sea tan desigual. Tanto, como para que algunos vivan en la abundancia y otros huyan de sus países, porque son pobres de toda pobreza o porque las dictaduras los persiguen para torturarlos y matarlos, y mueran ahogados en el mar Mediterráneo. Tratan de llegar a Europa. Pero los europeos están bien. No quieren problemas. No quieren delincuentes. Les dan la espalda. Sólo en 2014 encontraron su tumba en el Mediterráneo más de 2500 personas”. Este Dios, con esa desdichada conciencia de sí, terminaba por afirmar que ya no creía en El. Que era ateo.   

No hay comentarios: