jueves, 20 de noviembre de 2014

AYOTZINAPA O LA DISOLUCIÓN DEL ESTADO MEXICANO

EL TIEMPO ACLARÓ LA PROFUNDIDAD DEL DRAMA: 
EL ESTADO MEXICANO ES EL AUTOR DE ESTA MASACRE, 
COMO LO FUE EN  OTRAS EN LOS ÚLTIMOS AÑOS

Escribe 
ALEJANDRO NADAL (*)  
Columnista habitual en 
“La Jornada” de México  
19 de Noviembre 2014

(*)Alejandro Nadal es Doctor en Economía por la Universidad de París y Profesor de Teoría Económica del Colegio de México.  Miembro del Consejo Editor de Sin Permiso y columnista permanente en “La Jornada” de México. Conferencista y Periodista que publica en importantes medios de Europa y América. Trabaja en un libro sobre macroeconomía. Sustenta que esta no es crisis económica, sino que es estructural del sistema.

SUGERIMOS VER VIDEO SOBRE AYOTZINAPA, INICIO de COLUMNA A SU DERECHA
Los crímenes en contra de los estudiantes de Ayotzinapa muestran un proceso que está en marcha desde hace tres décadas: la disolución del Estado mexicano. La fuerza del Estado ha sido usada en innumerables ocasiones porque un Estado en desintegración siente no tener ninguna otra base para sostener el status quo. En México el Estado de todos y para todos fue una aspiración que cristalizó en algunos artículos de la
Constitución de 1917. La ofensiva en contra de esos preceptos fundamentales del Estado mexicano arrancó tan pronto concluyó el congreso constituyente de 1917. Las raíces de la disolución del Estado mexicano emanado de la Revolución de 1910 están en los pactos que frenaron la movilización de masas ligada a la lucha armada. Y aunque ya desde los años cuarenta se puso en marcha una verdadera contrarrevolución, no fue sino hasta 1982 que las clases dominantes encontraron el aliado que habían esperado. La crisis de la deuda permitió destruir los cimientos del Estado mexicano, forzando la subordinación a un nuevo modelo económico que profundizaría la explotación de las masas. Lo

que quedaba del Estado de todos fue reemplazado y sólo quedó el Estado como espacio de rentabilidad del capital. Las ‘leyes de la economía’ se convirtieron en eficaz mecanismo de dominación, leyes supuestamente objetivas frente a las que la izquierda institucional no hizo nada. Incapaz de hacer una crítica del discurso del capital (la teoría económica), se vio obligada a renunciar a la posibilidad de identificar y abrir trayectorias alternativas. No pudo o no quiso darse cuenta que esas leyes económicas del neoliberalismo representaban la degradación última de la política. El modelo económico que se impuso en México a tiros y jalones en las últimas tres décadas tiene dos características centrales. Primero, no puede ofrecer desarrollo económico y social porque el inmovilismo del Estado


es la antítesis de las lecciones de la teoría del desarrollo económico. Segundo, es un modelo diseñado para recompensar la rapacería de una clase en la que se concentra cada vez más la riqueza y el poder económico. Hoy las muestras de la desintegración se encuentran ante todo en la renuncia del Estado mexicano a ser el espacio privilegiado para dirimir controversias. No sólo en términos de proporcionar justicia a los más débiles, sino incluso para resolver los conflictos entre las diferentes esferas del capital. Para decirlo con Gramsci en su ensayo La conquista del Estado (publicado en L’Ordine Nuovo, 1919) el Estado mexicano hasta dejó de ser el espacio que unifica y disciplina a la clase dominante. Las
señales de la disolución están por todas partes. El poder ejecutivo está marcado por su ineficiencia y su profundo letargo, salvo cuando se trata de provocar y amenazar con el uso de la fuerza ‘legítima’. En las secretarías de estado se mueven papeles de un escritorio a otro, pero no hay comunicación con el mundo real. El poder judicial se ha hundido desde hace años en la corrupción y venalidad de sus funcionarios: la justicia cuesta dinero y el que no lo tiene debe olvidar sus aspiraciones de trato justo frente a la ley.    

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