EL TIEMPO ACLARÓ LA PROFUNDIDAD DEL DRAMA:
EL ESTADO
MEXICANO ES EL AUTOR DE ESTA MASACRE,
COMO LO FUE EN OTRAS EN LOS ÚLTIMOS AÑOS
Escribe
ALEJANDRO NADAL (*)
Columnista habitual en
“La Jornada” de México
19 de
Noviembre 2014
(*)Alejandro Nadal es Doctor en Economía por la Universidad
de París y Profesor de Teoría Económica del Colegio de México. Miembro del Consejo Editor de Sin Permiso y
columnista permanente en “La Jornada” de México. Conferencista y Periodista que
publica en importantes medios de Europa y América. Trabaja en un libro sobre
macroeconomía. Sustenta que esta no es crisis económica, sino que es
estructural del sistema.
SUGERIMOS VER VIDEO SOBRE AYOTZINAPA, INICIO de COLUMNA A SU DERECHA
Los crímenes en contra de los estudiantes de Ayotzinapa
muestran un proceso que está en marcha desde hace tres décadas: la disolución
del Estado mexicano. La fuerza del Estado ha sido usada en innumerables
ocasiones porque un Estado en desintegración siente no tener ninguna otra base
para sostener el status quo. En México el Estado de todos y para todos fue una
aspiración que cristalizó en algunos artículos de la
Constitución de 1917. La
ofensiva en contra de esos preceptos fundamentales del Estado mexicano arrancó
tan pronto concluyó el congreso constituyente de 1917. Las raíces de la
disolución del Estado mexicano emanado de la Revolución de 1910 están en los
pactos que frenaron la movilización de masas ligada a la lucha armada. Y aunque
ya desde los años cuarenta se puso en marcha una verdadera contrarrevolución,
no fue sino hasta 1982 que las clases dominantes encontraron el aliado que
habían esperado. La crisis de la deuda permitió destruir los cimientos del
Estado mexicano, forzando la subordinación a un nuevo modelo económico que
profundizaría la explotación de las masas. Lo
que quedaba del Estado de todos
fue reemplazado y sólo quedó el Estado como espacio de rentabilidad del
capital. Las ‘leyes de la economía’ se convirtieron en eficaz mecanismo de
dominación, leyes supuestamente objetivas frente a las que la izquierda
institucional no hizo nada. Incapaz de hacer una crítica del discurso del
capital (la teoría económica), se vio obligada a renunciar a la posibilidad de
identificar y abrir trayectorias alternativas. No pudo o no quiso darse cuenta
que esas leyes económicas del neoliberalismo representaban la degradación
última de la política. El modelo económico que se impuso en México a tiros y
jalones en las últimas tres décadas tiene dos características centrales.
Primero, no puede ofrecer desarrollo económico y social porque el inmovilismo
del Estado
es la antítesis de las lecciones de la teoría del desarrollo
económico. Segundo, es un modelo diseñado para recompensar la rapacería de una
clase en la que se concentra cada vez más la riqueza y el poder económico. Hoy
las muestras de la desintegración se encuentran ante todo en la renuncia del
Estado mexicano a ser el espacio privilegiado para dirimir controversias. No
sólo en términos de proporcionar justicia a los más débiles, sino incluso para
resolver los conflictos entre las diferentes esferas del capital. Para decirlo
con Gramsci en su ensayo La conquista del Estado (publicado en L’Ordine Nuovo,
1919) el Estado mexicano hasta dejó de ser el espacio que unifica y disciplina
a la clase dominante. Las
señales de la disolución están por todas partes. El poder
ejecutivo está marcado por su ineficiencia y su profundo letargo, salvo cuando
se trata de provocar y amenazar con el uso de la fuerza ‘legítima’. En las
secretarías de estado se mueven papeles de un escritorio a otro, pero no hay
comunicación con el mundo real. El poder judicial se ha hundido desde hace años
en la corrupción y venalidad de sus funcionarios: la justicia cuesta dinero y
el que no lo tiene debe olvidar sus aspiraciones de trato justo frente a la
ley.
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