LOS GOBIERNOS
LATINOAMERICANOS QUE REPRESENTAN
EL POLO PROGRESISTA EN UN MUNDO
TODAVÍA
DOMINADO POR EL MODELO NEOLIBERAL,
Escribe
EMIR SADER (*)
Fuente: "Página 12"
Buenos Aires,
Argentina
12 de enero 2015
(*) EMIR SADER (BRASIL 1943): Sociólogo y científico. Es
profesor Y Doctor de Ciencia Politica de la Universidad de São Paulo (USP) y de
la Universidad do Estado do Río de
Janeiro (Uerj), miembro de CLACSO
(Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales). Reseña las consecuencias del
modelo neoliberal que dejó a América Latina sumida en la precarización laboral
en su Blog que es “Carta Maior”
Desde finales del siglo pasado y, sobre todo desde comienzos
de este siglo, se han instalado en América latina gobiernos que son producto
del fracaso del neoliberalismo. En la última década del siglo XX, amplios
movimientos han resistido a los gobiernos neoliberales, hasta que, llegada la
hora de construir alternativas, hubo diferencias en el seno de la izquierda.
Algunos han preferido distanciarse de esa construcción, tanto con eslóganes de
impacto –“que se vayan todos”, de piqueteros argentinos– como con visiones
intelectualistas
–“autonomía de los movimientos sociales” o “cambiar el mundo
sin tomar el poder”. Otros se han lanzado a la disputa de la hegemonía en la
sociedad, construyendo alternativas nuevas, como en Ecuador y en Bolivia, o
concentrando fuerzas en alternativas de la resistencia al neoliberalismo, como
en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay. Pasada más de una década, es posible
evaluar el debate desde el punto de vista concreto, de las realidades políticas
existentes, y no sólo desde el punto de vista de las palabras. ¿Cuál es el
cuadro que presenta América latina en la segunda década del nuevo siglo? Por
una parte, gobiernos posneoliberales que han construido fuerzas con gran
arraigo popular, gracias a la prioridad que dan a las políticas sociales, en el
continente
más desigual del mundo. Que, a pesar de los pronósticos negativos de
algunos, han logrado constituirse en los gobiernos de más grande apoyo popular
y de más larga continuidad en el tiempo, a pesar de la profunda y prolongada
crisis internacional del capitalismo. Nadie puede sostener que la Argentina de
los Kirchner sea igual a la de Carlos Menem, ni que el Brasil de Cardoso sea igual
al de Lula y de Dilma, ni que el Uruguay previo al del Frente Amplio sea
similar al del Frente. Vale igual para Venezuela, Bolivia, Ecuador. En todos
han mejorado sustancialmente las condiciones de vida de la población, todos
esos gobiernos han articulado y fortalecido procesos de integración regional
soberanos, participan, por medio de los Brics y de los acuerdos de la Celac,
con China y con Rusia, en la construcción de un mundo multipolar, independiente
respecto de la
hegemonía imperial norteamericana. Los gobiernos posneoliberales
latinoamericanos representan el polo progresista en un mundo todavía
ampliamente dominado por el modelo neoliberal, dismimuyendo la desigualdad, la
pobreza y la miseria, mientras ella crece en el mundo. No hay como negar que son
gobiernos progresistas, democráticos y populares, apoyados por la mayoría de su
población, como nunca había ocurrido antes en la historia de esos países y del
continente. Del otro lado, los que planteaban la autonomía de los movimientos
sociales –autonomía respecto a la política, a los partidos, al Estado– no han
logrado construir ninguna fuerza mínimamente significativa en ningún país del
continente. Ni siquiera han dado cuenta de la desaparición de los piqueteros,
que habían seguido sus orientaciones. Los 20 años del surgimiento de los
zapatistas han sido conmemorados sin ningún balance de qué fuerza han
construido hoy en México, de por qué han quedado –heroicamente, es cierto–
recluidos en Chiapas, dejando de representar una referencia en la política nacional
mexicana.
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