LA
SOCIEDAD SE DIO CUENTA TAMBIÉN
DE QUE NO SOLO EXISTE INJUSTICIA SOCIAL,
SINO ADEMAS UNA INJUSTICIA ECOLÓGICA...
Escribe
LEONARDO BOFF (*)
Fuente Web del autor
Domingo
19 de Abril 2015
(*)LEONARDO BOFF (BRASIL) Teólogo, filósofo y escritor Uno
de los fundadores de la Teología de la Liberación. en 1985, la Congregación
para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Cardenal Ratzinger (ex Papa) le
silenció por un año por su libro “La Iglesia, Carisma y Poder” . Profesor de
ética y filosofía en Brasil. Conferencista en muchas universidades, como
Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín
entre otras. Escribió más de 100 libros, traducidos a diversas lenguas. En 1997,
el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right Livelihood, considerado el Nobel
Alternativo.
La
demolición teórica del capitalismo como modo de producción comenzó con Karl
Marx y fue creciendo a lo largo de todo el siglo XX con el surgimiento del
socialismo. Para realizar su propósito principal de acumular riqueza de forma
ilimitada, el capitalismo agilizó todas
las fuerzas productivas disponibles.
Pero, desde el principio, tuvo como consecuencia un alto costo: una perversa
desigualdad social. En términos ético-políticos, significa injusticia social y
producción sistemática de pobreza. En los últimos decenios, la sociedad se ha
ido dando cuenta también de que no solamente existe una injusticia social, sino
también una injusticia ecológica: devastación de ecosistemas enteros,
agotamiento de los bienes naturales, y, en último término, una crisis general
del sistema-
vida y del sistema-Tierra. Las fuerzas productivas se han
transformado en fuerzas destructivas. Lo que se busca directamente es dinero.
Como advirtió el Papa Francisco en pasajes ya conocidos de la Exhortación
Apostólica sobre la Ecología: «en el capitalismo quien manda ya no es el
hombre, sino el dinero y el dinero vivo. La motivación es la ganancia…
ganancia… Un sistema económico centrado en el dios-dinero necesita saquear la
naturaleza para mantener el ritmo frenético de consumo que le es inherente». Ahora
el capitalismo ha mostrado su verdadera cara: estamos tratando con un sistema
anti-vida humana y anti-vida natural. Y se nos plantea este dilema: o cambiamos
o corremos el peligro de nuestra propia destrucción, como alerta la Carta de la
Tierra. Sin embargo, el capitalismo persiste como el sistema dominante en todo
el globo bajo el nombre de macroeconomía neoliberal de mercado. ¿En qué reside
su permanencia y persistencia? A mi modo de ver, reside en la cultura del
capital. Eso es más que un modo de producción. Como cultura encarna un modo de
vivir, de producir, de consumir, de relacionarse con la naturaleza y con los
seres humanos, constituyendo un sistema que consigue reproducirse
continuamente, poco importa en qué cultura venga a instalarse. Ha creado una
mentalidad, una forma de ejercer el poder y un código ético. Como enfatizó
Fábio Konder Comparato en un libro que merece ser estudiado A civilização
capitalista (Saraiva, 2014): «el capitalismo es la primera civilización mundial
de la historia» (p. 19). El capitalismo orgullosamente afirma: «no hay otra
alternativa». Veamos rápidamente algunas de sus características: la finalidad
de la vida es acumular bienes materiales mediante un crecimiento ilimitado
producido por la explotación sin límites de todos los bienes naturales,
por la
mercantilización de todas las cosas y por la especulación financiera, realizado
todo con la menor inversión posible, buscando obtener mediante la eficacia el
mayor lucro posible dentro del más corto tiempo posible; el motor es la
competencia impulsada por la propaganda comercial; el beneficiario final es el
individuo; la promesa es la felicidad en un contexto de materialismo raso. Para
este propósito se apropia de todo el tiempo de vida del ser humano, no dejando
espacio a la gratuidad, a
la convivencia fraternal entre las personas y con la
naturaleza, al amor, a la solidaridad y al simple vivir como alegría de vivir.
Como tales realidades no importan en la cultura del capital, pero son ellas las
que producen la felicidad posible, el capitalismo destruye las condiciones de
aquello que se proponía: la felicidad. Y así no es sólo anti-vida sino también
anti-felicidad. Como se deduce, estos ideales no son propiamente los más dignos
para el efímero y único paso de nuestra vida por este pequeño planeta. El ser
humano no posee solamente hambre de pan y afán de riqueza; es portador de otras
hambres como hambre de comunicación, de encantamiento, de pasión amorosa, de
belleza y arte, y de trascendencia, entre muchas otras.
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