ES DE UNA
MAGNITUD HISTÓRICA QUE EL
GOBIERNO DEL
PT SACÓ DE LA MISERIA
A 36 MILLONES DE PERSONAS
CON ACCESO A BIENES BÁSICOS
DE LA VIDA.
Escribe
LEONARDO BOFF (*)
Fuente: Web del autor
Viernes 22 de mayo 2015
(*)LEONARDO BOFF (BRASIL) Teólogo, filósofo y escritor Uno
de los fundadores de la Teología de la Liberación. en 1985, la Congregación
para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Cardenal Ratzinger (ex Papa) le
silenció por un año por su libro “La Iglesia, Carisma y Poder” . Profesor de
ética y filosofía en Brasil. Conferencista en muchas universidades, como
Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín
entre otras. Escribió más de 100 libros, traducidos a diversas lenguas. En
1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right Livelihood, considerado el
Nobel Alternativo.
La
crisis política y económica que estamos viviendo nos da la oportunidad de hacer
realmente cambios profundos, como la reforma política, tributaria y agraria.
Para tener el enfoque correcto, es
importante considerar algunos puntos
previos. En primer lugar, debemos situar nuestra crisis dentro de la crisis
mayor de la humanidad como un todo, en lugar de verla dentro de esta situación
y fuera del actual curso de la historia. Pensar la crisis brasilera fuera de la
crisis mundial no es pensar la crisis brasilera. Somos un momento de un todo
mayor. En nuestro caso no escapa a la mirada ávida de los países centrales y de
las grandes corporaciones cuál será el destino de la 7ª economía mundial donde
se concentra lo principal de la economía del futuro de base ecológica:
abundancia de agua dulce, las grandes selvas húmedas, una inmensa biodiversidad
y los 600 millones de hectáreas cultivables. No le interesa a la estrategia
imperial que haya en el Atlántico Sur una nación continental como Brasil, que
no se alinee con los intereses globales y que por el contrario busque un
camino
independiente hacia su propio desarrollo. En segundo lugar, la actual crisis
brasilera tiene un trasfondo histórico que jamás puede ser olvidado,
atestiguado por nuestros mayores historiadores: nunca hubo una forma de
gobierno que diese atención adecuada a las grandes mayorías, descendientes de
esclavos, de indígenas y de poblaciones empobrecidas. Eran considerados como
peones y gente don nadie. El Estado, incautado desde el inicio de nuestra
historia por las clases propietarias, no estaba pertrechado para atender sus
demandas. En tercer lugar, hay que reconocer que, como fruto de una penosa y
sangrienta historia de luchas y de superación de obstáculos de todo orden, se
constituyó otra base social para el poder político que ahora ocupa el Estado
con sus aparatos. De un Estado elitista y neoliberal se pasó a un Estado
republicano y social que, en medio de las mayores dificultades y concesiones a
las fuerzas dominantes nacionales e internacionales, consiguió poner en el
centro a quien siempre estuvo
al margen. Es de una magnitud histórica innegable
el hecho de que el Gobierno del PT haya sacado de la miseria a 36 millones de
personas y les haya dado acceso a los bienes fundamentales de la vida. ¿Qué es
lo que quieren los humildes de la Tierra? Ver garantizado el acceso a los
bienes mínimos que les permitan vivir. Para eso sirven la Bolsa Familia, Mi
Casa Mi vida, Luz para todos y otras políticas sociales y culturales sin las
cuales los pobres jamás podrían ser
abogados, médicos, ingenieros, pedagogos
etc. Califiquen como quieran estas medidas, pero ellas han sido buenas para la
inmensa mayoría del pueblo brasilero. ¿No es la primera misión ética del Estado
de derecho garantizar la vida de sus ciudadanos? ¿Por qué los gobiernos
anteriores, de siglos, no tomaron esas iniciativas antes? ¿Fue necesario un
presidente-obrero para hacer todo eso? El PT y sus aliados consiguieron esa
hazaña histórica, no sin la fuerte oposición por parte de aquellos que en otro
tiempo despreciaron a «los considerados ceros económicos», como lo mostraron
Darcy Ribeiro, Capistrano de Abreu, José Honório
Rodrigues, Raymundo Faoro y
últimamente Luiz Gonzaga de Souza Lima, y aquellos todavía hoy siguen
despreciándolos. Algunos estratos de las clases altas privilegiadas se
avergüenzan de ellos y los odian. Hay odio de clase sí, en este país, además de
la indignación y de la rabia comprensibles, provocadas por los escándalos de
corrupción habidos en el gobierno hegemonizado por el PT. Estas élites
viejistas con sus medios de comunicación muy marcados por la ideología
reaccionaria y de derecha, apoyados por la vieja oligarquía, diferente de la
moderna más abierta y nacionalista, que en parte apoya el proyecto del PT,
nunca aceptaron un gobierno de cariz popular. Hacen de todo para inviabilizarlo
y para ello se sirven de distorsiones, difamaciones y mentiras, sin ningún
pudor.
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