miércoles, 27 de mayo de 2015

MALASIA E INDONESIA ACOGERÁN A LOS NÁUFRAGOS

MILES DE INMIGRANTES  AUN CONTINÚAN 
A LA DERIVA EN EL MAR ASIÁTICO.  
LUEGO DE LA CAMPAÑA CONTRA EL TRÁFICO HUMANO,  
PESE  A QUE UNOS 3.500 HAN SIDO RESCATADOS...


Escribe 
MÓNICA G. PRIETO(*)
 Desde Tailandia.
 Fuente 
“Periodismo Humano) 
22 de mayo 2015

(*) MÓNICA GARCÍA PRIETO, Nació en España en 1974 donde se graduó. Periodista freelance de 41 años galardonada este año con la novena edición del premio José Couso de Libertad de Prensa. Ha cubiertos guerras como  Irak, Afganistan entre otras. Ha sido corresponsal de El Mundo en Beirut y trabaja para varios medios de comunicación. Fue una de las primeras en atravesar la frontera siria para narrar desde dentro la guerra. corresponsal en Oriente Próximo


Tras expulsar a los barcos que se aproximaban a sus costas, Indonesia y Malasia han rectificado su postura: aceptarán a los desventurados por un año, hasta que la comunidad internacional les
facilite el reasentamiento. Ni Birmania, responsable del éxodo, ni Tailandia, donde actúan las mafias de trata humana que secuestran a las víctimas, participan del compromiso. Aquel barco de niños aterrados y hambrientos, de adultos demacrados que lloraban a cámara pidiendo agua y comida, se convirtió en la pelota de ping pong de la crueldad regional. Tras dos meses navegando y abandonados por la tripulación que les conducía a Malasia, sus 350 pasajeros parecían condenados a morir
en su ataúd flotante. Pidieron auxilio a cada costa a la que arribaban, pero de todas les expulsaban: contaba un superviviente que la Fuerza Naval tailandesa llegó a amenazar con dispararles si volvían a Tailandia. Pescadores de la isla de Sumatra, apiadándose de los desventurados pasajeros, les llevaron a tierra firme en sus embarcaciones contraviniendo las órdenes de la Fuerza Naval indonesia, que había prohibido
expresamente conducirles a puerto. Ocurrió el miércoles 20 de mayo, el mismo día en que Malasia, Indonesia y Tailandia celebraban una cumbre para estudiar cómo encarar una crisis de refugiados e inmigrantes perdidos en las aguas del Golfo de Bengala y el Estrecho de Malacca desde que el 1 de mayo Tailandia actuase contra las redes de tráfico humano instaladas con total impunidad en su territorio: secuestran a los pasajeros en su travesía hacia Malasia (destino final
elegido) para encerrarles en campos de la muerte donde son extorsionados. Si no pagan el equivalente a unos 2.000 dólares, quedan indefinidamente en los emplazamientos criminales sometidos a todo tipo de violencia. Muchos mueren por inanición, deshidratación o enfermedad. La aparición de uno de esos campos, con capacidad para un millar de personas, en Padang Besar, en la frontera entre Malasia y Tailandia, desató la actual crisis: en un cementerio improvisado fueron encontradas 30 tumbas. Sólo un joven, en estado de desnutrición extrema, fue hallado
campo descubierto en Padang Besar
con vida junto a dos cadáveres sin sepultar: sus captores pensaron que no aguantaría la huída y le abandonaron. El escándalo fue mayúsculo y la Junta militar que rige el país con mano de hierro ordenó la desarticulación de los campos: se calcula que cuatro similares al de Padang Besar y una veintena de instalaciones más pequeñas han sido halladas, pero como puede comprobarse en la anterior imagen, no han sido destruidas. Temerosos de ser detenidos, las mafias se vieron obligadas a cambiar su método de actuación: en lugar de atravesar Tailandia por tierra rumbo a Malasia, se quedaron en alta mar. A medida que pasaban las semanas sin que se dieran

condiciones seguras para desembarcar, las tripulaciones les fueron abandonando y miles (entre 6.000 y 10.000) quedaron abandonados entre las olas, sin comida, agua ni esperanza. Ataúdes flotantes, les llamaron las ONG, cargados con cientos de personas en riesgo de morir de hambre y sed o, simplemente, de ahogarse después de que las autoridades de Malasia, Tailandia e Indonesia anunciasen que rechazarían toda embarcación que se acercara a sus costas. En la citada cumbre, Indonesia y Malasia cambiaron su postura y se ofrecieron a acoger a quienes atracaran en sus costas por un plazo máximo de un año, siempre que fueran reasentados por la comunidad internacional en ese tiempo, y advirtiendo inicialmente que no lanzarían operaciones de rescate en alta mar. Finalmente Malasia ordenó a su Fuerza Naval que fuera en auxilio de los refugiados y días después lo hacía indonesia. Según el ministro de Exteriores indonesio, Anifah Aman, unas 7.000 personas podrían seguir en el mar, vagando en barcos de mafias, una cifra que Naciones Unidas reduce a 4.000. Imposible saber de cuántos seres humanos se trata, dado que es una actividad clandestina. 

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