MILES DE INMIGRANTES AUN CONTINÚAN
A LA DERIVA EN EL MAR ASIÁTICO.
LUEGO DE LA CAMPAÑA CONTRA EL TRÁFICO HUMANO,
LUEGO DE LA CAMPAÑA CONTRA EL TRÁFICO HUMANO,
PESE A QUE UNOS 3.500 HAN SIDO RESCATADOS...
Escribe
MÓNICA G. PRIETO(*)
Desde Tailandia.
Fuente
“Periodismo Humano)
22 de mayo 2015
(*) MÓNICA
GARCÍA PRIETO, Nació
en España en 1974 donde se graduó. Periodista freelance de 41 años galardonada
este año con la novena edición del premio José Couso de Libertad de Prensa. Ha cubiertos guerras como Irak, Afganistan
entre otras. Ha sido corresponsal de El Mundo en Beirut y trabaja para varios
medios de comunicación. Fue una de las primeras en atravesar la frontera siria
para narrar desde dentro la guerra. corresponsal en Oriente Próximo
Tras expulsar a los barcos que se aproximaban
a sus costas, Indonesia y Malasia han rectificado su postura: aceptarán a los
desventurados por un año, hasta que la comunidad internacional les
facilite el reasentamiento. Ni Birmania, responsable del éxodo, ni Tailandia, donde actúan las mafias de trata humana que secuestran a las víctimas, participan del compromiso. Aquel barco de niños aterrados y hambrientos, de adultos demacrados que lloraban a cámara pidiendo agua y comida, se convirtió en la pelota de ping pong de la crueldad regional. Tras dos meses navegando y abandonados por la tripulación que les conducía a Malasia, sus 350 pasajeros parecían condenados a morir
en su ataúd flotante. Pidieron auxilio a cada costa a la que arribaban, pero de todas les expulsaban: contaba un superviviente que la Fuerza Naval tailandesa llegó a amenazar con dispararles si volvían a Tailandia. Pescadores de la isla de Sumatra, apiadándose de los desventurados pasajeros, les llevaron a tierra firme en sus embarcaciones contraviniendo las órdenes de la Fuerza Naval indonesia, que había prohibido
expresamente conducirles a puerto. Ocurrió el miércoles 20 de mayo, el mismo día en que Malasia, Indonesia y Tailandia celebraban una cumbre para estudiar cómo encarar una crisis de refugiados e inmigrantes perdidos en las aguas del Golfo de Bengala y el Estrecho de Malacca desde que el 1 de mayo Tailandia actuase contra las redes de tráfico humano instaladas con total impunidad en su territorio: secuestran a los pasajeros en su travesía hacia Malasia (destino final
elegido) para encerrarles en campos de la muerte donde son extorsionados. Si no pagan el equivalente a unos 2.000 dólares, quedan indefinidamente en los emplazamientos criminales sometidos a todo tipo de violencia. Muchos mueren por inanición, deshidratación o enfermedad. La aparición de uno de esos campos, con capacidad para un millar de personas, en Padang Besar, en la frontera entre Malasia y Tailandia, desató la actual crisis: en un cementerio improvisado fueron encontradas 30 tumbas. Sólo un joven, en estado de desnutrición extrema, fue hallado
con vida junto a dos
cadáveres sin sepultar: sus captores pensaron que no aguantaría la huída y le
abandonaron. El escándalo fue mayúsculo y la Junta militar que rige el país con
mano de hierro ordenó la desarticulación de los campos: se calcula que cuatro
similares al de Padang Besar y una veintena de instalaciones más pequeñas han
sido halladas, pero como puede comprobarse en la anterior imagen, no han sido
destruidas. Temerosos de ser detenidos, las mafias se vieron obligadas a
cambiar su método de actuación: en lugar de atravesar Tailandia por tierra
rumbo a Malasia, se quedaron en alta mar. A medida que pasaban las semanas sin
que se dieran
condiciones seguras para desembarcar, las tripulaciones les fueron abandonando y miles (entre 6.000 y 10.000) quedaron abandonados entre las olas, sin comida, agua ni esperanza. Ataúdes flotantes, les llamaron las ONG, cargados con cientos de personas en riesgo de morir de hambre y sed o, simplemente, de ahogarse después de que las autoridades de Malasia, Tailandia e Indonesia anunciasen que rechazarían toda embarcación que se acercara a sus costas. En la citada cumbre, Indonesia y Malasia cambiaron su postura y se ofrecieron a acoger a quienes atracaran en sus costas por un plazo máximo de un año, siempre que fueran reasentados por la comunidad internacional en ese tiempo, y advirtiendo inicialmente que no lanzarían operaciones de rescate en alta mar. Finalmente Malasia ordenó a su Fuerza Naval que fuera en auxilio de los refugiados y días después lo hacía indonesia. Según el ministro de Exteriores indonesio, Anifah Aman, unas 7.000 personas podrían seguir en el mar, vagando en barcos de mafias, una cifra que Naciones Unidas reduce a 4.000. Imposible saber de cuántos seres humanos se trata, dado que es una actividad clandestina.
facilite el reasentamiento. Ni Birmania, responsable del éxodo, ni Tailandia, donde actúan las mafias de trata humana que secuestran a las víctimas, participan del compromiso. Aquel barco de niños aterrados y hambrientos, de adultos demacrados que lloraban a cámara pidiendo agua y comida, se convirtió en la pelota de ping pong de la crueldad regional. Tras dos meses navegando y abandonados por la tripulación que les conducía a Malasia, sus 350 pasajeros parecían condenados a morir
en su ataúd flotante. Pidieron auxilio a cada costa a la que arribaban, pero de todas les expulsaban: contaba un superviviente que la Fuerza Naval tailandesa llegó a amenazar con dispararles si volvían a Tailandia. Pescadores de la isla de Sumatra, apiadándose de los desventurados pasajeros, les llevaron a tierra firme en sus embarcaciones contraviniendo las órdenes de la Fuerza Naval indonesia, que había prohibido
expresamente conducirles a puerto. Ocurrió el miércoles 20 de mayo, el mismo día en que Malasia, Indonesia y Tailandia celebraban una cumbre para estudiar cómo encarar una crisis de refugiados e inmigrantes perdidos en las aguas del Golfo de Bengala y el Estrecho de Malacca desde que el 1 de mayo Tailandia actuase contra las redes de tráfico humano instaladas con total impunidad en su territorio: secuestran a los pasajeros en su travesía hacia Malasia (destino final
elegido) para encerrarles en campos de la muerte donde son extorsionados. Si no pagan el equivalente a unos 2.000 dólares, quedan indefinidamente en los emplazamientos criminales sometidos a todo tipo de violencia. Muchos mueren por inanición, deshidratación o enfermedad. La aparición de uno de esos campos, con capacidad para un millar de personas, en Padang Besar, en la frontera entre Malasia y Tailandia, desató la actual crisis: en un cementerio improvisado fueron encontradas 30 tumbas. Sólo un joven, en estado de desnutrición extrema, fue hallado
campo descubierto en Padang Besar |
condiciones seguras para desembarcar, las tripulaciones les fueron abandonando y miles (entre 6.000 y 10.000) quedaron abandonados entre las olas, sin comida, agua ni esperanza. Ataúdes flotantes, les llamaron las ONG, cargados con cientos de personas en riesgo de morir de hambre y sed o, simplemente, de ahogarse después de que las autoridades de Malasia, Tailandia e Indonesia anunciasen que rechazarían toda embarcación que se acercara a sus costas. En la citada cumbre, Indonesia y Malasia cambiaron su postura y se ofrecieron a acoger a quienes atracaran en sus costas por un plazo máximo de un año, siempre que fueran reasentados por la comunidad internacional en ese tiempo, y advirtiendo inicialmente que no lanzarían operaciones de rescate en alta mar. Finalmente Malasia ordenó a su Fuerza Naval que fuera en auxilio de los refugiados y días después lo hacía indonesia. Según el ministro de Exteriores indonesio, Anifah Aman, unas 7.000 personas podrían seguir en el mar, vagando en barcos de mafias, una cifra que Naciones Unidas reduce a 4.000. Imposible saber de cuántos seres humanos se trata, dado que es una actividad clandestina.
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