jueves, 28 de mayo de 2015

… SI ROBAS MILES DE MILLONES TE VAS DE ROSITAS

UNA VERGONZOSA DERIVA  APLASTA DERECHOS 
MÁS DÉBILES, Y  PROTEGE PRIVILEGIOS DE  PODEROSOS.
A LAS CULPAS  LAS NEUTRALIZA EL SISTEMA, 
QUE TIENE  LA CORRUPCION EN SU ADN.


Escribe 
LUIS MATÍAS LÓPEZ  (*)  
Fuente: 
Blog del autor en “Público.es” 
20 de mayo 2015

(*) LUIS MATÍAS LÓPEZ. Exredactor jefe y excorresponsal en Moscú de EL PAIS de España, miembro del Consejo Editorial de PUBLICO hasta la desaparición de su edición en papel, con la columna ¨El Mundo es un Volcán¨ en la que pretende analizar sin sectarismos la actualidad internacional, y en ocasiones la española.


El cáncer de la desigualdad y el doble rasero  se refleja en un puñado de fríos datos. La explicación  es el meollo de un libro imprescindible del periodista y escritor norteamericano Matt Taibbi publicado en
castellano por Capitan Swing: “La brecha. La injusticia en la era de las grandes desigualdades económicas.” Que el imperio está podrido no es ninguna novedad. Lo reflejan libros recientes como “El desmoronamiento”, de George Parker, “En deuda”, de David Graeber, “El problema de los supermillonarios”, de Linda McQuaig y Neil Brook y “El color de la justicia”, de Michelle Alexander. La brecha, que recoge numerosos casos individuales se centra en la denuncia de la doble vara de medir de una justicia que debería ser ciega e igual para todos,
pero que funciona según una doble escala. Fumar un porro, colarse en el metro, orinar en la calle, vagabundear, ir en bicicleta por la acera, detenerse a la entrada de casa, dormir en un parque, conducir sin carné, llevar una luz de posición rota en el coche o no pagar una multa puede hacer que cualquiera sea detenido e incluso que dé con sus huesos en la cárcel. Sobre todo si es negro, hispano o sin papeles. La brecha permite que, en la misma época en que las detenciones por delitos menores entre las minorías se multiplican, EEUU haya sufrido los megaescándalos económicos que hicieron eclosión en 2008 y sumieron al mundo en la peo
r depresión desde 1929. Han sido delitos financieros a gran escala, genocidios económicos que destruyeron el 40% de la riqueza del planeta y empobrecieron a miles de millones de personas. Pero, ¿cuántos de los responsables han dado por ello con sus huesos en la cárcel? ¿Qué ocurrió, por ejemplo, con el HSBC, el primer banco de Europa, que blanqueó miles de millones de dólares de terroristas de Oriente Próximo, de la mafia rusa y de cárteles de la droga colombianos y mexicanos responsables de 20.000 asesinatos? Pues que hubo un acuerdo de procesamiento diferido, se   suspendió de forma parcial del pago de bonificaciones a los
ejecutivos y se impuso a la entidad una multa de 1.900 millones. ¿Responsables a la trena? Ni uno solo. ¿Qué ocurrió con el Caso LIBOR, la manipulación de tipos de interés a nivel mundial que, por su magnitud, ha sido quizás el mayor escándalo financiero de todos los tiempos y que implicó a gigantes como UBS, Barclays y Royal Bank of Scotland? UBS, explica Taibbi, fue pillado con las manos en la masa, había pruebas escritas de sobornos para amañar los tipos, de modificación del precio de cientos de miles de millones de productos financieros. Pero la casa matriz –y sus directivos- se
salvaron de la quema, libres de cualquier acusación penal, aunque con una multa de 1.500 millones. Solo la filial japonesa se declaró culpable de un delito. ¿Por qué tanta comprensión? La respuesta es sencilla: como no podían alegarse motivos de equidad, el aparato de justicia recurrió a la teoría del mal menor y de los efectos colaterales, un término que Eric Holder, un hombre de Wall Street, esbozó antes de ser fiscal general con Obama. Consiste en determinar que el interés nacional implica evitar la caída de las grandes entidades financieras, porque tendría consecuencias catastróficas sobre pensionistas, empleados, accionistas y el propio sistema. Es la
doctrina de demasiado grande para caer. En varias ocasiones, antes de actuar en casos de gran repercusión económica, se consultaba a Wall Street sobre las posibles consecuencias sistémicas. Forzando límites, podría entenderse que convenía rescatar a los bancos pero ¿por qué salvar también a los banqueros que los llevaron al borde de la quiebra? El doble rasero es clamoroso incluso en el propio mundo económico. ¿Cuál fue el único banco que terminó con sus dirigentes esposados ante un juzgado de Nueva York y con el fiscal Cyrus Vance –el mismo que enchironó a Dominique Strauss
Kahn- buscando la gloria al presentarle como ejemplo de las malas prácticas que provocaron la gran recesión? Pues una pequeña entidad propiedad de chino-americanos, solvente, con un índice de morosidad del 0,5%, con la práctica totalidad de sus hipotecas pagadas puntualmente pero con algunas irregularidades en la exigencia de solvencia en los créditos y, sobre todo, perfectamente situado para convertirse en cabeza de turco. Era, en definitiva, pecata minuta en una pandemia de fraude y delincuencia económica a gran escala. Ocurría al mismo tiempo que JP Morgan Chase –otro banco demasiado grande- era pillado en operaciones de lavado de dinero negro, manipulación de tarifas energéticas, falsificación de firmas en documentos y violación de leyes antimonopolio. La factura fue alta, 16.000 millones de dólares de multa, pero los culpables se fueron de rositas.    

No hay comentarios: