miércoles, 16 de septiembre de 2015

AYOTZINAPA, LA “MENTIRA HISTÓRICA” OFICIAL

CASI  A UN AÑO DE LA DESAPARICIÓN DE 43 ESTUDIANTES,
EN MEXICO SIGUE SIN SABERSE QUÉ PASÓ Y POR QUÉ PASÓ
SOLO SE SABE QUE LAS AUTORIDADES NADA INVESTIGARON

Escribe· 
MARÍA VERZA (*) 
Fuente 
“PERIODISMO HUMANO” 
   7 de Septiembre 2015

 (*) MARÍA VERZA. Periodista española  freelance. México y sus alrededores. Corresponsal.Trabajó durante 15 años como responsable de Internacionales en la agencia de noticias Fax Press. Produçtora del doçumental“ Las Víctimas Ocultas de la Guerra del Narcotráfico. (Para exponer las historias de los niños de Ciudad Juárez, las víctimas olvidadas de la guerra contra el narco) 


Casi un año después de la desaparición de 43 estudiantes de magisterio en Iguala, al sur de México, sigue sin
saberse qué pasó y por qué pasó. Solo hay constancia de todo lo que las autoridades no investigaron y del terrible dolor que ha destrozado a las familias de las víctimas y a una sociedad que sigue clamando justicia. El grupo de expertos independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en informe de 500 páginas que echó por tierra la versión oficial de los hechos. La “verdad histórica” se convirtió en “mentira histórica”, como dijeron los padres de los desaparecidos. 

Alli se afirma que fue imposible que en el basurero de Cocula se incineraran 43 cuerpos, como dijo el gobierno de México; que los atacantes sabían que los jóvenes eran estudiantes e iban contra ellos; que el ejército y la policía federal al menos monitorearon en tiempo real todos los ataques sin hacer absolutamente nada para ayudar a los jóvenes e incluso restringieron ciertas informaciones; y que funcionarios obstruyeron la investigación y destruyeron pruebas. La Normal Rural de Ayotzinapa ha entrado en
una rutina fantasmagórica. El patio de esta escuela de maestros de Guerrero, que tras el terrible crimen de Iguala estaba plagado de gente y de solidaridad pese al inmenso dolor, se muestra ahora desolado cuando arrecia la lluvia cada tarde y el barro invade la escuela. 
El agua retumba en  el techo de lámina sobre la capilla homenaje. Las sillas vacías, las fotografías, las flores ya tienen diez meses ahí. Siguen faltando 47. Los tres normalistas asesinados, entre ellos el salvajemente desollado, Julio César Mondragón. El estudiante en coma
desde los ataques, Aldo Gutiérrez, para el que el grupo de expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha pedido apoyo médico. Y los 43 desaparecidos, entre ellos Alexander Mora, el único del que se ha encontrado e identificado un resto mediante pruebas de ADN y cuyo sueño de ser maestro rural, como dijo su hermano Hugo durante su ‘entierro’, quedo reducido a “dos fragmentos óseos”. 
Faltan también muchas explicaciones de lo que ocurrió aquella noche
a 200 km de la capital mexicana y de por qué ocurrió, sobre todo después de que la Comisión Nacional de Derechos Humanos, una entidad oficial, a los 300 días del suceso, divulgara un informe  con todo lo que la fiscalía no había hecho: desde analizar una camiseta  a hablar con testigos de los hechos. La gran mayoría de los padres sigue viviendo en la Normal, la escuela que se ha convertido en su sustento moral y económico.  “Han interrumpido sus vidas, sus familias, sus fuentes de ingresos”, explica María Cristóbal,

responsable de salud mental de Médicos sin Fronteras, una de las organizaciones que está apoyando a las víctimas.

 “Todo lo que no sea su hijo desaparecido ha pasado a segundo plano, incluida su salud”. La consecuencia, es una pesadilla continua,  sin metáforas, pese a la valentía que muestran. Algunos de esos familiares, gente humilde de Guerrero o estados vecinos, llegaron adonde nunca pensaron, a países de Europa que no saben ni colocar en el mapa pero donde fueron recibidos por manos amigas.
 Sin embargo, los gobiernos se han vuelto condescendientes con el ejecutivo de Enrique Peña Nieto. Las cuestiones económicas, como siempre, pesan más que los derechos humanos. Afortunadamente, a la Normal sigue llegando comida y apoyo, muchas veces de las redes tejidas en los  viajes de las víctimas, pero la situación no es fácil. 
El objetivo es mantenerse unidos para no perder fuerza pero la desesperanza crece. “La única opción es mantenernos juntos”, sentencia categórico Omar, uno de los normalistas superviviente de la
noche triste de Iguala, como ya se la conoce. “Mientras sus hijos no estén, no les vamos a dejar trabajar porque entonces la unidad se rompe”, asegura.  Omar conoce bien ese refrán de ‘divide y vencerás’. Y el Partido Revolucionario Institucional, que regresó al poder en 2012, lo conoce aún mejor.  En Ayotzinapa hay verdades incompletas, medias verdades, verdades fabricadas hasta una “verdad histórica”, eufemismo con el que el ex fiscal general Jesús Murillo Karam ofreció

la versión oficial de los hechos. 

Es la que dice que los muchachos querían enturbiar un acto del alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y que este ordenó a policías municipales de esta localidad y de la vecina Cocula que se deshicieran de los chicos.  La que asegura que los agentes entregaron a los jóvenes al crimen organizado y que sicarios del grupo Guerreros Unidos los llevaron a un basurero y ahí los prendieron fuego en una hoguera que duró horas y horas hasta que sus restos quedaron convertidos en ceniza y fueron arrojados al río.  Esa es la “verdad histórica” para el gobierno de  México.  

No hay comentarios: