EL PUEBLO PASO A SER EL MAYOR PROBLEMA.
EL HECHO ES POR HABER GENTE DEMÁS.
¿EL PUNTO? ¿QUÉ HACER CON TANTA GENTE?
...POR EL BIENESTAR… DE QUIENES LO MERECEN…
Escribe
BOAVENTURA DE SOUSA (*)
Fuente:
Blog del autor
en
“Público.es” España
19 de Septiembre 2015
(*) BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS. (Coímbra,
Portugal, 1940) Poeta y ensayista
portugués. Doctor en Sociología del
derecho por la Universidad de Yale, científico social y uno de los
referentes de la sociología jurídica
contemporánea. Profesor catedrático de la Facultad de Economía de la
Universidad de Coimbra (Portugal). se ha dedicado a una intensa militancia intelectual
Sus ultimos libros son ”Si Dios fuese un activista de los derechos humanos”
(Madrid, Trotta 2014) y, de próxima aparición y co-escrito con Maria Paula
Meneses “Epistemologías del Sur “(Madrid, Akal).
Algún día, cuando se
pueda caracterizar la época en que vivimos, la
principal sorpresa será que todo
se vivió sin antes ni después, sustituyendo la causalidad por la simultaneidad,
la historia por la noticia, la memoria por el silencio, el futuro por el
pasado, el problema por la solución. Así, las atrocidades bien pudieron
atribuirse a las víctimas; los agresores fueron condecorados por su valentía en
la lucha contra las agresiones; los ladrones fueron jueces; los grandes
responsables políticos pudieron
tener una cualidad moral minúscula en
comparación con la magnitud de las consecuencias de sus decisiones.
Fue una
época de excesos vividos como carencias; la velocidad fue siempre menor de lo
que debía ser; la destrucción siempre justificada por la urgencia de construir.
El oro fue la base de todo, pero estaba asentado en una nube. Todos fueron
emprendedores hasta demostrar lo contario, pero la prueba de lo contrario fue
prohibida por las pruebas a favor. Hubo inadaptados, aunque la inadaptación
apenas se
distinguía de la adaptación: tantos eran los campos de concentración
de la heterodoxia dispersos por la ciudad, por los bares, por las discotecas,
por la droga, por Facebook.
La opinión pública pasó a ser igual a la privada de
quien tenía poder para publicitarla. El insulto se convirtió en el medio más
eficaz del ignorante para ser intelectualmente igual al sabio. Se desarrolló el
modo a través del cual los envases inventaron sus
propios productos y de no
haber productos fuera de ellos. Por eso, los paisajes se convirtieron en
paquetes turísticos y las fuentes y manantiales tomaron la forma de botella.
Cambió el nombre de las cosas para que estas se olvidaran de lo que eran. La
desigualdad pasó a llamarse mérito; la miseria, austeridad; la hipocresía,
derechos humanos; la guerra civil sin control, intervención humanitaria; la
guerra civil mitigada, democracia.
La propia guerra pasó a llamarse paz para
poder ser infinita. También el Guernika pasó a ser un mero
cuadro de Picasso
para no estorbar el futuro del eterno presente. Fue una época que comenzó con
una catástrofe, pero que pronto logró convertir catástrofes en entretenimiento.
Cuando una gran catástrofe sobrevenía, parecía ser sólo una nueva serie. Todas
las épocas viven con tensiones, pero esta pasó a funcionar en permanente
desequilibrio, tanto en el ámbito colectivo como en el individual.
Las virtudes
fueron cultivadas como vicios y los vicios como virtudes. El enaltecimiento de
las virtudes o de la
cualidad moral de alguien dejó de residir en cualquier
criterio de mérito propio para convertirse en el simple reflejo del
envilecimiento, de la degradación o negación de las cualidades o virtudes
ajenas. Se creía que la oscuridad iluminaba la luz, y no al revés. Operaban
tres poderes al mismo tiempo, ninguno democrático: el capitalismo, el
colonialismo y el patriarcado; servidos por varios
subpoderes, religiosos,
mediáticos, generacionales, étnico-culturales, regionales. Curiosamente, no
siendo ninguno democrático, eran el pilar de la democracia realmente existente.
Eran tan fuertes que era difícil hablar de cualquiera de ellos sin incurrir en
la ira de la censura, la demonización de la heterodoxia, el estigma de la
diferencia.
El capitalismo, que se basaba en los intercambios desiguales entre
seres humanos supuestamente
iguales, se disfrazaba tan bien de realidad que el
propio nombre cayó en desuso. Los derechos de los trabajadores eran
considerados poco más que pretextos para no trabajar. El colonialismo, basado
en la discriminación contra seres humanos que sólo eran iguales de manera
diferente, tenía que ser aceptado como algo tan natural como la preferencia
estética.
Las presuntas víctimas de racismo y xenofobia, antes que víctimas,
eran siempre sujetos de provocación. A su vez, el patriarcado, que se
basaba en
la dominación de las mujeres y la estigmatización de las orientaciones no
heterosexuales, tenía que ser aceptado como algo tan natural como una
preferencia moral compartida por casi todos. A las mujeres, homosexuales y
transexuales había que imponerles límites si no sabían mantenerse dentro de sus
propios límites. Nunca las leyes generales y universales fueron tan impunemente
violadas y selectivamente aplicadas, con tanto respeto aparente por la
legalidad. (…)
Todo pareció estar al borde de la explosión, pero nunca explotó
porque fue explotando, y quien sufría con las explosiones o estaba muerto o era
pobre, subdesarrollado, viejo, atrasado, ignorante, prejuicioso, inútil, loco;
en cualquier caso, descartable. Era la gran mayoría, pero una insidiosa ilusión
óptica la tornaba invisible. Fue tan grande el miedo de la esperanza que la
esperanza acabó por tener miedo de sí misma y entregó a sus adeptos a la
confusión.
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