“LA VICTORIA ESTRATÉGICA”
LA VIDA DESBORDÓ
3 de Agosto de Textos
exposiciones
comentarios de:
ALBERTO ALVARIÑO,
FIDEL CASTRO
KATIUSKA BLANCO.
(ULTIMA PARTE)Todo el tiempo hablará de los combatientes por sus nombres, recordará con emoción el valor, el arrojo, la manera en que fueron alcanzando la categoría de héroes aquellos muchachos sencillos crecidos en el combate, como el Vaquerito, que ganó su nombre por las botas y el sombrerito que usaba y llegó a ser el legendario jefe del Pelotón Suicida, tan decisivo en la victoria de la Batalla de Santa Clara.
LA VERDAD SIEMPRE
El espíritu humanitario y la vocación justiciera de la Revolución cubana no es un hecho reciente, sino una esencia. El Ejército Rebelde atendía y curaba a sus prisioneros, a tal punto que alguna vez Fidel pensó que muchos de aquellos soldados integrarían el nuevo ejército tras la victoria, solo que ya para entonces había una masa nueva y pura, salida del pueblo, que se uniría a las filas de lo que serían las Fuerzas Armadas Revolucionarias: “La vida, al fin, desbordaba nuestras predicciones y sueños”, sentencia.
En esa misma línea de razonamientos, anuncia otro libro en preparación que da continuidad a éste en el sentido de que narra “la contraofensiva estratégica final del Ejército Rebelde”, un regalo enorme para él por todo lo que tiene que ver y recordar.
Se refiere a los Partes de Guerra de Radio Rebelde y enfatiza que el arma principal del Ejército Rebelde fue siempre la verdad. Lee uno de estos Partes, el del 17 de octubre de 1958, después de lo que él llamó un revés táctico. Desde sus primeros párrafos estremece la sala donde nos encontramos:
Un revés táctico puede ocurrir a cualquier unidad en una guerra, porque el curso de la misma no tiene que ser necesariamente una cadena
ininterrumpida de victorias contra un enemigo que ha contado siempre con ventajas de armamentos y recursos bélicos que ha llevado sin embargo la peor parte en esta contienda.
Consideramos un deber del mando de nuestro ejército informar de cualquier vicisitud que pueda ocurrir a cualquiera de nuestras fuerzas en operaciones por cuanto entendemos como norma moral y militar de nuestro movimiento que no es correcto ocultar los reveses al pueblo ni a los combatientes.
Los reveses hay que publicarlos también, porque de ellos se derivan lecciones útiles; para que los errores que cometa una unidad no los cometan otras, para que el descuido en que pueda incurrir un oficial revolucionario no se repita en otros oficiales. Porque en la guerra las deficiencias no se superan ocultándolas y engañando a los soldados, sino divulgándolas, alertando siempre a todos los mandos, exigiendo nuevos y redoblados cuidados en el planeamiento y ejecución de los movimientos y acciones.
“Nosotros solo decíamos la verdad. Si poníamos un fusil de más, engañábamos a nuestros propios compañeros. Decir la verdad fue un principio elemental que nunca falló”, añade Fidel.
El Parte detalla cómo una columna rebelde cayó en una emboscada y fue masacrada posteriormente sin piedad por un sargento de la tiranía batistiana que allí ganó el título de “carnicero”.
“¿Quién entrenó a ese ejército de torturadores, quién le suministró las armas, los tanques, los aviones, las fragatas, quién los enseñó a matar prisioneros y a torturarlos? El imperio, el gobierno de los Estados Unidos, ese mismo que ahora tortura a Gerardo (Hernández) sin justificación alguna, ¿por qué?, ¿hasta cuándo va a durar eso?”, se pregunta Fidel.
Cierra así un análisis que enlaza las historia de hace medio siglo con la actual en el permanente y nunca abandonado propósito imperial de someter a la nación cubana, sin reparar en métodos por repugnantes y cobardes que puedan resultar.
Marta Rojas, periodista y escritora, testigo del Juicio del Moncada, recuerda que hace 57 años, un primero de agosto, ella escuchó la voz de Fidel en una emisora local de Santiago de Cuba. Acababa de ser capturado por el teniente Sarría, que lo condujo al vivac de Santiago de Cuba. ¿Pensó en la
metodología que lo llevaría después a la lucha clandestina, a México, al Granma, a la Sierra?, pregunta Marta. “No”, responde Fidel. “Estaba muerto ya casi”, aludiendo al hecho de que no pensaba que podría sobrevivir después de la captura.
Los historiadores Francisca López y Rolando Rodríguez indagan por la ideología del líder del Asalto al Moncada. “Tuve el privilegio de estudiar; y estudiando me convertí en marxista, leninista y martiano… Éramos marxistas-leninistas radicales y estudiábamos el marxismo. Pero por una cuestión táctica no lo decíamos. Usted no va tomar una fortaleza lanzándose de cabeza para chocar contra ella. Usted da la vuelta, la rodea…”
Termina el diálogo, y una inolvidable fila de jefes y soldados del Ejército Rebelde espera para que él les firme el libro. No alcanzamos a escuchar lo que él les dice, pero está indudablemente feliz. Se ríe por momentos como un niño.
Teté Puebla sale con su libro de la fila, tiene lágrimas en los ojos. Lo acaricia. Ha descubierto un pasaje donde Fidel la menciona: “La mensajera a la que hacía referencia el Che resultó ser Teté Puebla, eficaz colaboradora de Celia, quien tuvo una participación destacada en este episodio (se refiere a la entrega de los prisioneros tomados en la batalla de El Jigüe) y más adelante sería la segunda jefa del pelotón femenino Marina Grajales”.
“Yo tenía 16 años, una muchachita. No querían darme tareas serias”, le comenta Teté a un compañero. “Y mira a la muchachita aquí…¿Quién me hubiera dicho que iba a volver a vivir mis 16 años?”
comentarios de:
ALBERTO ALVARIÑO,
FIDEL CASTRO
KATIUSKA BLANCO.
(ULTIMA PARTE)Todo el tiempo hablará de los combatientes por sus nombres, recordará con emoción el valor, el arrojo, la manera en que fueron alcanzando la categoría de héroes aquellos muchachos sencillos crecidos en el combate, como el Vaquerito, que ganó su nombre por las botas y el sombrerito que usaba y llegó a ser el legendario jefe del Pelotón Suicida, tan decisivo en la victoria de la Batalla de Santa Clara.
LA VERDAD SIEMPRE
El espíritu humanitario y la vocación justiciera de la Revolución cubana no es un hecho reciente, sino una esencia. El Ejército Rebelde atendía y curaba a sus prisioneros, a tal punto que alguna vez Fidel pensó que muchos de aquellos soldados integrarían el nuevo ejército tras la victoria, solo que ya para entonces había una masa nueva y pura, salida del pueblo, que se uniría a las filas de lo que serían las Fuerzas Armadas Revolucionarias: “La vida, al fin, desbordaba nuestras predicciones y sueños”, sentencia.
En esa misma línea de razonamientos, anuncia otro libro en preparación que da continuidad a éste en el sentido de que narra “la contraofensiva estratégica final del Ejército Rebelde”, un regalo enorme para él por todo lo que tiene que ver y recordar.
Se refiere a los Partes de Guerra de Radio Rebelde y enfatiza que el arma principal del Ejército Rebelde fue siempre la verdad. Lee uno de estos Partes, el del 17 de octubre de 1958, después de lo que él llamó un revés táctico. Desde sus primeros párrafos estremece la sala donde nos encontramos:
Un revés táctico puede ocurrir a cualquier unidad en una guerra, porque el curso de la misma no tiene que ser necesariamente una cadena

Consideramos un deber del mando de nuestro ejército informar de cualquier vicisitud que pueda ocurrir a cualquiera de nuestras fuerzas en operaciones por cuanto entendemos como norma moral y militar de nuestro movimiento que no es correcto ocultar los reveses al pueblo ni a los combatientes.
Los reveses hay que publicarlos también, porque de ellos se derivan lecciones útiles; para que los errores que cometa una unidad no los cometan otras, para que el descuido en que pueda incurrir un oficial revolucionario no se repita en otros oficiales. Porque en la guerra las deficiencias no se superan ocultándolas y engañando a los soldados, sino divulgándolas, alertando siempre a todos los mandos, exigiendo nuevos y redoblados cuidados en el planeamiento y ejecución de los movimientos y acciones.
“Nosotros solo decíamos la verdad. Si poníamos un fusil de más, engañábamos a nuestros propios compañeros. Decir la verdad fue un principio elemental que nunca falló”, añade Fidel.
El Parte detalla cómo una columna rebelde cayó en una emboscada y fue masacrada posteriormente sin piedad por un sargento de la tiranía batistiana que allí ganó el título de “carnicero”.
“¿Quién entrenó a ese ejército de torturadores, quién le suministró las armas, los tanques, los aviones, las fragatas, quién los enseñó a matar prisioneros y a torturarlos? El imperio, el gobierno de los Estados Unidos, ese mismo que ahora tortura a Gerardo (Hernández) sin justificación alguna, ¿por qué?, ¿hasta cuándo va a durar eso?”, se pregunta Fidel.
Cierra así un análisis que enlaza las historia de hace medio siglo con la actual en el permanente y nunca abandonado propósito imperial de someter a la nación cubana, sin reparar en métodos por repugnantes y cobardes que puedan resultar.
Marta Rojas, periodista y escritora, testigo del Juicio del Moncada, recuerda que hace 57 años, un primero de agosto, ella escuchó la voz de Fidel en una emisora local de Santiago de Cuba. Acababa de ser capturado por el teniente Sarría, que lo condujo al vivac de Santiago de Cuba. ¿Pensó en la

Los historiadores Francisca López y Rolando Rodríguez indagan por la ideología del líder del Asalto al Moncada. “Tuve el privilegio de estudiar; y estudiando me convertí en marxista, leninista y martiano… Éramos marxistas-leninistas radicales y estudiábamos el marxismo. Pero por una cuestión táctica no lo decíamos. Usted no va tomar una fortaleza lanzándose de cabeza para chocar contra ella. Usted da la vuelta, la rodea…”
Termina el diálogo, y una inolvidable fila de jefes y soldados del Ejército Rebelde espera para que él les firme el libro. No alcanzamos a escuchar lo que él les dice, pero está indudablemente feliz. Se ríe por momentos como un niño.
Teté Puebla sale con su libro de la fila, tiene lágrimas en los ojos. Lo acaricia. Ha descubierto un pasaje donde Fidel la menciona: “La mensajera a la que hacía referencia el Che resultó ser Teté Puebla, eficaz colaboradora de Celia, quien tuvo una participación destacada en este episodio (se refiere a la entrega de los prisioneros tomados en la batalla de El Jigüe) y más adelante sería la segunda jefa del pelotón femenino Marina Grajales”.
“Yo tenía 16 años, una muchachita. No querían darme tareas serias”, le comenta Teté a un compañero. “Y mira a la muchachita aquí…¿Quién me hubiera dicho que iba a volver a vivir mis 16 años?”
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