PROS Y CONTRAS DE ARATIRÍ
CERRO CHATO VIVE UNA FIESTA
EVALUACIONES DE ESPECIALISTAS DICEN QUE EL PROYECTO ES CAPAZ DE AFECTAR EL AGUA Y LA VIDA A TRES KILÓMETROS A LA REDONDA DEL ÁREA DE OPERACIONES. PERO EN EL PUEBLO PRÓXIMO A LAS EXPLOTACIONES TODO ES PROSPERIDAD
.Fuente: “EL OBSERVADOR” - Uruguay
MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA Y LUIS ROUX
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(PARTE DOS)
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Desde que llegó la minera las cosas no paran de mejorar. Así lo ven quienes fueron contratados y también los comerciantes y las familias, y los más veteranos. Todo funciona mejor, todo se hace con más entusiasmo. La polémica ambientalista y cultural que existe en el ámbito nacional sobre la conveniencia de que Uruguay se convierta en un país minero tiene poco sentido por estos lares. Acá la división está entre algunos propietarios de tierras que no quieren aceptar un cambio de vida y paisaje tan radical, por un lado, y la gente del pueblo que festeja su buena suerte, por otro.
“El pueblo está totalmente cambiado. Hay comercios nuevos, tiendas, almacenes; hace poco abrió un lavadero de autos y un pub. Tenemos Abitab y Redpagos”. Lo dice Francisco Etchenique (25), uno de los primeros lugareños contratados por Aratirí, hace ya tres años. “En Santa Clara, un día a las 11 de la noche me quedé con hambre porque no había nada abierto. En Cerro Chato podés cenar afuera a las 2 de la mañana”.
La vida de Etchenique cambió junto con el pueblo. A pesar de que completó el bachillerato en Derecho, no pudo ir a estudiar a Montevideo y se puso a trabajar en el campo, despertándose todas las noches, para empezar a trabajar con el sol, ganando $ 350 por día, sin vacaciones.
Hoy cobra US$ 1.000 en la mano por mes como encargado de laboratorio, con 26 personas bajo su supervisión. Tiene 20 días hábiles de vacaciones al año y cobra aguinaldo y salario vacacional. Espera un reajuste de sueldo para el mes que viene.
Jorge Mundo (28) llegó a Cerro Chato por un camino muy pedregoso. Nació y vivió en Montevideo hasta los 26 años, cuando se convenció de que la única forma de sobrevivir a su adicción a las drogas era internarse en el campo y trabajar de sol a sol hasta curarse. Lo hizo en una organización católica con campos en la zona y tuvo éxito. Cuando salió, lo esperaba una vida de minero.
Mundo terminó la escuela primaria y empezó a trabajar en el taller mecánico de su padre, a los 13 años. Pronto entró en un mundo de fiestas, alcohol y drogas. Su hermano menor también descubrió ese camino y se suicidó. “Yo solo podía tapar el dolor con las drogas. Me sentía culpable y no lo podía tolerar. Empecé a consumir siempre, todos los días”. Primero fue internado en una clínica privada en Montevideo y ahí se enteró de la posibilidad que lo salvaría. “Conocí a un muchacho que me dijo: ‘Mi vieja está loca; quiere internarme un año en el campo’. A mí me interesó y me metí”.
Ahí no había psicólogo, ni psiquiatra, ni pastillas. La terapia era “trabajo duro y una actitud nueva”. El campo no era lo suyo. Nunca había pasado tanto frío en su vida. Después del rosario, todos los días había que darle de comer a los chanchos, las gallinas y los conejos y había que limpiar. “Yo no aguantaba y preparé las cosas para irme. No había ningún problema, pero le avisaron a mi madre y ella me llamó y me dijo, llorando, que por favor me quedara, que no quería perder otro hijo”.
Entonces se quedó y y se recuperó. En cuanto salió fue a hablar con la gente de la mina y en octubre de 2010 estaba trabajando. Empezó ganando $ 13.800 nominales, acomodando cajas en un galpón y hoy gana $ 18.300 y tiene a cargo nueve personas. “Especial, buenísimo, muy bien”, es la forma en que Mundo describe su situación actual.
Recuperó a su mujer, de quien se había separado, y tienen una hija de 1 año. Viven en Valentines, a pocos pasos del trabajo, en una casa enorme para los tres. Está a punto de obtener la licencia vial, que le permitirá manejar camiones y máquinas agrícolas, y apuesta a la prosperidad de la mina y a la suya propia.
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