viernes, 21 de septiembre de 2007

DERROTA Y EXILIO PARAGUAYO


LA DERROTA
El criollo guaraní Francisco de los Santos se alejó al galope. Llevaba los últimos dineros de la Liga Federal para los presos políticos en Río de Janeiro. Un grupo de hombres y mujeres, a caballo y con lanzas, contemplaba en silencio al jinete que se alejaba. Corría el año de 1820. Artigas abrazó uno por uno a los que se quedaban. Después dio la espalda al amplísimo territorio de sus sueños y cruzó el gran Paraná por el Paso de Itapúa. Su meta era Asunción.
Lanceros y lanceras afroamericanos lo acompañaban. Al frente iban el joven Ledesma y el veterano sabio Joaquín Lencina, el legendario Ansina. Ahora iban escoltados por un destacamento paraguayo. También había vadeado el Paso con ellos un reducido grupo de gauchos guaraní-hablantes. Los charrúas en cambio, quedaron en la margen izquierda del Paraná. Esperaron el regreso de Artigas hasta que fueron masacrados en 1831. Después se mimetizaron como familias paisanas en Tacuarembó o se dispersaron por algunas provincias argentinas, donde hasta hoy sus descendientes sobreviven en silenciosa espera.

ARTIGAS, EL DE SIEMPRE
Desde el convento asunceno de La Merced, Artigas solicitó en vano una estrevista con el Dr. Francia. El Supremo Gobernador del Paraguay coincidía con Artigas en la búsqueda de un desarrollo independiente y con justicia social; pero rechazaba la "soberanía particular de los pueblos" pues su modelo era centralista y autoritario.
Finalmente Artigas es enviado a Curuguaty, en el lejano Norte yerbatero. Los lanceros afroorientales en cambio reciben tierras en las proximidades de Asución, parajes hoy llamados Camba Cuá y Laurelty, donde siembran y crían ganado lechero, manteniendo su comunidad y su cultura.
En Curuguaty Artigas construye su casa de piedra y barro alejada del núcleo poblacional, como era su costumbre. Podemos imaginarlo fuerte aún, trabajando la tierra con indómita energía, jineteando con destreza o recorriendo ranchos junto a su perro "Charrúa", siendo bienvenido entre los adultos por su sabiduría, su capacidad de oír y de explicar, y su fama milagrera; y siendo igualmente bievenido entre "lo mitâ'i" por sus cuentos fascinantes. Tenía una particular afinidad con los niños. Un viajero lo sorprende traduciendo la Biblia al guaraní para un grupo de pequeños que lo oían absortos. Era el libro del Exodo del Viejo Testamento. "Los niños americanos tienen que saber que se puede elegir entre el cautiverio y el desierto", comentó al viajero.

VITALIDAD HASTA EL FIN
Se conserva el relato pormenorizado de su último cumpleaños. Ya vivía en las proximidades de Asunción (hoy Solar de Artigas junto al Botánico) y volvía a ser una persona consultada y respetada por las autoridades asuncenas, siendo atendido con esmero en sus austeras solicitudes.
Fue el 19 de junio de 1850. Almorzó con el Presidente Carlos Antonio López y su familia, y luego montó al "Morito" para su paseo favorito: la orilla del Río Paraguay. Lo acompañaron en la cabalgata Francisco Solano, el hijo del presidente, y López Chico, hijo natural de Francisco Solano. López Chico era por entonces un apenas un mita'i que llamaba "abuelo" a Artigas.
Las aguas viajeras del Río llevaban los sueños de Artigas hacia la cuenca platense, donde gobernaban los enemigos de siempre pero donde aún lo esperaba su gente iletrada y descalza
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