A NADIE
LE CONVIENE
ACORDARSE
DE BRUM
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Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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Cuando Baltasar Brum, el 31 de marzo de 1933, sacrifico su vida en el más difícil arranque de dignidad, sin duda creyó que ese sacrificio encontraría un eco inmediato en la decisión de quienes vivían permanentemente con la democracia en los labios. Sin duda creyó que su gesto iba a ser el tremendo ejemplo que faltaba para mover el gatillo de la modesta heroicidad, de la mínima valentía que puede exigirse al ciudadano medio: la defensa de la ley que él mismo se ha otorgado. Por desgracia, ese tiro no sólo terminó con el último de los héroes, sino que sirvió además como señal de partida para la ardua carrera de los pusilánimes.
LE CONVIENE
ACORDARSE
DE BRUM
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Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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Cuando Baltasar Brum, el 31 de marzo de 1933, sacrifico su vida en el más difícil arranque de dignidad, sin duda creyó que ese sacrificio encontraría un eco inmediato en la decisión de quienes vivían permanentemente con la democracia en los labios. Sin duda creyó que su gesto iba a ser el tremendo ejemplo que faltaba para mover el gatillo de la modesta heroicidad, de la mínima valentía que puede exigirse al ciudadano medio: la defensa de la ley que él mismo se ha otorgado. Por desgracia, ese tiro no sólo terminó con el último de los héroes, sino que sirvió además como señal de partida para la ardua carrera de los pusilánimes.
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En época del suicidio de Brum, yo tenía solo doce años y quedé deslumbrado frente a los pormenores del suceso. Entre otras cosas, ese hecho insólito vino a provocar mi temprana ruptura con la Iglesia, después de una ardua polémica de casi una hora con un cura confesor que se propuso denigrar a Brum. No obstante la distancia temporal, recuerdo perfectamente que, tanto como esa muerte de la calle Río Branco, me llenó de estupor el silencio avergonzado que la siguió. Creo que en ese instante el pueblo uruguayo tuvo conciencia de su propia timidez, tuvo conciencia de que su deber hubiera sido inscribir su contribución en un estallido colectivo. Pero se quedó, definitivamente se quedó, y si los pusilánimes del 33 por lo menos tuvieron noción de su falta de coraje, los pusilánimes del 60 quizá hayan perdido hasta esa cuota de lucidez.
En época del suicidio de Brum, yo tenía solo doce años y quedé deslumbrado frente a los pormenores del suceso. Entre otras cosas, ese hecho insólito vino a provocar mi temprana ruptura con la Iglesia, después de una ardua polémica de casi una hora con un cura confesor que se propuso denigrar a Brum. No obstante la distancia temporal, recuerdo perfectamente que, tanto como esa muerte de la calle Río Branco, me llenó de estupor el silencio avergonzado que la siguió. Creo que en ese instante el pueblo uruguayo tuvo conciencia de su propia timidez, tuvo conciencia de que su deber hubiera sido inscribir su contribución en un estallido colectivo. Pero se quedó, definitivamente se quedó, y si los pusilánimes del 33 por lo menos tuvieron noción de su falta de coraje, los pusilánimes del 60 quizá hayan perdido hasta esa cuota de lucidez.
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Hoy en día ya nadie habla de Brum. Apenas si en ocasión de cada aniversario, los diarios ballistas publican la foto ritual para quedar al día con su programa de partido. La verdad es que a nadie le conviene acordarse de Brum, evocar semejante pasado de hombría y coraje. Brum fue el último político que con el más irrefutable de los argumentos, demostró que anteponía el bien del país a su propio bien. No lo demostró con un discurso; lo demostró pegándose un tiro en el pecho.
Hoy en día ya nadie habla de Brum. Apenas si en ocasión de cada aniversario, los diarios ballistas publican la foto ritual para quedar al día con su programa de partido. La verdad es que a nadie le conviene acordarse de Brum, evocar semejante pasado de hombría y coraje. Brum fue el último político que con el más irrefutable de los argumentos, demostró que anteponía el bien del país a su propio bien. No lo demostró con un discurso; lo demostró pegándose un tiro en el pecho.
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Se equivocó naturalmente, pero de todos modos su equivocación tiene una fuerza avasalladora, una casi mágica vivencia humana. Por eso es mejor recurrir al olvido. No sea que a algún otro se le ocurra anteponer el bien del país al de sí mismo, y la opinión pública deje, aunque sea durante tres domingos,, de preocuparse del fútbol y las carreras, y comience a hacer y a hacerse preguntas de metódica, estimulante indiscreción.
Se equivocó naturalmente, pero de todos modos su equivocación tiene una fuerza avasalladora, una casi mágica vivencia humana. Por eso es mejor recurrir al olvido. No sea que a algún otro se le ocurra anteponer el bien del país al de sí mismo, y la opinión pública deje, aunque sea durante tres domingos,, de preocuparse del fútbol y las carreras, y comience a hacer y a hacerse preguntas de metódica, estimulante indiscreción.
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