JORGE
(especial para ARGENPRESS.info)
viernes 18 de marzo de 2011
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(*) Jorge Gómez Barata- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa, latinoamericanos y extranjeros.
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A escasas horas del terremoto y el tsunami y cuando apenas asomaba la catástrofe nuclear en Japón, algunos comentaristas especularon con pesimismo acerca de las consecuencias económicas de la tragedia. Los enterados se percataron del error. Por grande que sea, la desdicha no puede doblegar la voluntad del pueblo japonés y su capacidad para sobreponerse a la adversidad.
La historia de Japón es una crónica de un pueblo que, en uno los territorios menos dotados de riquezas y más rudamente castigados por los cataclismos naturales, crearon una civilización, una cultura y un país que asombra al mundo por su laboriosidad, espíritu innovador, afán de prosperidad y sobre todo por su capacidad para sobreponerse a la pruebas que cada cierto tiempo ponen en tensión sus reservas morales.
Japón que nunca fue colonia, creó su lengua, su religión y su noción de las leyes a partir de códigos propios y sobre todo adoptó sus propias políticas de desarrollo. Nunca copió de nadie y nadie ha podido imitar su modelo de desarrollo económico y social. Japón no es una excepción, es único.
Constituido por un archipiélago de más de seis mil islas, con casi 30 000 kilómetros de costa en el “Círculo de fuego del Pacifico”, en Japón la tierra tiembla más de mil veces al año; cada cierto tiempo ocurren terremotos de gran magnitud que dan lugar a devastadores tsunamis, son frecuentes los tifones y cincuenta de sus doscientos volcanes están activos.
ciento de los alimentos que consume. En sus granjas se crían 10 millones de cerdos y casi cinco millones de cabezas de ganado vacuno. Más del 60 por ciento de sus explotaciones agrícolas poseen alrededor de una hectárea, todas utilizan maquinaria moderna y emplean métodos de laboreo avanzado. Sus minúsculas fincas forman una de las agriculturas más productivas del mundo.
Carente de petróleo, escaso de carbón y sin ningún río de consideración, Japón importa casi toda la energía que necesita su economía, tercera en el mundo por su tamaño y su población que disfruta de uno de los niveles de vida más altos del planeta. Más de la tercera parte de la electricidad proviene de los 53 reactores nucleares en explotación, lo que siempre planteó grandes riesgos ambientales que ahora se han hecho dramáticamente presentes.
Hace menos de 150 años Japón realizó la más extraña de todas las transiciones del feudalismo al capitalismo: la Revolución Meiji (1868) que en lugar de suprimir a los monarcas absolutos como hicieron los europeos o instaurar la república como los norteamericanos e iberoamericanos, restableció en el trono al emperador Meiji Tenno que gobernó desde 1867 hasta 1912.
En 1185 se entronizó el primer Shogun de Japón, iniciando la etapa feudal que se prolongó por casi setecientos años; periodo en el cual fue anulado el poder de los emperadores. El último shogun abdicó en 1588, estableciéndose la dinastía Tokugawa que se prolongó 250 años y que culminó con la revolución que reinstauró al emperador.
En aquel proceso, el pueblo japonés y sus elites políticamente avanzadas expulsaron a los shogunes, entre otras cosas por no haber logrado resistir la presión ejercida por la flota norteamericana comandada por el comodoro Matthew Perry que en 1853, por razones ligadas a tempranos afanes hegemónicos, fue enviada por el presidente norteamericano Millard Fillmore para forzar la apertura de las fronteras niponas a occidente.
Con el crecimiento económico, el desarrollo industrial y el incremento del poderío militar, las clases dominantes del Japón sucumbieron a las tentaciones del nacionalismo extremo y del imperialismo y empujaron al país al expansionismo y a la guerra. En 1889 el sistema político adoptó una estructura liberal, aunque se conservaron los poderes del emperador.
En 1914 Japón se involucró en la Primera Guerra Mundial y en la década del treinta, en función de políticas anticomunistas, firmó tratados con Alemania e Italia. En 1937 los elementos militaristas se apoderaron del poder y en 1940 junto con Alemania e Italia integró el eje fascista: Roma-Berlín-Tokio.
Cuando en 1941 el general Tojo accedió al gobierno el rumbo militarista se acentuó decisivamente. El 7 de diciembre de 1941 la armada japonesa atacó Pearl Harbor y comenzó la guerra con los Estados Unidos, cuyo trágico desenlace fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, la capitulación y la ocupación por los aliados que asignaron la tarea a Estados Unidos.
El hecho de que el pueblo japonés acatara la rendición y no ofreciera resistencia a la ocupación facilitó la reconstrucción del país, el retorno a la democracia y la reinserción en los ambientes internacionales, comenzando por el comercio.
Convertido en aliado de Estados Unidos y de occidente, Japón tomó parte en la Guerra Fría. En 1951 firmó un tratado por el cual renunció a cualquier pretensión territorial sobre sus vecinos y antiguos adversarios, a la vez que concedió bases militares a Estado Unidos. En 1952 Japón volvió a ser un país soberano y en 1956 terminó con el estado de guerra con la Unión Soviética; ese mismo año fue admitido en la ONU.
En 1964, hacía diez años que Hiroshima y Nagasaki eran ciudades habitadas y prosperas en las cuales la reconstrucción avanzaba rápidamente y Japón era la economía que más crecía en el mundo; en esas misma década superó a todas las naciones de Europa por el volumen de su producto nacional bruto, convirtiéndose en la segunda economía mundial, puesto del que recién fue desplazado por China.
Al devastador terremoto y al poderoso tsunami que recién lo azotaron Japón suma hoy un desastre nuclear que puede derivar en una catástrofe, que sin embargo tampoco anulará su capacidad de resistencia y de supervivencia. En medio de las mayores tensiones y sufrimientos desde Hiroshima y Nagasaki, nadie ha visto pánico en Japón.
No obstante la necesidad de revisar sus políticas energéticas y reforzar la protección contra los tsunamis, Japón cuenta con los elementos necesarios para una rápida y eficaz reconstrucción; sobre todo recursos financieros, tecnología, y sobre todo capital humano.
No creo que la tragedia de Japón se pueda sumar como un factor más de la crisis económica mundial o que su economía y sus finanzas puedan colapsar; tal vez ocurra lo contrario y la reconstrucción de su potencial industrial y energético se convierta en un poderos estimulo.
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En cualquier caso, se puede apostar por Japón que en lugar de a un gigante vencido, recordará en breve al Ave Fénix. Viviremos para verlo. Allá nos vemos.
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