Lunes
19 de diciembre 2011
EL
SÍNDROME DE LA MANO OCULTA
LA
DEMONIZACIÓN DE IRÁN
Escribe
PATRICK
COCKBURN (*)
Fuente:
“Red
Voltaire” English
15 diciembre
2011
.
(*) PATRICK COCKBURN (1950) es un periodista irlandés que ha ejercido como
corresponsal en Oriente Medio para el Financial Times desde 1979 yen actualidad
también para el diario británico The Independent. Periodismo de opinión en
Reggio's, artículos, blogs, documentación, ensayo, periodismo ciudadano.
Acredita cobertura como corresponsal de guerra desde Vietnam.
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La
demonización de Irán parece a veces preparar el terreno para un ataque militar
de Estados Unidos e Israel a Irán. La propaganda acumulada es muy similar a la
dirigida contra el Iraq de Sadam Husein en 2002. En ambos casos, un Estado
aislado con recursos limitados se presenta como un peligro real para la región
y para el mundo.
Esta
demonización de Irán parece a veces preparar el terreno para un ataque militar
de Estados Unidos e Israel a Irán. La propaganda acumulada es muy similar a la
dirigida contra el Iraq de Sadam Husein en 2002. En ambos casos, un Estado
aislado con recursos limitados se presenta como un peligro real para la región
y para el mundo. Se da crédito oficial a teorías de la conspiración, poco
probables y a veces cómicas, como el supuesto complot de un concesionario de
automóviles usados iraní-estadounidense en Texas en equipo con la Guardia
Revolucionaria iraní para asesinar al embajador saudí en Washington. El
programa nuclear de Irán se identifica como una amenaza en la misma medida y
del mismo modo que las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein.
Por
ello, resultó un golpe duro que el distinguido abogado egipcio-estadounidense
Cherif Bassiuni, quien dirigió la Comisión de Investigación Independiente de
Bahréin sobre los disturbios de este año, afirmara rotundamente en sus 500
páginas del informe la semana pasada que no hay pruebas de la participación
iraní en los acontecimientos de Bahréin. Esa había sido la convicción esencial
de la familia real de Bahréin y de los monarcas del Golfo. El temor a una
intervención armada iraní fue la justificación para que Bahréin solicitara una
contundente fuerza militar de 1.500 miembros dirigida por Arabia Saudí el 14 de
marzo de este año antes de sacar a los manifestantes de las calles. Bahréin
contó incluso con buques de guerra kuwaitíes para patrullar las costas de la
isla en el caso de que Irán tratara de entregar armas a los manifestantes
chiíes partidarios de la democracia.
Sin
duda, los reyes y emires del Golfo se creen de verdad sus propias teorías de la
conspiración. Muchos de los torturados durante la brutal represión de Bahréin
han dado pruebas desde entonces de que sus torturadores en repetidas ocasiones
les preguntaron sobre sus vínculos con Irán. Pacientes hospitalarios de mediana
edad fueron obligados a firmar confesiones en las que admitían ser miembros de
un complot revolucionario iraní. Después de aceptar el informe Bassiuni, el rey
Hamad bin Isa al-Jalifa dijo que, aunque su gobierno no podía presentar pruebas
claras, el papel de Teherán se hizo evidente para “todo el que tenga ojos y
oídos”.
La
misma paranoia sobre Irán se encuentra profundamente entre los suníes de
Oriente Próximo. Un disidente de Bahréin que huyó a Qatar a principios de este
año, me dijo que “la gente en Qatar me preguntaba si había un túnel que conduce
desde la plaza de la Perla [el punto de reunión de los manifestantes] a Irán.
Lo decían solo medio en broma”.
La
identificación del activismo político chií con Irán ha calado demasiado
profundo en la mente de los suníes como para borrarla. La semana pasada
presencié un resurgimiento de las protestas entre los dos millones de chiíes de
Arabia Saudí, en su mayoría en la Provincia Oriental. Los disturbios comenzaron
cuando un hombre de 19 años, llamado Nasser al-Mheishi, fue asesinado en uno de
los muchos puestos de control en Qatif, de acuerdo con Hamza al-Hassan, un
activista de la oposición. Él dice que lo que alimentó la ira popular fue la
negativa de las autoridades durante varias horas a permitir que su familia se
llevara el cadáver. Al igual que en el pasado, el Ministerio del Interior saudí
dijo que los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes fueron
“ordenados por patrones extranjeros”, que es siempre la forma en que el Estado
saudí se refiere a Irán.
La
oposición dice que los comentarios en Twitter y en Internet de saudíes no
chiíes muestran que la política del gobierno de culpar de todo a Irán puede que
ya no convenza tanto como antes. “Estamos al borde de un estallido” comentaba
una mujer de forma gráfica.
Las
protestas en la Provincia Oriental probablemente se intensificarán. Como en
otros lugares del mundo árabe, la juventud ya no obedece a los líderes
tradicionales. El monarca saudí y el bahreiní podrán culpar a la televisión
iraní de inflamar la situación pero lo que realmente enciende la ira chií es lo
que ven en YouTube o lo que leen en Twitter y en Internet. Lo que influye en
los manifestantes no es tanto Irán como el ejemplo de jóvenes manifestantes
similares a ellos que exigen derechos políticos y civiles en El Cairo y Siria.
En el
año del Despertar Árabe, el medio tradicional saudí de conseguir que los
notables locales calmen las cosas ya no funciona. La semana pasada, aquellos se
quejaron ante el gobernador de la Provincia Oriental, el príncipe Mohammad bin
Fahd, (quien les había pedido que asistieran a una reunión en la capital
provincial, Dammam) de que ya no podían convencer a su gente de que pusieran
fin a las protestas porque sus llamadas a la moderación a comienzos de año no
habían producido ninguna concesión del gobierno saudí con respecto a la
discriminación contra los chiíes. Los prisioneros chiíes detenidos sin juicio
desde 1996 no han sido liberados.
En
Arabia Saudí y Bahréin la creencia de que la mano oculta de Irán está detrás de
las protestas ha conducido a ambos gobiernos a cometer un grave error. Han
llegado a creerse que se enfrentan a una amenaza revolucionaria, cuando los
chiíes de Bahréin y los saudíes se conformarían con una participación
equitativa en los empleos, con cargos oficiales y negocios. Los chiíes quieren
unirse al club, no volarlo por los aires. Negándose a ver esto, los monarcas
saudí y bahreiní desestabilizan sus propios Estados.
Irán
nunca ha sido tan fuerte como sus enemigos lo representan o como le gustaría
ser. En muchos sentidos, la satanización de los dirigentes de Irán como una
amenaza para la región cumple con la ambición de Irán de presentarse como una
potencia regional.
En la
práctica, su retórica sedienta de sangre siempre se ha combinado con una
política exterior cautelosa y cuidadosamente calculada.
El
presidente George W. Bush y Tony Blair siempre se refirieron a Irán como si
tuviera el objetivo de desestabilizar al gobierno iraquí. Una estupidez, porque
Teherán estuvo encantado de ver el final de su antiguo enemigo Sadam Husein y
su reemplazo por un gobierno electo iraquí dominado por partidos religiosos
chiíes. El ministro de Exteriores iraquí, Hoshyar Zebari, solía decir que era
divertido, en las conferencias donde estaban representados tanto Estados Unidos
como Irán, ver a estadounidenses e iraníes denunciándose con furia unos a otros
por sus nefastas acciones en Iraq, y luego hacer discursos de apoyo al gobierno
iraquí muy similares.
¿Se
moverán ahora los iraníes a llenar el vacío dejado por la salida de tropas
estadounidenses? Ciertamente, la importancia de Estados Unidos en Iraq caerá
porque sus soldados se habrán ido y porque ya está gastando menos dinero en el
país. En un momento dado, por ejemplo, la financiación de la mujabarat iraquí
[policía secreta] no figuraba en el presupuesto iraquí porque la pagaba en su
totalidad la CIA.
Considerar
que el dominio de Irán sobre Iraq es inevitable resulta ingenuo: hay demasiados
actores poderosos, como Turquía y Arabia Saudí. Los chiíes de Iraq difieren
marcadamente en tradición y en creencias con respecto de sus correligionarios
iraníes. Y los kurdos y los suníes se opondrán. Si Irán extiende demasiado su
mano, como hizo Estados Unidos después de 2003, se convertirá en el blanco de
una horda de enemigos diferenciados.
En
Bahréin, Arabia Saudí e Iraq el papel de Irán como provocador de los disturbios
se ha inventado o se ha exagerado. Sin embargo la misión de tratar a pacíficos
manifestantes como revolucionarios que actúan en nombre de Irán se ha cumplido.
La próxima vez, puede que los reformistas frustrados busquen ayuda exterior.
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