Martes 20 de diciembre de 2011
DEPRESIÓN Y DEMOCRACIA…
Escribe
PAUL KRUGMAN (*)
Fuente:
Columna “El Pais” Madrid
18 diciembre de 2011
.
(*) PAUL ROBIN KRUGMAN (1953) es un economista, divulgador y
periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos.
Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad
de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times y,
también, para el periódico peruano Gestión y el colombiano “La República”. En
2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Ha escrito más de 200
artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos
.
Ha
llegado la hora de empezar a llamar a la actual situación por su nombre:
depresión. Es verdad que no es una réplica exacta de la Gran Depresión, pero
esto no sirve de mucho consuelo. El paro, tanto en Estados Unidos como en
Europa, sigue siendo desastrosamente alto. Los dirigentes y las instituciones
están cada vez más desprestigiados. Y los valores democráticos están sitiados.
Las
exigencias de una austeridad cada vez más radical han provocado una irritación
inmensa
En
cuanto a esto último, no estoy siendo alarmista. Tanto en el frente político
como en el económico, es importante no caer en la trampa del "no tan malo
como". No se puede considerar aceptable el paro elevado simplemente porque
no haya alcanzado las cotas de 1933; las tendencias políticas no son buena
señal y no deben tolerarse por el mero hecho de que no haya ningún Hitler a la
vista.
Hablemos,
en concreto, de lo que está pasando en Europa (no porque todo vaya bien en
Estados Unidos, sino porque no todo el mundo comprende la gravedad de los
acontecimientos políticos europeos).
Lo
primero de todo, la crisis del euro está destruyendo el sueño europeo. La
moneda común, que se suponía que debía unir a los países, ha generado, en
cambio, un ambiente de amarga acritud.
Concretamente,
las exigencias de una austeridad cada vez más radical, sin ningún plan de
fomento del crecimiento que las contrarreste, han causado un daño doble. Han
fracasado como política económica, al agravar el problema del paro sin
restaurar la confianza; una recesión a escala europea parece ahora probable,
incluso si se contiene la amenaza inminente de la crisis financiera. Y han
provocado una irritación inmensa, con muchos europeos furiosos por lo que
consideran, justa o injustamente (o en realidad, un poco ambas cosas), un
despliegue de poder alemán sin miramientos.
Nadie
que conozca la historia de Europa puede contemplar este resurgimiento de la
hostilidad sin sentir un escalofrío. Con todo, puede que estén pasando cosas
peores. Los populistas de derechas están en auge, desde Austria, donde el
Partido de la Libertad (cuyo líder tenía conexiones con los neonazis) está a la
par en las encuestas con los partidos tradicionales, hasta Finlandia, donde el
partido antiinmigración Verdaderos Finlandeses tuvo un éxito electoral
considerable el pasado abril. Y estos son países ricos cuyas economías han
aguantado bastante bien. Los problemas parecen todavía más amenazadores en
países más pobres de Europa Central y del Este.
El mes
pasado, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD)
certificaba una caída en picado de la ayuda pública a la democracia en los
países de la "nueva UE", aquellos que se unieron a la Unión Europea
tras la caída del muro de Berlín. No es de extrañar que la pérdida de fe en la
democracia haya sido mayor en los países que han sufrido las recesiones
económicas más graves.
Y en al
menos un país, Hungría, las instituciones democráticas se están debilitando
mientras hablamos.
Uno de
los principales partidos de Hungría, Jobbik, es una pesadilla sacada de los
años treinta: es antigitanos, antisemita y hasta tenía una rama paramilitar.
Pero la amenaza inminente proviene de Fidesz, el partido de centro-derecha que
gobierna el país.
Fidesz
consiguió una abrumadora mayoría parlamentaria el año pasado, en parte, al
menos, por dos razones; Hungría no está en el euro, pero se ha visto gravemente
perjudicada por la adquisición de préstamos a gran escala en divisas
extranjeras y también, seamos francos, por culpa de la mala gestión y la
corrupción de los partidos liberales de izquierdas que estaban entonces en el
Gobierno. Ahora, Fidesz, que forzó la aprobación de una nueva Constitución la
primavera pasada con la oposición del resto de partidos, parece decidido a
aferrarse permanentemente al poder.
Los
detalles son complejos. Kim Lane Scheppele, que es la directora del programa
sobre Derecho y Asuntos Públicos de Princeton -y que ha estado siguiendo de
cerca los acontecimientos en Hungría-, me dice que Fidesz está aprovechando
medidas solapadas para suprimir la oposición. Hay una propuesta de ley
electoral que establece unos distritos injustamente divididos, diseñados para
hacer que sea casi imposible que otros partidos formen Gobierno; la
independencia judicial se ha puesto en peligro y los tribunales están
abarrotados de simpatizantes del partido; los medios de comunicación estatales
se han convertido en órganos del partido y hay una campaña contra los medios
independientes, y una enmienda constitucional penalizaría en la práctica al principal
partido de la izquierda.
En
conjunto, todo esto equivale a la reinstauración del Gobierno autoritario bajo
un finísimo barniz de democracia, en el corazón de Europa. Y es una muestra de
lo que podría pasar de manera mucho más generalizada si esta depresión
continúa.
No está
claro lo que se puede hacer respecto al giro hacia el autoritarismo de Hungría.
El Departamento de Estado de Estados Unidos, dicho sea en su favor, ha estado
prestando mucha atención al asunto, pero este es esencialmente un asunto
europeo. La Unión Europea ha perdido la oportunidad de evitar que el partido se
aferrase al poder en un primer momento (en parte porque la nueva Constitución
fue aprobada a la fuerza mientras Hungría ocupaba la presidencia rotatoria de
la Unión). Ahora será mucho más difícil deshacer lo hecho. Pero es mejor que
los dirigentes de Europa lo intenten, o se arriesgan a perder todo aquello que
defienden.
Y
también tienen que replantearse sus políticas económicas fallidas. Si no lo
hacen, la democracia experimentará nuevos retrocesos (y la ruptura del euro
podría ser la menor de sus preocupaciones).
,
Depresión
y democracia · ELPAÍS.com.
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