Domingo
15 de enero de 2012
KAFKA,
EL NIÑO QUE LE TEMIÓ AL PODER
.
Escribe
EDGAR
BORGES (*)
ARGENPRES.
Sup.Cultural
14 de
enero de 2012
.
(*) EDGAR
BORGES (Caracas, 1966) es autor de novelas, relatos, crónicas y obras de
teatro. La literatura de Edgar Borges, que según el propio escritor
"observa los detalles invisibles que acompañan lo cotidiano", ha
originado diversos estudios. La publicación de sus libros ha despertado la
atención de importantes intelectuales. Edita desde 1992 en América Latina y
Europa. Colabora en importantes medios.
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A la
obra de Franz Kafka regreso no sólo a través de sus libros, también vuelvo a
ella cuando me pierdo en el entramado del mundo (la burocratización de las
salidas, la pretensión de sistematizar el todo, el ruido, la no vida). Siempre
he creído que en La metamorfosis, El proceso, El castillo o Carta al padre, se
esconde un niño que le temió al poder (la inquebrantable verdad del poder).
Entre los numerosos análisis que le han dedicado al tema Kafka y poder, el de
Elías Canetti describe muy bien la vulnerabilidad del escritor checo por no
hallarse en la sociedad de los “fuertes”.
Desde
el título, El otro proceso de Kafka, Canetti se acerca al temor que su escritor
favorito sentía hacia la autoridad como forma absoluta de interpretación de la
vida. Según Canetti para Kafka el poder era el camino contrario a la libertad:
“Dado que teme al poder en cualquiera de sus manifestaciones, dado que el
auténtico objetivo de su vida consiste en sustraerse al poder en cualquiera de
sus formas, lo presiente, reconoce, señala o configura en todos aquellos casos
en que otras personas lo aceptarían como algo natural” (p. 152).
En Kafka,
padre y Estado son el mismo monstruo que devora utopías. Y el utopista sabe que
el poder le quiere moldear la mirada (la que descubre los espacios invisibles).
En su fuga (de la prisión externa) el escritor encuentra la puerta de la
ficción. Y la abre para descubrir un universo que le permite vivir alejado de
la rigidez que aceptaron los otros, como quien huye hacia la habitación de su
infancia. Sin embargo, en la misma soledad de sus sueños, siente que lo alcanza
la frialdad de las leyes de un mundo demasiado mecanizado para pretenderse
humano.
En
respuesta devuelve una magistral interpretación del mandato adulto que (desde
el absurdo) adoctrina la magia infantil. Canetti se explica que para Kafka la
literatura era una metamorfosis constante, un acto humilde y supremo de cambio
(el ilusionista cuyo acto maestro es su propia desaparición del mundo de
hombres sin alma), una de las dos opciones que tenía el ficcionista negado a
participar en el circo del endurecimiento de las sensibilidades. La otra vía era
implosionarse junto al circo, pero Kafka no tenía vocación de kamikaze. “Uno se
hace muy pequeño, se transforma en insecto con el fin de ahorrarle a los demás
la culpa que cargan por no amar y por vejar al prójimo; uno se desapetece de
los demás, que con sus repulsivas costumbres no cesan de acosarle.” (El otro
proceso de Kafka, p. 65).
El otro
día me detuve ante el siguiente titular: “La urbana ha multado más de 100 veces
a un indigente sin techo y sin recursos”. De inmediato cerré el periódico
(negado a buscarle alguna explicación al suceso) y pensé en el creador de
Gregorio Samsa, el escapista que se convirtió en bicho para no ser un adorno
más de la familia y del trabajo. Kafka, el corredor de seguros que en sus
momentos libres volaba hacia la nada; Kafka, la fragilidad del amor en un
mercado de ruidos; Kafka, el sujeto que se le fugó (como el joven que huye de
la milicia) al proyecto del hombre cemento (Una data, muchos números, ningún
ser). Franz Kafka, como un indigente de la dureza del mundo, vivió sin saber
exactamente qué hacer con la sensibilidad que sacudía su existencia. La casa,
la educación, la sociedad.
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