Jueves 12 de enero 2012
EL PELIGROSO 2012
Escribe
ROLANDO
CORDERA CAMPOS (*)
Fuente:
“La Jornada” México
11 enero 2012
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(*)
ROLANDO CORDERA CAMPOS – (1942
Manzanillo, Colima. México) Economista y político mexicano. Profesor
Emérito titular "C" de tiempo completo en la Facultad de Economía de
la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM) del consejo
editorial de las revistas Trabajo Social y Economíaunam. Recibió el doctorado honoris causa por la UNAM. Escritor. Autor de
“Globalización y política social”, “La tercera reforma en México” Como Periodista
es columnista en varios importantes medios.
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mientras más
cooperación global se requiere para encarar una crisis que parece interminable,
menos podrán los liderazgos satisfacerla. Podríamos agregar: mientras más
reclaman protección y ayuda las ciudadanías, menos se atreven los gobiernos a
ofrecerlas sin imponer incrementos en los costos internos, políticos y
sociales, mediante más recortes y más impuestos.
Así, de Beijing a Washington pasando por Berlín y París, con
alguna parada en Moscú, el planeta se acerca a momentos decisivos en los que
las secuelas de las crisis financiera y económica desatadas en 2008 podrían devenir
crisis políticas de grandes proporciones, cuyo despliegue e inciertas
implicaciones no harían sino potenciar los daños provocados por los derrumbes
de hace más de dos años. La distancia entre la imagen de neutralidad y
soberanía del Estado y sus prácticas, dominadas por los mercados financieros y
sus intereses enfeudados, se hará más grande y la brecha social más honda.
En la misma perspectiva, como lo comentara Adolfo Sánchez
Rebolledo el jueves, Dominic Sandbrook se pregunta en el Daily Mail londinense
si no se acerca el mundo al espectro de 1932 y si no resurgirá el fascismo en
2012. Por su lado, si bien puede decirse que técnicamente Estados Unidos
abandonó la recesión del 2009, lo cierto es que ese país vive una abierta
crisis de desempleo que el cerco republicano sobre Obama y las finanzas del
Estado no ha hecho sino agravar. Ahí también puede haber no sólo violencia sino
sangre, mientras el encono mayoritario se acentúa con la falta de empleo y el
desamparo, y la riqueza se concentra.
Los días que vienen recordarán a muchos la dura década de
los años setenta del siglo pasado, cuando el mundo avanzado encaró el
estancamiento con inflación y los primeros shocks petroleros. Fue entonces
cuando emergió la revolución neoliberal liderada por unos conservadores que no
querían conservar nada del gran pacto social de la posguerra, y el mundo se
enfiló a una globalización que no quería reconocer frontera alguna.
Hoy, topamos con los nuevos muros de una política
democrática renuente a abrir senderos de cooperación y solidaridad y es por eso
que hay que ver más atrás de aquel turbulento decenio. Puede sonar exagerado,
pero no sobra atender al llamado reflexivo que desde las muy encontradas
trincheras británicas se nos hace: lo que está en juego no es el ajuste, por
más necesario que sea o les parezca a unas elites obsesionadas con el
equilibrio fiscal y el pago de una deuda cuya magnitud en gran medida se
explica por su desenfreno, sino la estabilidad del sistema político que
emergiera con los grandes cambios mundiales de fin de siglo y no ha podido
digerir el desafío que la globalización lanza a la democracia y el desarrollo.
Poco ofrece hoy el G20, cuyos titubeos se han vuelto rutina con sabor a nada,
como lo sugiriese Jorge Eduardo Navarrete en estas páginas.
Si el más audaz experimento de globalización buena hace agua
por todos lados, del Atlántico al Cáucaso, ¿Qué podemos decir, que se obstina
en presumir tontamente de un blindaje que todos saben puede probarse incapaz de
resistir los choques y reverberaciones que produzcan los epicentros ampliados
del mundo rico?.
Lo peor es insistir en el mito de un desacoplamiento que
incluso en Asia y en particular en China se prueba cada día más inalcanzable.
Atenerse a las ganancias de exportación que determinan las demandas de materias
primas o de bienes intermedios y finales ligados al consumo de las capas medias
de los países desarrollados, puede de repente revelarse como una nueva
pesadilla de Prebisch, quien advirtió en su tiempo sobre la vulnerabilidad
estructural de formas de crecimiento económico de ese estilo.
Sin embargo, la vocación al autoengaño ha reaparecido en
América Latina y, de seguir las cosas como van, nuestras pretenciosas
democracias pueden toparse pronto con nuevos sobresaltos provenientes de la
economía global: nos pondríamos así al día en cuanto a las paradojas y
crueldades de una globalización sin orden ni concierto.
Por otro lado, ha sido en esos centros acorralados por la
crisis donde se ha detectado lo que podría convertirse en el hilo de Ariadna
para salir del laberinto. ¡Es en la desigualdad!, han gritado y argumentado los
indignados, donde está el huevo de la serpiente que amenaza al mundo de hoy,
global y ambicioso, con grandes destrezas y conocimientos acumulados y en gestación;
pero, a la vez, profundamente injusto y organizado en Estados asediados por sus
propios fantasmas y, por ello, indispuestos para encabezar los cambios de
estructura y cultura indispensables para redescubrir las bases de una política
democrática que, en más de un sentido, debe entenderse como planetaria.
Convertir el célebre 99% de los ocupantes de Wall Street en
un contingente capaz de superar las inclinaciones y convocatorias a la
violencia que se oyen por doquier, podría ser el paso inicial de una nueva
política de paz y reconstrucción, sin tener que pasar por una guerra suicida,
como ocurrió en la primera mitad del siglo XX.
Pero la dificultad y el peligro están por delante. Y nada
lejos.
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