Jueves
5 de enero de 2012
URGENCIAS CLIMÁTICAS
Escribe
IGNACIO
RAMONET (*)
Fuente
original
Le
Monde Diplomatique (**)
3 de enero de2012
.
(*) IGNACIO RAMONET (1943 España) Entre 1990 y 2008 fue director de Le Monde Diplomatique. Es
doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en
Sciences Sociales (EHESS) de París y catedrático de Teoría de la Comunicación
en la
Universidad Denis-Diderot (Paris-VII). Especialista en
geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente
imparte clases en la Sorbona de París.
.
La
grave crisis financiera y el horror económico que padecen las sociedades
europeas están haciendo olvidar que –como lo recordó, en diciembre pasado, la
Cumbre del clima de Durban, en Sudáfrica– el cambio climático y la destrucción
de la biodiversidad siguen siendo los principales peligros que amenazan a la humanidad.
Si no modificamos rápidamente el modelo de producción dominante, impuesto por
la globalización económica, alcanzaremos el punto de no retorno a partir del
cual la vida humana en el planeta dejará poco a poco de ser soportable.
Hace
unas semanas, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) anunció el
nacimiento del ser humano número siete mil millones, una niña filipina llamada
Dánica. En poco más de cincuenta años, el número de habitantes de la Tierra se
ha multiplicado por 3,5. Y la mayoría de ellos vive ahora en ciudades. Por
primera vez los campesinos son menos numerosos que los urbanos. Entre tanto,
los recursos del planeta no aumentan. Y surge una nueva preocupación
geopolítica: ¿qué pasará cuando se agrave la penuria de algunos recursos naturales?
Estamos descubriendo con estupefacción que nuestro “ancho mundo” es finito...
En el
curso de la última década, gracias al crecimiento experimentado por varios
países emergentes, el número de personas salidas de la pobreza e incorporadas
al consumo sobrepasa los ciento cincuenta millones... (1) ¿Cómo no alegrarse de
ello? No hay causa más justa en el mundo que el combate contra la pobreza. Pero
esto conlleva una gran responsabilidad para todos. Porque esa perspectiva no es
compatible con el modelo consumista dominante.
Desde
el principio del siglo XX, por ejemplo, la población mundial se ha multiplicado
por cuatro. En ese mismo lapso de tiempo, el consumo de carbón lo ha hecho por
seis... El de cobre por veinticinco... De 1950 a hoy, el consumo de metales en
general se ha multiplicado por siete... El de plásticos por dieciocho... El de
aluminio por veinte... La ONU lleva tiempo avisándonos de que estamos gastando
“más del 30% de la capacidad de reposición” de la biosfera terrestre. Moraleja:
debemos ir pensando en adoptar y generalizar estilos de vida mucho más frugales
y menos derrochadores.
Este
consejo parece de sentido común pero es evidente que no se aplica a los mil
millones de hambrientos crónicos del mundo, ni a los tres mil millones de
personas que viven en la pobreza. La bomba de la miseria amenaza a la
humanidad. La enorme brecha que separa a los ricos de los pobres sigue siendo,
a pesar de los progresos recientes, una de las características principales del
mundo actual (2).
Esta no
es una afirmación abstracta. Tiene traducciones muy concretas. Por ejemplo, en
el tiempo de lectura de este artículo (diez minutos), 10 mujeres van a fallecer
en el mundo durante el parto; y 210 niños de menos de cinco años van a morir de
dolencias fácilmente curables (de ellos 100 por haber bebido agua de mala
calidad). Estas personas no fallecen por enfermedad. Mueren por ser pobres. La
pobreza las mata. Mientras tanto, la ayuda de los Estados ricos a los países en
desarrollo ha disminuido, en los últimos quince años, un 25%... Y en el mundo
se siguen gastando unos 500.000 millones de euros al año en armamento...
Si en
las próximas décadas tuviésemos que aumentar un 70% la producción de alimentos
para responder a la legítima demanda de una población más numerosa, el impacto
ecológico sería demoledor. Además, ese crecimiento ni siquiera sería sostenible
porque supondría mayor degradación de los suelos, mayor desertificación, mayor
escasez de agua dulce, mayor destrucción de la biodiversidad... Sin hablar de
la producción de gases de efecto invernadero y sus graves consecuencias para el
cambio climático.
En este
contexto, preocupa que los grandes países emergentes adopten métodos de
desarrollo depredadores, industrialistas y extractivistas, imitando lo peor que
hicieron y siguen haciendo los actuales Estados desarrollados. Todo lo cual
está produciendo una gravísima erosión de la biodiversidad.
¿Qué es
la biodiversidad? La totalidad de todas las variedades de todo lo viviente.
Estamos constatando una extinción masiva de especies vegetales y animales. Una
de las más brutales y rápidas que la Tierra haya conocido. Cada año,
desaparecen entre 17.000 y 100.000 especies vivas. Un estudio reciente ha
revelado que el 30% de las especies marinas está a punto de extinguirse a causa
de la sobrepesca y del cambio climático. Asimismo, una de cada ocho especies de
plantas se halla amenazada. Una quinta parte de todas las especies vivas podría
desaparecer de aquí a 2050.
Cuando
se extingue una especie se modifica la cadena de lo viviente y se cambia el
curso de la historia natural. Lo cual constituye un atentado contra la libertad
de la naturaleza. Defender la biodiversidad es, por consiguiente, defender la
solidaridad objetiva entre todos los seres vivos.
El ser
humano y su modelo depredador de producción son las principales causas de esta
destrucción de la biodiversidad. En las últimas tres décadas, los excesos de la
globalización neoliberal han acelerado el fenómeno.
La
globalización ha favorecido el surgimiento de un mundo dominado por el horror
económico, en el que los mercados financieros y las grandes corporaciones
privadas han restablecido la ley de la jungla, la ley del más fuerte. Un mundo
en el que la búsqueda de beneficios lo justifica todo. Cualquiera que sea el
coste para los seres humanos o para el medio ambiente. A este respecto, la
globalización favorece el saqueo del planeta. Muchas grandes empresas toman por
asalto la naturaleza con medios de destrucción desmesurados. Y obtienen enormes
ganancias contaminando, de modo totalmente irresponsable el agua, el aire, los
bosques, los ríos, el subsuelo, los océanos... Que son bienes comunes de la
humanidad.
¿Cómo
poner freno a este saqueo de la Tierra? Las soluciones existen. He aquí cuatro
decisiones urgentes que se podrían tomar:
—
Cambiar de modelo inspirándose en la “economía solidaria”. Ésta crea cohesión
social porque los beneficios no van sólo a unos cuantos sino a todos. Es una
economía que produce riqueza sin destruir el planeta, sin explotar a los
trabajadores, sin discriminar a las mujeres, sin ignorar las leyes sociales.
— Poner
freno a la globalización mediante un retorno a la reglamentación que corrija la
concepción perversa y nociva del libre comercio. Hay que atreverse a
restablecer una dosis de proteccionismo selectivo (ecológico y social) para
avanzar hacia la "desglobalización".
— Frenar
el delirio de la especulación financiera que está imponiendo sacrificios
inaceptables a sociedades enteras, como lo vemos hoy en Europa donde los
mercados han tomado el poder. Es más urgente que nunca imponer una tasa sobre
las transacciones financieras para acabar con los excesos de la especulación
bursátil.
— Si
queremos salvar el planeta, evitar el cambio climático y defender a la
humanidad, es urgente salir de la lógica del crecimiento permanente que es
inviable, y adoptar por fin la vía de un "decrecimiento" razonable.
Con
estas simples cuatro medidas, una luz de esperanza aparecería por fin en el
horizonte, y las sociedades empezarían a recobrar confianza en el progreso.
Pero ¿quién tendrá la voluntad política de imponerlas?
NOTAS:
(1)
Sólo en América Latina, como consecuencia de las políticas de inclusión social
implementadas por gobiernos progresistas en Argentina, Bolivia, Brasil,
Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y Uruguay, cerca de ochenta millones de
personas salieron de la pobreza.
(2) En
el mundo, unos 100 millones de niños (sobre todo niñas) no están escolarizados;
650 millones de personas no disponen de agua potable; 850 millones son
analfabetas; más de 2.000 millones no disponen de alcantarillas, ni de
retretes...; unos 3.000 millones viven (o sea se alimentan, se alojan, se
visten, se transportan, se cuidan, etc.) con menos de dos euros diarios.
(**) Fuente
original:
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