Martes
14 de febrero de 2012
EL AÑO
DE TODOS LOS PELIGROS
Escribe
IGNACIO
RAMONET (*)
Le
Monde Diplomatique
11 de
febrero de 2012
Publicó:
“Rebelión”
.
(*) IGNACIO RAMONET (1943 España) Entre 1990 y 2008 fue director de Le Monde Diplomatique. Es
doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en
Sciences Sociales (EHESS) de París y catedrático de Teoría de la Comunicación
en la
Universidad Denis-Diderot (Paris-VII). Especialista en
geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente
imparte clases en la Sorbona de París.
.
¿Será
2012 el año del fin del mundo? Es lo que vaticina una leyenda maya que incluso
le pone fecha exacta al apocalipsis: el 12 de diciembre próximo (12-12-12). En
todo caso, en un contexto europeo de recesión económica y de grave crisis
financiera y social, los riesgos no escasearán este año, que verá además
elecciones decisivas en Estados Unidos, Rusia, Francia, México y Venezuela.
Pero el
principal peligro geopolítico seguirá situándose en el Golfo Pérsico. ¿Lanzarán
Israel y Estados Unidos el anunciado ataque militar contra las instalaciones
nucleares iraníes? El gobierno de Teherán reivindica su derecho a disponer de
energía nuclear civil. Y el presidente Mahmud Ahmadineyad ha repetido que el
objetivo de su programa no es en absoluto militar; que su finalidad es
simplemente producir energía eléctrica de origen nuclear. También recuerda que
Irán firmó y ratificó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), mientras
que Israel nunca lo hizo.
Por su
parte, las autoridades israelíes piensan que no se debe esperar más. Según
ellas, se acerca peligrosamente el momento en que el régimen de los ayatolás
dispondrá del arma atómica, y a partir de ese instante ya no se podrá hacer
nada. El equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo se habrá roto, e Israel ya no
gozará de una incontestable supremacía militar en la región. El gobierno de
Benjamín Netanyahu estima que, en esas circunstancias, la existencia misma del
Estado judío estaría amenazada.
Según
los estrategas israelíes, el momento actual es tanto más propicio para golpear
cuanto que Irán se encuentra debilitado. Tanto en el ámbito económico, a causa
de las sanciones impuestas desde 2007 por el Consejo de Seguridad de la ONU,
basadas en informes alarmantes del Organismo Internacional de la Energía
Atómica (OIEA), como en el contexto geopolítico regional, porque su principal
aliado, Siria, a causa de la violenta insurrección interna, se halla
imposibilitado de prestarle una eventual ayuda. Y esta incapacidad de Damasco
repercute en otro socio local iraní, el Hezbolá libanés, cuyas líneas de
aprovisionamiento militar desde Teherán, han dejado de ser fiables.
Por
estas razones, Israel desea que el ataque se lleve a cabo cuanto antes. En aras
de preparar el bombardeo, ya hay infiltrados en Irán, efectivos de las fuerzas
especiales. Y es muy probable que agentes israelíes hayan concebido los
atentados que, estos dos últimos años, causaron la muerte de cinco importantes
científicos nucleares iraníes.
Aunque
Washington acusa igualmente a Teherán de estar llevando a cabo un programa
nuclear clandestino para dotarse del arma atómica, su análisis a propósito de
la oportunidad del ataque es diferente. Estados Unidos está saliendo de dos
decenios de guerras en esa región, y el balance no es halagador. Irak ha sido
un desastre y ha quedado finalmente en manos de la mayoría chií, la cual
simpatiza con Teherán... En cuanto al lodazal afgano, las fuerzas
estadounidenses se han mostrado incapaces de vencer a los talibanes, con los
cuales la diplomacia norteamericana ha tenido que resignarse a negociar antes
de abandonar pronto el país a su destino.
Por
otra parte, Washington está tratando de cambiar su imagen en el mundo
árabe-musulmán, sobre todo después de las insurrecciones de la “primavera
árabe” del año pasado. De cómplice de dictadores –en particular del tunecino
Ben Alí y del egipcio Mubarak– desea ahora aparecer como mecenas de las nuevas
democracias árabes. Una agresión militar contra Irán, en colaboración además
con Israel, arruinaría esos esfuerzos y despertaría el antinorteamericanismo
latente en muchos países. Sobre todo en aquellos cuyos nuevos gobiernos,
precisamente surgidos de las revueltas populares, están dirigidos por
islamistas moderados.
Una
importante consideración complementaria: el ataque contra Irán tendría
consecuencias no sólo militares (no se puede descartar que algunos misiles
balísticos iraníes alcancen el territorio israelí o consigan golpear las bases
norteamericanas de Kuwait, Bahréin u Omán) sino, sobre todo, económicas. La
réplica mínima de Irán a un bombardeo de sus sitios nucleares consistiría, como
sus responsables militares no cesan de prevenir, en el bloqueo del estrecho de
Ormuz. Cerrojo del Golfo Pérsico, por él pasa un tercio del petróleo del mundo
y unos 17 millones de barriles de crudo cada día. Sin ese aprovisionamiento,
los precios de los hidrocarburos alcanzarían niveles insoportables, lo cual
impediría la reactivación de la economía mundial y la salida de la recesión.
El
Estado Mayor iraní afirma que “nada es más fácil de cerrar que ese Estrecho” y
multiplica las maniobras navales en la zona para demostrar que está en
condiciones de llevar a cabo sus amenazas. Washington ha respondido que el
bloqueo de la vía estratégica de Ormuz sería considerado como un “caso de
guerra”, y ha reforzado su V Flota que navega por el Golfo.
Es muy
improbable que Irán tome la iniciativa de ocluir el paso de Ormuz (aunque
siempre podría intentarlo en represalias a una agresión). En primer lugar
porque se daría un tiro en un pie, ya que exporta su propio petróleo por esa
vía, y que los recursos de esas exportaciones le son vitales.
En
segundo lugar porque dañaría a algunos de sus principales socios, quienes le
apoyan en su conflicto con Estados Unidos. Principalmente China, cuyas
importaciones de petróleo, que alcanzan un 15%, proceden de Irán; y su eventual
interrupción paralizaría parte de su aparato productivo.
Las
tensiones están pues al rojo vivo. Las cancillerías del mundo observan minuto a
minuto una peligrosa escalada que puede desembocar en un gran conflicto
regional. Se verían implicados en él no sólo Israel, Estados Unidos e Irán,
sino también otras tres potencias de Oriente Medio: Turquía, cuyas ambiciones
en la región vuelven a ser considerables; Arabia Saudí, que sueña desde hace
decenios con ver destruido a su gran rival islámico chií; e Irak, que podría
romperse en dos partes, una chií pro-iraní, y otra suní pro-occidental.
Asimismo
un bombardeo de los sitios nucleares iraníes causará una nube radiactiva
nefasta para la salud de todas las poblaciones de la zona (incluidos los miles
de militares estadounidenses y los habitantes de Israel). Todo ello conduce a
pensar que si los belicistas están alzando con fuerza la voz, el tiempo de la
diplomacia aún no ha terminado.
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