Jueves 2 de febrero de 2012
GEOPOLÍTICA
DEL PETROLEO
(Parte
4)
Escribe
JORGE
GÓMEZ
BARATA (*)
Fuente:
ARGENPRESS.info
1º de
febrero de 2012
.
(*)
JORGE GÓMEZ BARATA- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista
cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política
internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa,
latinoamericanos y extranjeros. Hadicho que “En todas
las esferas del saber y de la práctica social, incluyendo la economía, la
verdad es siempre sencilla, ...”
Afortunadamente cuando los europeos llegaron a América y a
lo largo de los siguientes tres siglos cuando a escala del Nuevo Mundo se
realizó una operación de saqueo de magnitudes incalculables, el petróleo no era
conocido, carecía de valor comercial y estaba a buen recaudo en las entrañas de
la tierra; de otra manera hubiera corrido la misma suerte que el oro de México,
Perú y Centro América, la plata de Potosí, las maderas preciosas, las plantas y
las plumas de los pájaros, incluso los pueblos originarios.
Conocido desde tiempos inmemoriales cuando brotaba
espontáneamente de la tierra o era artesanalmente extraído de los esquistos
(aceite de piedra), el petróleo que se utilizó como medicina, elemento
ceremonial o para alimentar el fuego, a partir del siglo XIX se convirtió en
sostén del progreso industrial, condición en la que debutó en 1859 en los
Estados Unidos.
Para fortuna del pueblo y de los empresarios
norteamericanos, al asociarse con el liberalismo económico, una innovación
introducida en el Nuevo Mundo por los revolucionarios que fundaron los Estados
Unidos, el petróleo permitió potenciar los enormes recursos naturales de
América del Norte, poblada por masas de emigrantes europeos, caracterizados por
cierta ilustración, dominio de oficios y capacidad de innovación; así como con
ambiciones y afanes de progreso ilimitados, aportando un dinamismo al
desarrollo industrial norteamericano que hasta hoy se sostiene en los
hidrocarburos, cosa que no ocurrió en ninguna otra parte.
La paradoja es casi increíble: el petróleo que enriqueció a
los Estados Unidos y les permitió convertirse prácticamente en la civilización
del acero, el automóvil, el nylon, los plásticos y los polímeros, no tuvo esos
efectos en ninguna otra parte y en algunos lugares ha llegado a mencionarse
como una maldición. El petróleo que enriqueció a los estadounidenses,
empobreció a Venezuela, complicó a México y con dinero fácil corrompió a las
oligarquías del Oriente Cercano.
La explicación de semejante aberración sólo puede ser una:
así como para los elefantes, por su tamaño y su fuerza no existen depredadores,
tampoco los hay para Estados Unidos, un país al que nadie ha ocupado, explotado
ni saqueado nunca. Los paquidermos, demasiado grandes para ser comidos, tampoco
se comen a ninguna otra criatura, cosa que no puede decirse de los capitalistas
norteamericanos. Hace años, cuando realicé el descubrimiento quedé perplejo:
excepto Estados Unidos, ningún país petrolero se ha desarrollado.
La historia petrolera de los Estados Unidos está ligada a
una impactante cadena de éxitos que en poco más de 100 años le permitieron
transitar de colonia a superpotencia, mientras la misma sustancia en Venezuela,
México, Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait y otros estados del golfo Pérsico,
todos explotados por transnacionales norteamericanas y europeas, se vincula con
interminables tragedias, saqueo, invasiones, guerras, ostentación, dilapidación
y pobreza, luchas internas y con el entreguismo y el encumbramiento de
envilecidas oligarquías nativas.
Con el petróleo ocurre como a los alimentos: hay de sobra mas
no alcanza. También Marx mencionó la paradoja de las crisis de sobreproducción:
“Se sufre frío porque se produjo mucho carbón”. Por mucho que sean las
existencias de petróleo y comida, las ambiciones son más y, aunque no intento
probarlo ni trataré de abrumar a los lectores con cifras, estoy convencido de
que con el petróleo ocurrirá como con el carbón: será sustituido antes de que
se termine.
Hay mucho más petróleo que el que la humanidad puede
consumir antes de que, en los próximos cincuenta años, las energías
sustitutivas, principalmente la electricidad y el calor generados gratuitamente
por el sol, el viento, las mareas y otras formas ahora no convencionales lo
hagan obsoleto.
Bastaría un ejemplo. En los esquistos (en griego significa
“escindido” rocas o piedras laminares entre cuyos espacios se filtra (y se
almacena) el aire y el agua pero también petróleo y el gas), en las arenas
alquitranadas, en la turba y en ciertos lodos, hoy poco explotados por su alto
costo y efectos contaminantes, hay reservas de petróleo 500 veces mayores que
todas las de crudos actualmente comprobadas, sin contar que el carbón,
existente en casi todo el mundo también puede ser convertido en petróleo.
A la capacidad de producir combustibles a partir de los
vegetales, incluso del pasto y de los desechos de cosecha, habría que añadir
las posibilidades que abren las tecnologías actuales las cuales permiten
extraer petróleo de sitios antes inaccesibles, entre otros, las profundidades
marinas y bajo los hielos.
Tampoco albergo la menor duda de que existen o pueden
crearse tecnologías suficientemente eficientes para atenuar, reducir e incluso
suprimir los desastrosos efectos que para el medio natural y el clima tienen
los gases de efecto invernadero emitidos por el petróleo, el gas y el carbón.
De lo que se trata no es de incapacidad técnica para hacerlo
como de la renuencia a asumir los costos que ello conlleva. Para contaminar
menos hay que gastar más y no existe ningún capitalista dispuesto a hacerlo,
excepto que los estados se lo impongan, cosa que muchos no hacen. El afán de
ganancias y la codicia y no el azufre o el CO² son los responsables de la
situación actual.
No hace mucho disfruté de un documental científico referido
a investigaciones destinadas a prever la hipótesis de que en algún momento
futuro, la tierra pudiera ser amenazada por el impacto de un asteroide
gigantesco, en cuyo caso, además de tratar de destruir el objeto agresor,
existe la opción de modificar la órbita de la tierra y apartar el planeta de la
ruta de colisión. Obviamente, quien puede hacer eso también puede poner filtros
a las chimeneas y reciclar los gases.
Cierta vez Fidel Castro, que a sus meritos políticos suma
los de ser uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, fue lapidario al
decir: “Cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra.” Dan
deseos de parafrasearlo para decir que con un “tilín” menos de egoísmo no
habría hambre ni contaminación y por supuesto tampoco crisis energéticas ni
guerras por el petróleo.
En la confrontación generada por la geopolítica del petróleo
hay de todo, incluso filosofía. Allá nos vemos.
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