DE
MADRE A PATRIA: INSUMERGIBLES
Escribe
MICHEL
CONTRERAS
Fuente:
CUBA DEBATE
Opinion.
Cultura.
24 de
febrero de 2012
Más que
con sus Almodóvares y sus Gaudís, sus Dalís y sus Gades, su Escorial y su
historia de conquistas, su presunción mediterránea y sus mujeres de bufanda y
botín alto, a mí España me enamora con versos y guitarras.
Música
y literatura. Pluma y cuerda. De tal casamiento nació un día mi admiración por
esta España que, a tenor con los vientos que soplan en su Palacio de Gobierno,
aún no sabe cuidarse de su propia España. Esta España que desoyó el consejo
vallejiano, pero que siempre guarda, intacto, un corazón sensible para mirar al
sol.
Y es
que de Don Francisco de Quevedo al malogrado Camarón de la Isla, de Machado
-¡qué memorables Campos de Castilla!- a la anoréxica sensualidad de Ana Belén,
este país se autorretrata como un tablao gigante dentro de una infinita
biblioteca.
Por lo
menos así lo veo yo. Pero claro, muy poco fiable debe ser el testimonio de este
adicto (por encima de todos los artistas) a los cantaescritores, esa raza en
camino de extinción. Y usted sabe, en España sobreviven Sabina y Serrat. El
andaluz humoso, correntón, perfumado de bragas y alcoholes, y el catalán
sufriente, lírico, con cara de patriarca rasurado. Pluma y cuerda son ambos.
Poesía en estado natural, desligada del rímel esnobista.
Justo
ahí quería llegar. A esos “dos pájaros de un tiro” que hace poco presentaron un
disco a cuatro manos. Se llama La orquesta del Titanic, tiene “once canciones
locas”, y su origen -Sabina dixit- fue el siguiente:
“Yo
tenía unos versos desde hace mil años de los que nunca pude hacer una canción,
que era La Orquesta del Titanic, porque me gustaba la idea de que los músicos
seguían tocando mientras se hundía todo. Cuando empecé con éste, Serrat, pensé
que era una fantástica metáfora de la crisis que está cayendo. (…) Leo todos
los días la desesperación de la gente, nosotros cantamos porque es lo único que
sabemos hacer y también para que la gente tenga por lo menos una canción donde
reír o llorar”.
De
momento, la unión ha procreado un disco de platino en apenas la primera semana
de ventas. Y de seguro el éxito se multiplicará, como es de sospechar cada vez
que acontece una conjunción propicia de los astros.
Personalmente,
no considero que este álbum alcance la altura de los “sabinianos” Hotel, dulce
hotel o 19 días y 500 noches, por citar un par de ejemplos. Ni contiene algún
texto comparable a Tu nombre me sabe a yerba o Pueblo blanco, esos temas
insignes de Serrat.
Pero
ello no desdora el resultado. Si total, tampoco Silvio, nuestro Silvio, ha
podido emular en las últimas entregas con aquellos sus memorables fonogramas de
los años setentas y ochentas, da lo mismo si hablamos de Días y flores, Mujeres
o Unicornio. ¿Será acaso que cualquier tiempo pasado fue mejor?
Más
allá de si hay razón o no en la sempiterna interrogante, lo cierto es que La
orquesta… dispone de la capacidad de estremecer. Y digo más. Digo que, como
mínimo, tres de sus canciones merecen pasaportes a la posteridad.
Una de
ellas es la que le da nombre al álbum, cuyo piano nos transporta enseguida unas
décadas atrás, hasta dejarnos frente por frente al barco, al iceberg, los
músicos, el pánico y la muerte.
Otra es
Acuérdate de mí, una balada plena que, desde el arranque, pega el primer golpe:
“Acuérdate de mí cuando me olvides, que allí donde no estés iré a buscarte”. Y
la restante es Cuenta conmigo, envidiable disparo a la sien que nos derrumba
con su declaración de amor fanático y la delicia de unos versos como “si
quisieras quererme dejaría de fumar y me haría vegetariano, si durmieras conmigo
dormirían menos tristes las palmas de mis manos”.
Basta
con ese trío de temas para justificar La orquesta… Sabina y Serrat han vuelto a
estrechar voces, por fortuna, y ahora quieren llevar a feliz puerto su Titanic.
Definitivamente, estos dos capitanes no saben de naufragios.
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