CUANDO
MUEREN LOS NIÑOS…
Escribe
JORGE
GÓMEZ
BARATA (*)
Fuente:
ARGENPRESS.info
26 de
marzo de 2012
.
(*)
JORGE GÓMEZ BARATA- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista
cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política
internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa,
latinoamericanos y extranjeros. Hadicho que “En todas
las esferas del saber y de la práctica social, incluyendo la economía, la
verdad es siempre sencilla, ...”
.
No hay
crimen mayor que asesinar niños ni pena más desgarradora que la de una madre
cuando llora su dolor; tampoco hay algo tan grotesco como las falsas
condolencias y la disposición para aprovechar tragedias nacionales en busca de
mezquinas ganancias políticas.
¿Por
qué si todos los días en actos de violencia mueren cientos de criaturas y
decenas de miles perecen a causa del hambre o víctimas de enfermedades
prevenibles y curables conmueve tanto el asesinato de tres infantes en una
escuela francesa? ¿Por qué nadie llora al leer que hay un país donde por cada
mil niños nacidos vivos mueren 154? ¿Quién los mata?
El repudio
universal ante el salvaje asesinato cometido por Mohamed Merah en una escuela
judía en Toulouse Francia recuerda la reacción por la masacre de jóvenes
noruegos realizada por Anders Behring Breviki en la isla Utoya.
¿En qué
se parecen un racista confeso, un musulmán amargado y un sargento
norteamericano que a sangre fría ejecutan a personas inocentes bajo el
denominador común del odio sembrado en sus almas por conflictos que ellos no
crearon y que personalmente los trasciende?
Las
respuestas no son idénticas ni simples porque la violencia y la opresión,
erróneamente justificadas y loadas en función de intereses espurios y metas
políticas coyunturales, son aberraciones que desde el principio de los tiempos
acompañan a las civilizaciones, se vinculan a reglas de convivencia dictadas
por la codicia y la injusticia y aluden a esencias de la condición humana.
La
maldad está presente en todas las culturas y civilizaciones y no faltan quienes
sostengan que fue creada como contraparte de la bondad y que el hombre dotado
de libre albedrio escoge ser una cosa o la otra. El razonamiento obvia que esos
y otros comportamientos son fenómenos social y culturalmente condicionados. Los
musulmanes no humillan a las mujeres, los del Ku Klux Klan no odian a los
negros ni los racistas practican el antisemitismo porque sean intrínsecamente
perversos, sino porque les enseñaron a hacerlo.
Mientras
los muertos en las guerras y los que perecen por hambre son registrados en
informes y estadísticas abstractas como víctimas de sistemas sociales
disfuncionales y de políticas erróneas, los adolecentes noruegos, los niños
judíos y los civiles afganos asesinados por personas concretas con rostros,
nombres y apellidos, son evidencias de la degeneración a la que conducen el
fascismo, el antisemitismo, el racismo y otras ideologías toxicas que envenenan
el alma humana e impactan a individuos que llegan a creer que matar y vengar es
hacer justicia.
La
discriminación, la exclusión y las persecuciones, el linchamiento y el
asesinato en masa de judíos de todas las edades y condiciones en Europa, ha
sido un hecho corriente desde que sobre el pueblo hebreo se vertieron atroces
calumnias, hecho que ha servido de justificación para el racismo más
despiadado.
El
antisemitismo, la expresión de racismo que en el siglo XX movió a las mayores
crueldades, arraigó desde mucho antes en Francia, el único de los países de
Europa Occidental ocupado por los nazis donde la sumisión al fascismo asumió
rango de política de Estado, incluyendo naturalmente la persecución a los
judíos nacidos franceses.
No es
verdad que el asesino de Toulouse hiciera algo por la dignidad de los niños
palestinos como tampoco lo es que Osama Ben Laden y los terroristas del 11/S
contribuyeran en absoluto a la reivindicación de los pueblos musulmanes y
árabes explotados y humillados por el colonialismo y por los imperios.
No hace
bien a los niños palestinos asesinar en su nombre a niños judíos; bien hace
quien lucha por evitar que mueran niños por cualquier razón y en cualquier
parte y benefactor no es quien dispara a unos inocentes para vengar a otros,
sino quien se esfuerza por cambiar la absurda realidad que mata de hambre y
enfermedades prevenibles y curables, arma a los asesinos y los provee de
argumentos.
Los
crímenes cometidos en la isla noruega de Utoya o en la escuela Azar Hatoran en
Toulouse no se borrarán porque los responsables sean castigados, como tampoco
las víctimas del holocausto judío fueron redimidas cuando algunos de sus
responsables fueron ahorcados en Núremberg.
Jamás
la muerte de un asesino ha devuelto la vida ni la dignidad a sus víctimas ni ha
llevado consuelo a sus familias. Saber que Ben Laden y Mohamed Merah murieron y
que Anders Behering Breviki pasará el resto de sus días en la cárcel, no hará
felices a las madres de las víctimas del 11 sino más desdichadas a las de los
criminales y los terroristas.
La
Francia que no encuentra consuelo ante la absurda matanza de criaturas que antes
que judíos y franceses eran niños, no debiera olvidar que hace apenas unas
semanas, el mismo presidente que conmovido llora por tres escolares para los
cuales no alcanzan todas las lágrimas del mundo, envió los aviones y las bombas
de Francia a matar en Libia.
El día
llegará en que nadie, ni los individuos envilecidos, los gobiernos o los
imperios tengan licencia para matar. Cuando los niños no mueran la humanidad
estará curada. Allá nos vemos.
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