LA MEMORIA
Escribe
ERNESTO
MARTINCHUK (*)
(
ARGENPRESS.info)
23 de
marzo 2012
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(*) ERNESTO MARTINCHUK-(Argentina)Periodista en
Noticiero TELEFE - Docente - Investigador – Documentalista – Co autor de “Los
medios de comunicación como sistema de dominación”, con Karina Borodnikoff y
Alberto San Martín. Docente de la Escuela de Periodismo Círculo de la Prensa. Columnista en varios medios de la prensa
escrita y on line.
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A pesar
de su descarada tendencia a la soberbia, el hombre no es otra cosa que un vivo
testimonio de su pesimismo. Tal vez lo segundo sea la inevitable consecuencia
de lo primero; y acaso esté en ello la raíz de la posibilidad del optimismo.
Sea como fuere, el hombre ha encontrado en su propia naturaleza la disculpa o
los atenuantes de sus faltas y errores.
Con
decir “es humano” ya está casi todo justificado, explicado y excusado, desde el
asesinato y la traición hasta el adulterio, el robo o la negligencia… y por su
puesto son humanos. Pero también son humanos el heroísmo, la fidelidad, la
ética y la verdad es que nunca vemos elogiar su ejercicio con la frasecita “Es
humano”.
En
cambio si hemos oído llamar “inhumano” a quién maltrata a los animales con el
pretexto de que la crueldad es una manifestación de falta de humanidad. El ser
humano manifiesta muy mala opinión acerca de su humanidad: en lo que acierta, a
fuerza de equivocarse. El ser humano desprecia a su humanidad pero desde el
punto de vista de la conducta y precisamente explica su mala conducta “porque
es humano”, y considera extraordinario -genial o maravillosa- la buena
conducta, con muy poca lógica, por cierto, por la sencilla razón de que la
conducta es hija de la voluntad. Y al ser humano no le conviene manifestar
buena opinión general de la voluntad porque esto lo llevaría al plano del
reconocimiento de la responsabilidad.
Si bien
es cierto que el debido ejercicio de la voluntad puede llevar a una vida
ejemplar, no es menos verdad que un desaprensivo cultivo puede llevar al éxito.
Es humano, claro. Sin embargo, los humanos suelen atribuir sus éxitos -buenos o
malos- a su inteligencia y no se fijan tanto en la elección del camino seguido
en la elaboración de sus planes. Hay algo de superstición, sin duda, en esto de
la inteligencia.
La
inteligencia puede llevarnos a la cultura de las letras, las artes y las
ciencias, desde el gobierno de los pueblos, a la investigación de los microorganismos,
pero no puede, por si sola, llevarnos a la santidad o al heroísmo. Tiene que
“llevar a” la voluntad.
El ser
humano no sólo admira ilimitadamente a la inteligencia, sino que se admira a sí
mismo por ella; lo que no es más que una forma de narcisismo. Los intelectuales
hablan de la inteligencia como cosa de ellos y la verdad es que, es un don tan
absolutamente graciosos como la belleza. Los intelectuales son, quizá, si no
los “fundadores” del desprecio de la voluntad. Al intelectual le alcanza -o se
lo cree- con la inteligencia, aunque sea ajena, del mismo modo que al místico
le alcanza con la voluntad, sobre todo si es de su Dios. Pero tanto una como la
otra son potencias del alma, respectivamente ordenadas a servir al conocimiento
y a la virtud.
El
intelectual suele caer en la estúpida tentación de despreciar al santo, sobre
todo si éste es gloriosamente analfabeto. El héroe puede caer en la alevosa
tentación de despreciar al intelectual, sobre todo si éste es vergonzosamente
cobarde. Pero hay una tercera potencia del alma: la memoria, cuyo casi general
olvido constituye la más deliciosa paradoja del hombre.
Muchos
intelectuales desprecian a la memoria, en su afán de exaltar a la inteligencia,
sin reparar en que, sin memoria no hay imaginación, y sin imaginación no hay
literatura, así como sin esperanza no hay futuro. Y el héroe puede despreciar a
la voluntad, sin reparar en que sin memoria no hay leyenda y que sin leyenda no
hay mitología, así como sin esperanza no hay inmortalidad.
Existe
un profundo misterio, sin duda, en esto de la memoria, madre abnegada de toda
realidad y de todas las posibilidades, tan imperdonablemente subestimada como
la modestia misma, madre de todo buen ejemplo.
Todo es
memoria, porque el pasado es el padre del futuro.
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