LOS NIÑOS ENVENENADOS
Escribe
SILVANA
MELO (*)
(ARGENPRESS)
Agencia
APE (**)
16 mayo
de 2012
(*) SILVANA MELO nació en
Olavarría el 30 de agosto de 1961. Es periodista gráfica y radial, escritora y
militante social. Tiene a su cargo la Agencia de Noticias “Pelota de Trapo” (APE). agenciapelota@pelotadetrapo.org.ar .
que tiene su campo de acción en areas carenciadas y marginadas
José
Rivero jugaba en la tierra, en la chacrita de Lavalle, a pocos kilómetros de
Corrientes. Hundía el pie en la humedad y miraba el moldecito de su huella. A
veces modelaba el barro y otras se ennegrecía los dientes con los dedos. A los
cuatro años no entendía la muerte de sus animales, que iban cayendo, tiesos y
amarillos, después de días de desánimo y vómitos bordó. Comía tierra mientras
alzaba chozas con ella, con techitos de rama seca.
A su alrededor los plantíos
eran una alfombra verde. Algunos días se venía un olor fuerte, penetrante en
los pulmones. Los ojos picaban y la garganta era de lija. La vida en su casa
agonizaba proporcionalmente al verdor de las chacras. Se fueron secando,
fumigados como malezas.
José
murió en el Garrahan, envenenado. La tierra estaba embebida de clorados.
El
modelo extractivo no incluye la vida. Menos aún aquellas vidas anónimas, de
gente pequeñita, que llegó a deshora a un mundo para otros. Menos aún para las
vidas confinadas a una parcela mínima en medio del negocio. Que se las
arreglará más temprano que tarde para sacárselas de encima. Con la policía, con
las patotas, con el cianuro en el agua o fumigándoles la casa y la piel. Como a
la mala hierba. La soja modificada genéticamente resiste al glifosato y ve,
desde su púlpito, extinguirse al pasterío indeseable. Pero los niños no tienen
modificación genética. Y suelen morirse como los pastos.
Un año
atrás dos vecinos de José, Nicolás Arévalo y su prima Celeste Estévez,
caminaban por los sembrados en Lavalle, hundiendo los pies en el barro. Por su
piel penetró el endosulfán, el mismo veneno atroz que mató a José. Un clorado
prohibido en casi todo el mundo pero que en un par de países de América Latina sigue
aplicándose. Nicolás no pudo resistirlo. Tenía cuatro años. A los niños de
tierras perdidas los persigue el hambre, el gatillo fácil, el paco o una nube
tóxica. Como los químicos asimilables al napalm que enfermaron de cáncer a
Ezequiel, de siete años, en Nuestra Huella. Murió hace dos años de un tumor
cerebral, después de haber apilado miles de huevos desde los cuatro. Embarrado
de estiércol y agroquímicos.
LOS
NIÑOS DE TIERRAS PERDIDAS
SON
DÉBILES COMO LA HIERBA.
En
Misiones, 5 de cada 1000 niños nacen con malformaciones, según el informe del
doctor Juan Carlos Demaio, jefe de cirugía del Hospital Provincial Ramón
Madariaga. La mayoría, en las zonas tabacaleras y papeleras. Los agrotóxicos
matan lo que se le interponga al cultivo. Se cuelan en el ambiente, en el agua,
en la dermis de la tierra.
En
siete años fueron cayéndose muertos uno a uno. Los primitos Portillo vivían en
el paraje rural del Tala, en Entre Ríos. Habían quedado presos de las
plantaciones de soja. Rodeados en su pequeña casita, en la única tierra suya,
que les fue respetada apenas. Entre 2000 y 2007 fueron fumigados como al
junquillo, atacados como a la peor maleza. Pero el junquillo resiste más que
Alexis, de un año y medio. Que Rocío y Cristian, de ocho. Que se extinguieron
como luciérnagas en el día. Sin poder pelearle a nada.
“Cuando
fumigaban, nos encerrábamos en la pieza. Por días nos dolía la cabeza, picaba
la garganta y ojos. Y si llovía, el arroyo de casa bajaba con peces muertos. En
el campo hay palomas, perdices y liebres muertas, nada deja el veneno”, dice
Norma, la mamá de Cristian. En Gualeguaychú culparon a la sangre (los papás
eran primos). Después, a una bacteria desconocida. Por último a la supuesta
desnutrición de los chicos.
Los
niños de las tierras perdidas son débiles como la hierba. Y el poder económico
los tala como a los montes.
El
endosulfán, el glifosato y todos sus socios, amigos y parentelas son los dioses
potentes del modelo extractivo que no deja hierba en pie. Ni pulmones ni niños
ni tierra para jugar ni barro donde hundir el pie. Cómplices directos del
cianuro que envenena el agua. De la topadora de los monstruos que construyen
poder y riqueza sobre la piel de las vidas nuevas. Sobre los pedacitos de
porvenir que intentan resistir a la agonía de sus cielos y de sus pájaros.
Pero
los niños de las tierras perdidas son tan débiles como la hierba.
Se
apagan, anónimos, como fueguitos lejanos. Y los pájaros se quedan cada vez más
solos.
---
(**)AGENCIA DE NOTICIAS PELOTA DE TRAPO
Nuestra Agencia instala su palabra en una sociedad
asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde
los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos
elegidos por la suerte.
Como herramienta comunicacional, se propone impactar
en la opinión pública y en los mismos comunicadores sociales, promoviendo una
revisión sistemática del paradigma cultural dominante. Se trata de mover -y de
conmover- a esa sociedad que ha marcado con un estigma descalificante al
excluido, y que levanta barreras infranqueables para los niños y jóvenes
nacidos en la pobreza, lo mismo que para las familias de donde ellos provienen.
Toda acción que contribuya a hacer visible y
conciente el hecho -lacerante- de que hemos desterrado a millones de niños y
aceptamos, cotidianamente, el inaceptable crimen del hambre; toda acción que
lleve a los colectivos humanos a indignarse y a impulsar un cambio, es para
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