¿GOLPE
DE ESTADO EN BOLIVIA?
Escribe
PABLO
STEFANONI (*)
Publica:
“Rebelión”
28 de
junio 2012
(*)PABLO STEFANONI (Argentina) Es periodista,
economista y cuenta con una maestría en Ciencia Política. Es columnista de
“Pagina 7” y en otros varios periódicos de Bolivia.Investigador Social
argentino, llegó a Bolivia en 2003 con una beca del Consejo Latinoamericano de
Ciencias.
¿Estos
días hubo un intento de golpe de estado en Bolivia? Un grupo de intelectuales
firmaron esta semana un manifiesto llamado “Paremos el golpe de estado en
Bolivia” (www.rebelion.org/noticia.php?id=152087).
Sin duda, cualquier motín
policial es un acto sedicioso, porque los policías son un grupo armado y no
pueden (en teoría) usar las armas que les dio “la sociedad” para sus reclamos
sectoriales, incluyendo los salariales.
Pero de
ahí a un golpe planificado hay un trecho. Da la impresión que basta circular un
manifiesto que denuncie un golpe para que sea firmado casi de inmediato por
algunos intelectuales que respaldan honestamente el proceso de cambio. Al punto
que ya hay un cierto acto reflejo: conflictos sociales=golpe.
Eso viene
empobreciendo sensiblemente los análisis de coyuntura de gran parte de las
izquierdas radicales, que vuelcan acríticamente sus lecturas de la realidad en
los moldes del antagonismo patria/antipatria de matriz nacionalista. Y hace
tiempo que sabemos que ese nacionalismo tiene varias facetas, movilizantes y
regimentadoras, democratizantes y organicistas… Volviendo al tema: ¿en Bolivia
hubo un intento de golpe de estado?
El
conflicto comenzó el 18 de junio con una huelga de mujeres de policías y
continuó con un motín de los policías rasos. Esos motines no son nuevos en
Bolivia, el último de gran magnitud ocurrió en febrero de 2003, y puso en jaque
al gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada. En ese entonces la
izquierda apoyó a los amotinados que rechazaban un impuesto a los salarios y
reclamaban mejoras laborales, y se planteó una suerte de alianza
popular-policial. Ese motín fue brutalmente reprimido por las FFAA con un saldo
de una treintena de muertos, y reactualizó la histórica enemistad entre policías
y militares.
Esta
vez hubo todo tipo de desbordes, incluyendo el saqueo de una oficina de
inteligencia, destrucción de cuadros presidenciales pistola en mano e insultos
a Evo Morales, llamado “pisacoca” por los amotinados concentrados amenazantes frente
al Palacio Quemado. Pero no hubo saqueos, lo que da cuenta de que la realidad
social es muy diferente a los años 2000.
No se
trata, como busca la derecha y sus medios, de minimizar lo ocurrido, sino de
tratar de entender por qué se repiten este tipo de hechos. Y enmarcar este
motín en el contexto boliviano, en una realidad que el actual proceso de cambio
se propone transformar. La policía boliviana está precarizada, lumpenizada y
trabaja en condiciones a menudo inhumanas. Situación que reclama a gritos una
reforma policial profunda e integral.
La
policía fue históricamente la vía de movilidad social campesina y no es raro
que los policías rasos sean tratados de indios de mierda por automovilistas de
clase media. Sus salarios, hasta ahora de menos de 200 dólares mensuales, son
aumentados con coimas, a veces de montos ridículos y humillantes.
Si en
los 50 la policía quedó del lado del bando revolucionario y las FFAA fueron
casi destruidas, hoy el gobierno prefiere mantener una alianza
campesina-militar que coloca a la Policía en un segundo lugar. Finalmente, son
esos los policías que reprimen y muchas veces matan a manifestantes populares,
por una mezcla de mala formación, armas inadecuadas y resentimientos varios.
En los
conflictos sociales puede verse a policías llevando a los heridos a pie por
falta de medios de transporte y no es raro que sean enviados a sitios alejados
sin viáticos, camas para dormir ni abrigos adecuados (a falta de los cuales
apelan a encender fogatas y cubrirse con frazadas).
Además
deben comprarse sus materiales de trabajo, incluyendo armas reglamentarias, y
según declaraciones difundidas en la prensa lo hacen en el mercado negro. Pero
además existe un fuerte resentimiento de las clases bajas policiales respecto a
la jerarquía, a menudo implicados en corrupciones y mafias de mayor calado.
A todo
esto se suma la facilidad para que los conflictos en Bolivia se desborden, y
que incluso haya sectores interesados en generar muertes para conseguir sus
demandas. Se trata de sistemas de incentivos a ciertas formas de lucha
construidos a lo largo de la historia. En Bolivia esos incentivos conducen
siempre a la acción directa, y no fue diferente estos días con el motín
policial, a sabiendas de que no serían reprimidos.
A
diferencia de otros países la distancia entre la calle y el Palacio a menudo
parece demasiado corta. Las instituciones son débiles y las mediaciones (y
capacidad de negociación) deficitarias. Además, l os muertos suelen generar un
“efecto indignación” de imprevisibles consecuencias para el gobierno de turno.
Esos temores hicieron retroceder a Evo Morales en ocasión del gasolinazo en
2010/2011 o el rechazo a la carretera por el TIPNIS y el aumento del horario de
trabajo de trabajo de los médicos en 2012.
En este
caso, hablar de un frente desestabilizador que va desde policías a los
manifestantes en contra de la carretera por el TIPNIS –más allá del debate
sobre ese movimiento que presenta muchos pliegues- implica cerrar demasiado
debates que más bien deben abrirse, vinculados al modelo de desarrollo por el
cual debe optar Bolivia.
Los
golpes en Honduras y Paraguay no son comparables sin más con las situaciones en
Bolivia, Ecuador o Venezuela. Menos aún con la realidad de Siria o Libia (como
sostiene un “Llamado a la red de Intelectuales y artistas en Defensa de la
Humanidad" firmado por Stella Calloni que circuló recientemente en rechazo
a la intervención extranjera y en apoyo a la dictadura de Bashar al Assad en
Siria).
¿No
será hora de empezar a afrontar con madurez los conflictos sociales que
existieron, existen y existirán en nuestras sociedades plurales?: si los
policías tienen demandas legítimas, como sostuvo el propio gobierno boliviano,
se trata de agotar los medios para resolverlas antes que las cosas se
desmadren, y en Bolivia se desmadran rápido...
Pero el
manifiesto antigolpista pasó por por alto las realidades sociológicas y muchos
intelectuales críticos suspenden su lugar para volverse
“intelectuales-voceros”… Eso tiene sentido cuando en verdad estamos frente a un
golpe, pero no cuando justamente se necesita mayor creatividad para superar los
problemas que enfrentan procesos de cambio que ya no son nuevos ni refieren
solamente a la derecha, por lo demás muy debilitada en Bolivia. Esa lógica de
la guerra fría no funcionó ayer y no funcionará hoy.
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