SIRIA:
GUERRA DE MENTIRAS
Escribe
ROBERT
FISK (*)
Fuente:
“La Jornada” MX
Traducción:
Jorge Anaya
8 de
febrero de 2012
(*) ROBERT FISK
(Inglaterra, 1946), es periodista y escritor inglés. Corresponsal en Oriente
Medio para "The Independent", "Público" en España y
"La Jornada" en México. Vive
en Beirut, Líbano, Desde 1976 trabaja en
Oriente Medio, al principio como corresponsal de The Times .Cubrio las del Líbano (1975 e invasión de 1982),
Afganistán (1979),Irak-Irán (1980-1988), la invasión israelí del Líbano (1982),
la guerra en Argelia y las guerras de los Balcanes. Asimismo, ha cubierto el
conflicto palestino-israelí la Primera
Guerra del Golfo Pérsico (1990-1991) y la Segunda Guerra del Golfo Pérsico
(2003).
¿Se
habrá visto en Medio Oriente una guerra en la que impere semejante hipocresía?
¿Una guerra de tal cobardía, moralidad malvada, con tan falsa retórica y vergüenza
pública? No hablo de las víctimas físicas de la tragedia en Siria. Me refiero a
las mentiras y mendacidad de nuestros gobernantes y nuestra opinión pública
–tanto en Oriente como en Occidente– en ambos casos dignas de risotadas: no son
sino una horrible pantomima más propia de una sátira de Swift que de Tolstoi o
Shakespeare.
Mientras
Qatar y Arabia Saudita arman y financian a los rebeldes sirios para derrocar la
dictadura alawita-baazista-chiíta de Bashar Al Assad, Washington no pronuncia
ni una crítica contra estas naciones. El presidente Barack Obama y su
secretaria de Estado Hillary Clinton dicen que quieren democracia para Siria,
pero Qatar es una autocracia y Arabia Saudita está entre los más perniciosos
califatos dictatoriales del mundo árabe.
Los gobernantes de ambos estados
heredan el poder de sus familias, igual que lo hizo Bashar, y Arabia Saudita es
aliada de los opositores salafistas waabitas de Siria de la misma forma en que
fue un ferviente defensor del talibán medieval durante las épocas oscurantistas
de Afganistán.
Ciertamente,
15 de los 19 secuestradores y asesinos en masa del 11 de septiembre de 2001
eran sauditas, razón por la cual, desde luego, bombardeamos Afganistán. Los
sauditas reprimen a su minoría chiíta de la misma forma en que hoy desean
destruir a la minoría alawita-chiíta de Siria. ¿Y así creemos que Arabia
Saudita quiere democracia para Siria?
Después
tenemos al Hezbolá chiíta, milicia-partido en Líbano, mano derecha chiíta de
Irán y simpatizante del régimen de Al Assad. Durante 30 años Hezbolá ha
defendido a los chiítas oprimidos del sur de Líbano contra las agresiones de
Israel. Se han presentado como defensores de los derechos de los palestinos en
Cisjordania y Gaza, pero ahora que enfrentan el lento colapso de su inescrupuloso
aliado en Siria les robaron la lengua. Ni ellos ni su principesco líder, Sayed
Hassan Nasrallah, han dicho palabra sobre las violaciones y asesinatos masivos
de sirios a manos de los soldados de Bashar y la milicia shabiha.
Tenemos
también a los héroes de Estados Unidos: la Clinton; el secretario de Defensa,
Leon Panetta, y el mismo Obama. Clinton lanzó una enérgica advertencia a Assad.
Panetta, el mismo que mintió repetidamente a las últimas fuerzas
estadounidenses en Irak con el viejo cuento sobre el nexo entre Saddam y el
11-S, anuncia que las cosas se precipitan y están fuera de control en Siria.
Esta ha sido la situación durante al menos seis meses. ¿Recién se está dando
cuenta? Obama dijo la semana pasada que, dado el arsenal de armas nucleares que
tiene el régimen, seguiremos dejándole claro a Assad que el mundo lo está
observando.
Ahora
bien, ¿no fue un periodicucho llamado El Aguila Siberiana el que, temeroso de
lo que Rusia pudiera hacer en China, declaró que estaba observando al zar de
Rusia? Ahora llegó el turno de Obama de enfatizar la ínfima influencia que él
tiene en los conflictos del mundo. Bashar Al Assad debe estar temblando de
terror dentro de sus botas.
¿En
realidad querrá la administración estadounidense abrir los archivos de las
atrocidades de Al Assad para verlos a plena luz? Hace pocos años el gobierno de
Bush enviaba musulmanes a Damasco para que los torturadores de Bashar Al Assad
les arrancaran las uñas con el fin de obtener información, y los mantenía
presos por pedido de Washington en el mismo agujero infernal que los rebeldes
hicieron volar en pedazos la semana pasada. Las embajadas occidentales, con
mucho rigor, enviaban a estos torturadores preguntas para hacer en los
interrogatorios a las víctimas. Assad, ustedes saben, era nuestro bebé.
Está
además esa nación vecina que nos debe tanta gratitud: Irak. La semana pasada se
perpetraron en un día 29 ataques con bomba en 19 ciudades, con un saldo de 111
civiles muertos y 235 heridos. El mismo día, el baño de sangre sirio se consumó
con más o menos el mismo número de bajas inocentes. Pero Irak ya está muy
abajo, en la plana en que se da prioridad a Siria; bajo el doblez, como decimos
los periodistas, porque, desde luego, le dimos su libertad a Irak. Una
democracia jeffersoniana, etcétera, etcétera. ¿No es cierto? Así que esta
matanza ocurrida al este de Siria no tuvo mucho impacto, ¿verdad? Nada de lo
que hicimos en 2003 tiene que ver con el actual sufrimiento en Irak, ¿correcto?
En el
siguiente rubro nos incluyo a nosotros, los amados progresistas que velozmente
atiborramos las calles de Londres para protestar por las matanzas israelíes de
palestinos, con mucha razón, por supuesto. Cuando nuestros líderes políticos se
complacen en condenar a los árabes por sus salvajadas, pero son demasiado
tímidos para decir una palabra de tibia crítica cuando el ejército israelí
comete crímenes contra la humanidad, o bien observa cómo sus aliados hacen lo
mismo en Líbano, la gente común debe recordar al mundo que no son tan cobardes
como sus políticos.
Pero cuando el conteo de muertes en Siria alcance 15 mil o
19 mil, tal vez 14 veces el número de fatalidades resultantes del feroz ataque
de Israel contra Gaza en 2008 y 2009, con la salvedad de los sirios
expatriados, apenas un solo manifestante sale a la calle a condenar estos
crímenes contra la humanidad.
Todo
este tiempo nos olvidamos de la gran verdad: que todo esto es un intento por
aplastar a la dictadura siria, no por nuestro amor a los sirios ni por nuestro
odio para nuestro otrora amigo Al Assad, ni por nuestra indignación contra
Rusia, cuyo lugar en el templo dedicado a los hipócritas está claro cuando
vemos cómo reacciona frente a todos los pequeños Stalingrados que hay por toda
Siria.
No,
todo esto tiene que ver con Irán y nuestro deseo de destruir a la república
islámica y sus infernales planes nucleares –si es que existen–, lo cual no
tiene nada que ver con los derechos humanos o con el derecho a la vida o la
muerte de los bebés sirios. ¡Quelle horreur!
No hay comentarios:
Publicar un comentario