Escribe
PABLO CAPANNA (*) Fuente “Pagina 12” Buenos Aires, Argentina, 9 de marzo 2013
(*) PABLO CAPANNA (Italia 1939, radicado en
Argentina) Escritor, filósofo y profesor de esa materia, más conocido como
periodista y los ensayos, que el suplemento Futuro de Página/12 publica desde
hace once años. Colaborador de medios como El Péndulo, El Cronista, Clarín
(PK), La Opinión, El País, Revista Ñ y algunos otros. Su blog:
eljineteinsomne2.blogspot.com
Hay una
historia de dudoso origen que suele reaparecer cada vez que alguien escribe
sobre los orígenes de la informática. Se
dice que proviene de la Edad Media, pero tiene un inconfundible aroma a
romanticismo alemán, y bien podría ser una ficción de Hoffmann o de Novalis. Cuenta la leyenda que allá por el
siglo XIII San Alberto Magno, un filósofo interesado en la ciencia y la
técnica, había construido un robot que usaba como secretario. A Roger Bacon, que vivió casi en la misma
época, también se le atribuía la fabricación de una cabeza parlante. Según
la versión hard de la historia, Santo Tomás de Aquino, discípulo de Alberto, la
habría emprendido a bastonazos con el robot. Según la light, tan sólo habría mandado a destruir al muñeco en
cuanto murió el maestro. Pero en ambos casos el hombre mecánico aparecía como
un engendro diabólico más que como un triunfo de la técnica. Pasaría
mucho tiempo antes de que empezara a mejorar su imagen. Una de las primeras cuestiones que plantean los robots
consiste en decidir si deben imitar la anatomía y la conducta humanas o es
preferible que se limiten a cumplir ciertas funciones específicas. Los robots industriales, los que más
presencia tienen en nuestro mundo, hace tiempo se han definido por la
funcionalidad, pero el robot diseñado para uso doméstico tiende a remedar la
forma humana. La otra
cuestión atañe al margen de autonomía o de libertad que vamos a darles a los
robots para mantenerlos bajo nuestro
control y aventar el peligro de que algún día se les ocurra dominarnos.
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